55 AÑOS Y UNO MÁS DE “La Oportunidad” de Vista Alegre

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Una tarde de finales de mayo de 1964, seguramente el día 29, un grupo de taurinos reunidos en las oficinas de la plaza de toros de Vista Alegre del madrileño barrio de Carabanchel, situadas en la Gran Vía, parieron una idea genial: “La Oportunidad”, el certamen para muletillas más famoso de la historia del toreo, luego imitado con diferentes resultados muchas veces. Se presentaron cientos de maletillas, pero muy pocos lograron el éxito. Sí destacó Sebastián Palomo, un chaval de Linares que llegó a Vista Alegre cargado de sueños e ilusiones. Y también El Platanito, el auténtico suceso mediático del certamen.

Recuperamos ahora, cuando se cumplen 56 años de aquel momento histórico, un texto publicado en junio de 2015, cuando entonces se cumplían cincuenta años y uno más de de aquella genial idea.

Redacción: JOSÉ LUIS RAMÓN

FOTOS REVISTA “EL RUEDO”, FOTOGRAMAS DE LA PELÍCULA “NUEVO EN ESTA PLAZA” Y
DIARIO “PUEBLO”

Aunque “Oportunidades” hubo y hay muchas, ninguna como aquella primera y original que se desarrolló durante el verano del 64. De junio a septiembre, en Vista Alegre se celebraron 21 novilladas, además de otras muchas en plazas grandes y pequeñas, en las que cientos de toreros sin na, desarrapados, hambrientos, mal vestidos y ajenos a los más elementales conocimientos del toreo, se codearon con otros más preparados, esos que triunfaron y encontraron un sitio en el toreo. Todos juntos dieron forma a un maravilloso sueño colectivo, heredero sin duda de los éxitos alcanzados por Manuel Benítez “El Cordobés”, el ejemplo a seguir por todos ellos.

Un sueño que tomaba carta de naturaleza en la España del desarrollismo y en una sociedad que ya había salido de la posguerra, una España habitada por unas personas que empezaban a pensar que lo vivido 25 años antes había sido una mala pesadilla que,
¡por fin!, comenzaba a quedar atrás.

De aquella primera “Oportunidad” salió Palomo Linares, una primerísima figura del toreo; y también algunos banderilleros, como Federico Navalón “El Jaro”; y un torero cómico (luego torero bufo) de gran carisma, como El Platanito; y por allí pasaron sin pena ni gloria otros genios, como el bailaor Antonio Gades y el cantaor Camarón de la Isla, toreros sin fortuna pero luego grandísimos en lo suyo. Y junto a ellos cerca de quinientos o mil soñadores más.

En 1964, los hermanos José Luis, Eduardo y Pablo Lozano se habían convertido en los nuevos empresarios de Vista Alegre, plaza propiedad de Luis Miguel Dominguín, decididos a darle un aire nuevo a ese entrañable y ya desaparecido coso taurino. Durante el invierno realizaron una fuerte inversión y arreglaron la plaza, que desde su inauguración en 1947 (sustituyendo a la anterior, la “alegre Chata”, destruida durante la Guerra Civil) se había deteriorado bastante. Los nuevos empresarios cambiaron la arena del ruedo, sustituyéndola por albero de una mina de Valdemorillo; se arregló el suelo del
patio de caballos y de las galerías; y se cambió la instalación eléctrica (igual a la del estadio Santiago Bernabéu, se dijo entonces), lo que sin duda era toda una declaración de intenciones sobre los horarios en que los Lozano querían dar toros. La plaza quedó impecable, preciosa, limpísima, dispuesta para acoger corridas de toros y novilladas picadas en los sábados y domingos, comenzando desde los meses de enero y febrero, además de veladas de lucha libre y espectáculos de variedades. Entre los matadores toreó varias veces Antonio Bienvenida, además de Gregorio Sánchez, Manolo Vázquez y otros muchos, y entre los novilleros actuaron Vicente Punzón, El Inclusero y, además de otros, el campeón de boxeo Luis Folledo, por esas fechas metido a torero. Y hubo más, muchos más, que no es momento de reseñar.

