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Cadenero Sublime
Jorge Arturo Díaz Reyes
“Cadenero” de Ernesto Gutiérrez, que parchó la corrida prima de Dosgutiérrez, fue indultado por Román quien recibió las dos orejas simbólicas. David Galván desorejó el primero. Sebastián Hernández sucumbió. Herido Ricardo Santana...
Hay toros tan bravos, que ponen todo, incluso el toreo en segundo plano y parecen ni siquiera necesitarlo… Como el quinto de hoy que con su nobleza y digno tipo de la casa, conmovieron la plaza de los cimientos a las banderas, rindiéndola de admiración y poniéndola a rogar por su vida.
Y además el momento ese, cuando a las cinco y media el sol y el calor habían dado paso al frío, la penumbra y la frustración acumulada que buscaba romper la represa de la razón y desbordar el instinto. Había llegado a esta corrida por accidente. La devolución de uno del hierro titular (cómo sería), permitió su entrada de sustituto en el sorteo. Todos los milagros son accidentales. Los primeros cuatro Dosgutiérrez, anovillados, escurridos, brochos, mansos e inexpresivos habían sido protestados de salida y arrastre. El buen gusto y la inspirada estética de David Galván, que tapó y desorejó el carialto y desazonado primero aplacó temporalmente el enojo.
Entonces, apareció “Cadenero”, el parche de Ernesto Gutiérrez, (ganadería prima hermana) número 197. Saltó, y se adueñó de la tarde con su majo trapío Santacoloma-Murube. Cuatreño, negro, enmorrillado, cornivuelto, cornicorto astifino, carifosco, musculoso y de correspondiente pecho y culata para su talla. Solo 460 kilos acusaba la tablilla, pero qué bien repartidos y enervados. Ovación.
Un capote de más revuelo que ángel no le hizo los honores a sus espectaculares arremetidas. Luis Viloria aguanta su arriñonada carga con puyazo en sitio de breve duración y saña. El Pino y Héctor Giraldo le adornan con dispar acierto. Román, brinda a Felipe Negret defensor de la causa en el callejón, y hace un introito frívolo de tres molinetes, tres derechas, giro y pecho. Pero la forma como el toro atacó, pronto, codicioso, galopante, largo y acompasado, arrobaron la gente. Otras dos tandas iguales acompañaron el ímpetu franco e invicto del ernesto. El desapego, las afueras y el extremo del engaño no se compadecían con la excelsitud que merecía una entrega recíproca, total. Pero el jaleo escandaloso y la música para la brega, no para el bravo se hicieron cómplices.