No se sabe muy bien por qué, y sin nada que lo justificase, a finales de mayo de 1964 empezó a concentrarse en Madrid un nutrido grupo de maletillas. El diario Pueblo, luego tan importante en esta historia, el día 29 incluyó una información que tituló “Concentración general de maletillas en nuestra capital. Proceden de todas las regiones de España. Quizá constituyan pronto una asociación que vele por sus intereses”. El texto decía lo siguiente: “Con las botas cansadas de andar camino, con el polvo pegado al cuerpo, con el triunfo corriendo delante de ellos, han llegado a Madrid docenas de maletillas, docenas de aspirantes a matadores de toros. Es una especie de asamblea general. En estos días llegarán muchos más. Dicen que la unión hace la fuerza. Uno ya no puede sorprenderse con nada, ni tan siquiera con una asociación de maletillas. Cinco de ellos: Jacinto Durán (El Cacereño), Paco Barrera (Barrerita), Manuel Gutiérrez
(El Aventurero), Ángel Gutiérrez (El Castellano) y Gabriel López (El Mancheguito), responden a nuestras preguntas.

En cada uno de ellos vive una historia triste, que tiene por testigo el sol de los campos
de Salamanca o la luna de las dehesas de Sevilla.

—¿Qué es lo que quieren los maletillas?
—Una oportunidad (…)”, dijeron.

Acompañaba al texto una fotografía de los cinco maletillas en la Gran Vía madrileña, con la Torre de Madrid al fondo. A los Lozano y a los Dominguines les rondaba la idea de hacer algo distinto en Vista Alegre. Algo nuevo. “Llegué a Vista Alegre con el periódico abierto por la página en que se veía a los maletillas, y les dije: esto es lo que estamos buscando”, dice ahora José Luis Lozano. Así nació “La Oportunidad”. Un sueño de gloria. Una idea genial, nacida de una fotografía.

Tras la idea, lo siguiente fue ponerla en práctica inmediatamente. En primer lugar los Lozano dieron dos pasos fundamentales: por un lado, citaron en la plaza de Carabanchel a todos los maletillas que quisieran hacerse ricos y famosos, recibiendo una respuesta masiva, que fue creciendo semana a semana a medida que “La Oportunidad” era conocida y adquiría fama; en segundo lugar, se pusieron en contacto con su amigo el periodista Emilio Romero, director del diario vespertino Pueblo, que se volcó con un entusiasmo desbordado. Pueblo, que en esa época dedicaba un gran espacio a los toros, fue mucho más que la voz de “La Oportunidad”; el periódico madrileño de la calle Huertas, propiedad de los Sindicatos Verticales, fue el altavoz y la caja de resonancia que impulsó y puso en valor todo lo que estaba sucediendo en Vista Alegre.

Con la particularidad de que le dedicó páginas desde antes de que echara a andar, en una
campaña propagandística perfectamente orquestada y que dio unos frutos magníficos. Los Lozano y Romero lograron que miles de aficionados –y de no aficionados, público en general– acudieran noche tras noche a Vista Alegre, hicieran colas en las taquillas, pusieran a funcionar la reventa y, finalmente, varios miles se quedaran sin poder entrar en la plaza porque todas las localidades estaban vendidas.

En la portada del miércoles 3 de junio de Pueblo se publicó una información que decía: “Los maletillas tendrán su oportunidad. La ofrece Luis Miguel Dominguín a través de Pueblo. El próximo sábado, por la noche, seis torerillos se vestirán de luces en Vista Alegre”. Para añadir a continuación: “Muy pocos de los aspirantes a la fama cumplían los requisitos que prescriben las leyes taurinas, y Domingo Dominguín tuvo que ponerse ayer en marcha para arreglar el asunto en el sindicato correspondiente, donde todo fueron facilidades. Los carnets correspondientes estarán a punto en el momento preciso. La edad media de los torerillos es de diecisiete años y ninguno tenía, a la hora de hacer la ficha, domicilio fijo o provisional en Madrid”.

“Ayer llegamos a creer –explicaba Pueblo– que debajo de cada piedra, detrás de cada árbol, había un maletilla. Hace dos días, Pueblo se puso a la busca de cinco maletillas que protagonizaron una de las noticias de esta página. Luis Miguel Dominguín, a través de nuestro periódico, les había ofrecido una oportunidad en la castiza plaza de Vista Alegre. Los maletillas aparecieron, y con ellos veinte más. A estas horas, mientras escribimos estas líneas, a la puerta de la redacción esperan otros muchos”.

Pero del miércoles 3 al sábado 6 de junio faltaban muchos días, y aún tenían que pasar muchas cosas. Por ejemplo – y Pueblo informó puntualmente de ello el día 4–, que Antonio Bienvenida comenzó a darles clases de toreo de salón a los maletillas anunciados en la primera novillada en el mismo ruedo de Vista Alegre. Y les explicaba Bienvenida:
“El capote se coge así, al toro se le espera de esta manera… Hay que tener cuidado con esto…”. En fin, consejos mínimos para quienes no sabían nada. Pero eso, entonces, era lo de menos. “La Oportunidad” estaba en marcha, imparable, dispuesta a hacer historia. El viernes 5, Pueblo siguió con su bombardeo informativo, explicando la “prueba de los trajes de luces” de alquiler que hicieron los seis maletillas. Uno de ellos –de ninguno aún se había dado el nombre– decía al periódico: “Vale la pena vivir sólo por mirarse al espejo y verse así…”.

“Cuando mañana suenen los clarines del miedo –añadía Pueblo en tono dramático–, los chavales tragarán saliva. Será entonces el momento de la verdad. Tan sólo los mejores podrán seguir adelante. Los demás, aunque resulte cruel, se irán quedando en el camino. La Fiesta es así. Los seis maletillas que mañana recibirán su oportunidad lo saben muy bien”. Y llegó el día de la primera novillada.

Pero antes, por la tarde, el periódico informó de que el director de cine “Orson Welles filmará un documental sobre los maletillas de Vista Alegre”. Y añadía: “Dentro de unas horas, seis maletillas, gracias a la ‘operación’ realizada por Pueblo, harán el paseíllo a los acordes de un pasodoble torero. Por fin llegó para ellos su oportunidad.

El momento de triunfar o de fracasar rotundamente”. No había salido el primer novillo, y aunque los maletillas podían “triunfar o fracasar rotundamente”, quienes habían logrado
un éxito total habían sido los empresarios y el periódico que estaba apoyando la idea.
Unos y otro demostraron que en aquella España de mediados de los años sesenta, el
toreo tenía interés, mucho interés, y que tal y como había sido siempre, podía seguir sirviendo como método de ascenso social.

El mensaje estaba muy claro: de la miseria a la gloria en una sola noche, más o menos.
Y aquellos desarrapados, hartos de andar los caminos en busca de la gloria (o quizá
de algo más simple, simplemente de un trozo de pan) acudieron en masa a la llamada
de la empresa de Vista Alegre.

“Aunque poco se podía competir con Las Ventas –explica José Luis Lozano–, era nuestra primera temporada en Vista Alegre y procuramos darle un aire distinto. Pepe y Domingo Dominguín, y mis hermanos Pablo y Eduardo, decidimos darles una oportunidad a los maletillas, guiados por la idea que teníamos de que en España todo el mundo quería ser torero hasta que no se demostrase lo contrario. Hicimos la convocatoria y nos pusimos al habla con Emilio Romero, que se hizo cómplice de la idea. Por allí aparecieron más de mil maletillas, algunos muy extraños, como un taxista de 50 años, o el limpiabotas de las
Cuevas del Drac, en la plaza de Santo Domingo… era tronchante, porque algunos no habían toreado ni siquiera una vaca. Decidimos que ninguno podía tener carnet profesional, y nos pusimos de acuerdo con el Sindicato, que nos lo autorizó. En las novilladas, nuestra idea era poner a un chaval que pudiera ser torero, a un gracioso y a
uno que no tuviera ni puñetera idea, con la idea de ofrecer un espectáculo en toda la regla”.

Pero a tenor de los resultados, aquella primera novillada del 6 de junio de 1964 no debió ser ni siquiera un mediano espectáculo de toreo. Como era lógico, Pueblo llevó en la portada del lunes día 8 (el periódico no salía los domingos) la noticia del festejo, con una fotografía que se hizo famosa: un grupo de maletillas paseando el ruedo y portando
un pancarta en la que podía leerse “Los maletillas saludan al público y agradecen al diario Pueblo y a la empresa de Vista Alegre esta oportunidad”, con un titular que hablaba de “éxito en la primera novillada para maletillas”. En las páginas interiores decían: “Expectación y llenazo impresionante. Más de un centenar de torerillos hicieron el paseíllo en compañía de los debutantes”. En la reseña del festejo añadía: “Cerca de 2.000 personas se quedaron el sábado sin poder entrar a la plaza de Vista Alegre para presenciar la primera novillada de los maletillas. La expectación despertada por los muchachos que sueñan con ser toreros era, según contaban los más asiduos y viejos de
la plaza carabanchelera, inusitada y jamás vista. A las once en punto, los seis primeros
maletillas que reciben la oportunidad de manos de Pueblo y Luis Miguel Dominguín hacían el paseíllo: Fortuna, El Coriano, El Trapense, Fernando Serrano, Alba y José Antonio Pina recibían la primera estruendosa ovación de su vida. Tras ellos más de un centenar de maletillas, con sus capotes y talegas a la espalda. En la cabeza del      impresionante grupo, una gran pancarta de agradecimiento a sus mecenas.

En el callejón, muchas caras conocidas: Orson Welles, con sus cámaras de cine; Antonio Bienvenida, que es un poco catedrático de toreo de salón para todos ellos; Domingo Ortega y, por supuesto, los Dominguín. Domingo, el que más de cerca ha seguido la operación, se mostraba preocupado: ‘hemos elegido a estos seis primeros un poco a la suerte’, nos dijo. ‘Eran los únicos que tenían los papeles en orden para poder torear. No hemos tenido tiempo de seleccionarlos previamente.

Ojalá tengan suerte. En las próximas novilladas los maletillas irán ya muy escogidos y seleccionados’. El triunfador de la noche fue el muchacho de Carabanchel, Fernando Serrano.

Cortó una oreja y salió a hombros. Hubo revolcones para todos, ‘espantás’, momentos de suspense, buenos pases, avisos, pinchazos, momentos de humor e incluso visitas a la enfermería, aunque sin importancia alguna. Lo más importante de todo es que el público pasó dos horas largas entretenido y pendiente de los apuros y el arte de los maletillas. La gente lo pasó bien y ayudó con su entusiasmo a los ‘matadores’. Al final de la jornada, hubo también la desilusión de aquellos que habían tenido en sus manos la oportunidad de lucirse, y ésta se había escapado irremediablemente. En estos días seguirá en Madrid la concentración de maletillas.

Se calcula que para el próximo sábado habrá ya más de trescientos. Convergen en nuestra capital, procedentes de toda España. Se trabajará de firme para descubrir en estos días a los que de verdad han de recibir su oportunidad y los que han de formar
el cartel del próximo sábado ante un nuevo e impresionante llenazo hasta la bandera en la plaza de Vista Alegre”, concluía Pueblo.

Mucho más crítico con ese primer festejo fue el semanario El Ruedo, que más adelante nunca se ocupó verdaderamente de “La Oportunidad”, fuese porque defendía otra idea
de la Fiesta, sin duda más seria que el espectáculo ofrecido por esos primeros que nada tenían que ofrecer en el ruedo, fuese por celos empresariales (no descarten esto último), pues si Pueblo pertenecía a los Sindicatos Verticales, El Ruedo era propiedad del Movimiento, y si bien ambos grupos formaban parte del franquismo, en absoluto eran empresas hermanas.

En cualquier caso, en la revista del martes 9 de junio se hicieron primeramente eco tanto del aluvión de maletillas que había caído sobre Madrid, incluyendo una gran fotografía de Montes de un ato, reproduciendo una “breve glosa sobre los ‘capas’ escrita con fina sensibilidad femenina por María Luz Nachón Riaño en nuestro querido Informaciones”, según dijeron, e informando de los numerosos aspirantes a toreros que se encontraban en la puerta del Sanatorio de Toreros, en la calle Sancho Dávila, esperando la salida de El Cordobés, que unos días antes había resultado herido en San Isidro. La reseña del primer
festejo la dejaron para la semana siguiente, un texto poco ‘amable’ con un espectáculo
que seguramente no tuvo nada, o casi nada, de serio. Lo mejor de “La Oportunidad” estaba por llegar, pero en ese primer momento, desde un punto de vista taurino aquella
novillada debió ser un fiasco. Se tituló “Desagravio a los auténticos maletillas”, y además de explicar la riada humana que llegó por la calle General Ricardos hasta Vista Alegre, de la existencia de los reventas, de las colas en la taquilla, de las 2.000 personas que se quedaron en la calle, de que los maletillas se vistieron de toreros en la misma plaza, de la pancarta antes citada… el periodista de El Ruedo dijo: “A la gloria del toreo no se llega
sirviendo de instrumento de hilaridad de un público de serial radiofónico. Cada carcajada de aquella noche era una puñalada –una puñalada más– en el corazón del toreo”. Incluía la fotografía de un torerillo corriendo delante del novillo, y se complementaba con imágenes de Robustiano Fernández, un torero al que en esas mismas fechas tuvieron que amputarle una pierna a consecuencia de una cornada. Esa era la contraposición de El Ruedo: la seriedad y gravedad de la Fiesta, frente a la hilaridad de “La Oportunidad”.
Pero realmente no era para tanto. O, al menos, no de esa manera.

Con más detalle que en Pueblo, que prefería la gran historia dramática de la Fiesta a la pequeña historia del festejo en sí, el resultado más completo de esa primera novillada lo
ofreció La hoja del lunes. Según la información firmada por E. C., que recogemos íntegra por tratarse de la primera de esta gran historia, se lidiaron novillos de Raso del Portillo, de Madrid, “bravucones y con buena casta, que fueron aplaudidos en el arrastre”, para Ginés Palazón “Fortuna”, de Elda, que “se mostró medroso y vacilante. Todo transcurrió
entre carreras y sobresaltos. El Fortuna no estuvo afortunado. Mató mal y oyó pitos.

Nuestra calificación, suspenso”. José Gallardo “El Coriano”, de Coria del Río, “dio alguna
chicuelina con aguante. Poco valor y sólo planta de torero. Su desconocimiento es total. Acabó malamente con su enemigo. Para el cordobés otro suspenso. Escuchó los tres avisos”. Mariano Sánchez “El Trapense”, de Talavera de la Reina, “demostró algún conocimiento. Dio algún pase por alto con estilo. No pudo con el novillo y acabó con él Julio Laguna.

Otro suspenso”. José Luis González “que sustituía a Fernando Serrano, ambos de
Carabanchel, fue el único que lució. Apuntó buen estilo en lances a la verónica y dio algunos derechazos de buena factura. Nos pareció el más enterado. Cortó una oreja y
se llevó la calificación de aprobado”. Carlos Alba “Alba de Madrid”, de Carabanchel, el benjamín por su aspecto de niño, no supo ni lo que se traía entre manos. Oyó dos avisos antes de retirarse a la enfermería. Terminó con el novillo Laguna. Calificación, suspenso”. Julio Laguna, de Madrid, “sustituyó a José Antonio ‘Pina’, de Murcia. A nuestro modesto juicio, fue el que exhibió mejor oficio. Demostró tener valor y buen estilo en el manejo de la muleta.

Escuchó un aviso. Aquí no pasó el examen y obtuvo el suspenso. Dos de los noveles fueron asistidos en la enfermería de diversas contusiones y algún puntazo, todo de pronóstico leve”. Sobre la novillada, un mínimo apunte: mal síntoma que el anónimo redactor de Pueblo no se enterase de que dos de los novilleros inicialmente anunciados había sido sustituidos. Lo dicho: interesaba más la gran historia dramática de la Fiesta que la pequeña historia del festejo en sí. No desanimados por el fracaso de los toreros, y alentados por el monumental éxito de la idea, refrendado por la masiva asistencia de público, los Lozano y los Dominguines, siempre amparados por Pueblo, se dispusieron a dar siete días después la segunda novillada, en la que anunciaron a El Desesperao, El Terrible, El Peque, Jarocho, Fernando Serrano y El Candi. Desconozco quién puso alguno de estos apodos, aunque imagino la mano que anduvo detrás de ellos.

La segunda semana de junio fue de gran actividad en Vista Alegre y en la redacción del
diario Pueblo. El martes 9 de junio, el periódico volvió a la carga con su habitual información diaria sobre “La Oportunidad”. Ese día, en la sección “Madrid Actualidad” se
incluyó una noticia que decía: “Los maletillas concentrados en Madrid son ya más de
doscientos”. El texto se hacía eco de la repercusión que la denominada “marcha sobre Madrid” había tenido en la prensa internacional –en concreto, en el diario France Soir–, al tiempo que se añadía que “desde los más diversos lugares llegan ofertas de ayuda, que se irán sumando a la operación, ya puesta en marcha”. La información se completaba con una fotografía en la que se veía a varias docenas de maletillas toreando de salón en el ruedo del coso de Vista Alegre.

Al día siguiente, 10 de junio, en esa misma sección de Pueblo se le dedicaba un espacio amplio a El Peque, que iba a torear el sábado siguiente. El diario madrileño informaba de que Juan Luis Gómez Astorga tenía catorce años, era natural de Béjar, llevaba dos años de capea en capea, había sufrido dos cornadas de importancia, que la actriz Ana Mariscal le iba a hacer protagonista de una de sus películas y, mezclándolo ya todo, que con la Operación Plus Ultra iba a viajar a Roma a ver al Papa.

El día 11, los protagonistas de las páginas de Pueblo fueron los gemelos Román y Santiago Sánchez Santamaría (en la actualidad son empresarios taurinos), que también pedían una oportunidad. Tenían dieciséis años, eran de Madrid y decían: “Para ser toreros hemos renunciado a mucho, hemos abandonado los estudios y hemos perdido amistades. Pero aquí estamos, dispuestos a seguir adelante en la lucha”. Y además añadían que iban juntos a todas partes y que “posiblemente sea la primera vez en la historia de la tauromaquia que dos hermanos gemelos sean toreros”. En esa misma página se señalaba que ya eran más de 300 los maletillas que habían llegado a Madrid, y un poco más adelante se insertaba una publicidad que rezaba: “Vista Alegre presenta ¡Tres fases de toreo en veinticuatro horas: el presente (una corrida de toros), el mañana (una novillada picada) y después… ¡una oportunidad! El torneo entre maletillas de toda España que
apasiona a España entera”.

El día 12, Pueblo dio el cartel completo de la segunda novillada: El Desesperao, El Terrible, El Peque, Jarocho, Fernando Serrano y El Candi. La novillada se celebró el sábado 13, y el diario de los Sindicatos tituló la información del festejo: “El Peque –
catorce años–, valiente animador de la novillada de los maletillas. Dos de ellos cortaron orejas y, en general, se mostraron merecedores de la oportunidad”. Hubo, igual que siete días antes, muchas caras conocidas en los tendidos de Vista Alegre: el ministro López Rodó y, entre otras muchas, las actrices Lucía Bosé y Ana Mariscal. Junto a los seis
que iban de luces hicieron el paseíllo “cerca de cuatrocientos maletillas”.

“Destacaron en la lidia –se escribió en Pueblo– Jarocho, un bravo pelirrojo que dará mucho que hablar, y El Candi. Ambos se llevaron una oreja, fueron ovacionados y al final salieron a hombros. El Peque fue, sin duda alguna, el auténtico animador de la nocturna.
El Peque era esperado con verdadera expectación. Tiene sólo 14 años y su valor era ya comentado en los tendidos mucho antes de capear a su toro. De salida lanceó en las
tablas provocando una y otra vez la angustia en los miles de espectadores. De rodillas, de frente, sentado, el minúsculo Peque daba pases entre el delirio de la plaza.

Dejó un par de banderillas cortas (es el primer maletilla que se decide a ejecutar esta
suerte) y se llevó por ello el más fuerte aplauso de la noche. Con la muleta hizo lo que pudo, y no fue poco. Resultó varias veces cogido, pero una y otra vez volvía a la lucha con más valor. Tenía que agarrar la muleta con las dos manos, porque no podía solo con una. A la hora de matar lo hizo mucho mejor de lo que todos se esperaban.

Con dos pinchazos remató al animal”. En la Hoja del lunes del 15 de junio encontramos más datos sobre la segunda novillada, alguno contradictorio con lo que este mismo periódico había publicado siete días antes. Según E.C. (Eme-Conde) cronista del periódico de la Asociación de la Prensa madrileña, se puso el cartel de “No hay billetes” y los novillos fueron de Agapito Blanco, de juego excelente. Abrió el cartel Fernando Serrano “en su segunda comparecencia” en Vista Alegre… (¿pero no había informado este cronista una semana antes que ese novillero de Carabanchel había sido sustituido en aquella primera novillada?), “que volvió a demostrar sus buenos deseos y lució en pases naturales de buena factura.

Dio la vuelta al ruedo”. Manuel Domingo “El Desesperao”, de Palma del Río, “anduvo valiente pese a tener enfrente una res que se le colaba. Toreó por alto y lo despachó con brevedad”.

Federico Navalón “Jarocho” (más adelante conocido como El Jaro), de Tetuán de las Victorias, “exhibió oficio con capa y muleta. Posee tranquilidad y sabe lo que se trae entre manos. Supo sujetar al novillo, y dio algunos muletazos de buena calidad, con temple y mando. No obstante fallar a la hora de la verdad, se le concedió una oreja.
Para el madrileño, el primer notable”. Cándido Andrés “El Candi”, de Salamanca, “nos pareció más hecho que sus compañeros. Pisa con firmeza el ruedo y sabe el oficio. Toreó magníficamente por naturales.

Todos sus muletazos llevan el sello de autenticidad poco común en principiantes. Cortó una oreja y obtuvo el segundo notable”. Aurelio Candil “El Terrible”, de Ávila, “dejó ver un total desconocimiento de todo. Entre sustos y carreras se pasó su turno. La atracción de la noche la constituyó el pequeño de catorce años Juan Gómez ‘El Peque’. Su corta estatura se agigantaba con su valor natural. Puso un par de banderillas de las cortas. Tiene detalles de saber lo que quiere. Mató sin muchas dificultades. Fue muy aplaudido y dio la vuelta al ruedo a hombros de sus entusiastas amigos”, finalizó E. C. su texto.

Casualmente –¿fue realmente una casualidad?– el martes 16 de junio se estrenó en Madrid la película Los elegidos, que se publicitaba de la siguiente manera: “Por primera vez en España se ha llevado a la pantalla la historia auténtica, sincera, sin concesiones de ninguna especie, la cruda y poética verdad de los muchachos que aspiran a ser toreros”. El film estaba dirigido por Tulio Demicheli, sobre un argumento y guión de Pedro Mario Herrero. La película había sido filmada el año antes, y sin duda se aprovechó el tirón de “La Oportunidad” para su estreno. De 1964 sí fue Nuevo en esta plaza, con Palomo Linares, en una versión cinematográfica de su propia historia.

Sobre la selección de los chavales que iban a hacer el tercer paseíllo, en esos días se produjo un cambio fundamental de filosofía: a diferencia de los dos primeros festejos, en que se anunciaron a doce (o quizá once) toreros poco menos que a ciegas, ahora comenzaron a hacerse pruebas con vacas, para garantizar que los actuantes tenían un mínimo de preparación, siempre dentro de los parámetros que José Luis Lozano definió como “uno que pueda ser torero, un gracioso y uno que no tuviera ni puñetera idea”. Hasta el momento, las previsiones se habían cumplido. Durante esa semana, Pueblo informó de que “comenzaron los exámenes de aptitud para los maletillas”. Y se añadía que, ante el éxito obtenido, el sábado y el domingo siguientes también habrá “corridas de La Oportunidad”. Los novilleros anunciados para el sábado 20 eran Daniel Fraile “El Barbero”, Bartolomé Jiménez, Pascual Hernández “Chamaco”, Sebastián Palomo, Francisco Prior “El Sevillano” y El Peque; mientras que el domingo iban a torear Jarocho, El Candi y Eugenio Barranco. Esta cuarta novillada era la primera de seis novillos para tres matadores. Además, Domingo Dominguín informó que varias “cuadrillas volantes de maletillas” actuarán en plazas de toda España.

La mecha había prendido y les llamaban desde muchas poblaciones. “Sebastián Palomo –explica José Luis Lozano– era uno más de los maletillas que llegaron a Vista Alegre. Era muy astuto, y pedía insistentemente que le hiciéramos la prueba.

Un día estaba mi hermano Pablo solo haciendo la prueba, en la que se echaba una becerra para ocho o diez chavales. Y Palomo insistía: ‘Déjeme a mí. Está mi madre enferma y me tengo que marchar’. Sebastián salió el número once a una vaca, y recibió
cuatro o cinco volteretas. Pablo nos dijo que merecía la pena echarle una becerra a él sólo, para verle bien, porque el primer día le había visto mucha garra. Le dijimos a  Sebastián que a la siguiente prueba se viniera una hora antes que los demás, le echamos la becerra y estuvo sensacional. Le pusimos el sábado siguiente y le salió todo bordado”.
“Estaba en Linares trabajando en una zapatería –dice Sebastián Palomo–, y me enteré por Pueblo de que había una ‘Oportunidad’ en Vista Alegre. Tenía dieciséis años y llevaba yendo de tapia a los tentaderos desde que tenía ocho. Nos reunimos un grupo de amigos que queríamos ser toreros, más o menos todos de la misma edad, y decimos venir a Madrid. Luego, el único que finalmente emprendió el camino fui yo, porque daba mucho miedo, estaba lejísimos, como si fuera en otro mundo. Eché a andar y estuve caminando toda la noche por la carretera, entonces no había tanto tráfico como ahora. Por la mañana llegué a Santa Elena, que está a cincuenta kilómetros de mi pueblo. Mi equipaje eran un capote viejo y una muleta igual de vieja, una chaqueta y 21 pesetas. En Santa Elena me
comí un bocadillo y me recogió un camionero, que me dejó en Legazpi. No sabía que
en Madrid había dos plazas, y me fui a Las Ventas, pero allí no había nadie. De ahí me
fui a Vista Alegre, y allí éramos mil y pico los que esperábamos una oportunidad.

Dormíamos dentro de la plaza y en los soportales. Así estuve ocho días, pasando mucha hambre, porque las trece pesetas que me quedaron las gastamos en pan. Me apuntaron para hacer la prueba, pero no me tocaba nunca. Después de pasar los diez primeros con una vaca, salieron otros cinco… y ya estaba a punto de tirar la toalla. Por fin salí, me vieron y me citaron en la oficina de la empresa, que estaba en la Gran Vía. Allí me dijeron que toreaba al sábado siguiente. Luego estuve donde la maestra Nati, probándome un traje de luces de alquiler para esa novillada”.

Naturalmente, era un blanco y plata. Antes incluso de torear la primera, Domingo
Dominguín sacó a Sebastián de vivir en los soportales de la plaza y le llevó a su casa. Algo debió ver tan pronto el hermano de Luis Miguel y de Pepe. “Bueno, lo que vio –dice Palomo– es que era muy chiquito y tenía mucha hambre”.

Con los dos siguientes carteles en la calle, Pueblo siguió con su campaña de apoyo a “La Oportunidad”, convertido como era en el buque insignia informativo del certamen. Además de las “pruebas de aptitud”, de las que se informó el día 17, el 19 se habló de que un maletilla apodado El Difunto, de nombre Ramón Rodríguez Moreno, se plantó en Vista Alegre con una caja de muerto. Y allí dentro se echó una siestecita, con la intención de llamar la
atención de la gente. Ese mismo día, se informó de que el restaurador Martín Cuesta dio de comer “opíparamente” a unos cuantos maletillas, en un gesto de humanidad. Como dice José Luis Lozano, a Palomo en aquella primera novillada, celebrada el 20 de junio, todo le salió bordado. Pueblo tituló la crónica del festejo: “Una revelación y otro lleno”. A su manera, El Barbero, Bartolomé Jiménez, Chamaco, El Sevillano y El Peque cumplieron, si bien fue Palomo el verdadero triunfador de la novillada. “Se erigió –dijo el rotativo madrileño– en el triunfador haciendo ver al cónclave que está enterado y que sabe  imprimir a su quehacer una tranquilidad y un mando sencillamente impresionantes. Continuamente ovacionado al usar el percal y la franela, remató su faena con una  estocada cobrada a ley, y obtuvo las dos orejas de su novillo, trofeos que paseó por dos veces. Al final fue sacado a hombros de la plaza”.

Había nacido una estrella. En otra información de ese festejo, Pueblo incluía tres fotos de Palomo, al que daba casi una página completa. Según la Hoja del lunes, ese día los novillos fueron de Agapito Blanco y abrió plaza Justiniano Sánchez, y no Daniel Fraile
“El Barbero”, al tiempo que Méndez Conde se aventuró a escribir: “En Sebastián Palomo, de Linares, puede haber una gran figura. Toreó magníficamente con el capote, en verónicas espléndidas. Con gran conocimiento del oficio hizo una faena sencillamente extraordinaria, con derechazos y naturales superiores de mando y temple. Fue sorprendente ver a este muchacho con hechuras de torero cuajado. Se volcó con la espada y dejó una gran estocada y un descabello. Se le concedieron las dos orejas ganadas con plena justicia. Tiene clase y llegará. Para el de Linares, el primer sobresaliente”. Había nacido una figura del toreo.

El lunes 22 de junio, el mismo día en que la Hoja del lunesinformaba que España había conquistado la copa de Europa de fútbol al “monótono engranaje soviético”, en las páginas taurinas Eme-Conde decía que la lluvia había obligado a suspender en el
segundo novillo el festejo económico del domingo anterior. El único novillo lidiado
fue de Gabriel García, de Las Infantas, y le correspondió a El Jaro (ya se anunció así
ese día), que se lució en medio de la torrencial lluvia.

Tras la suspensión del festejo del domingo 21, el sábado 27 volvió a anunciarse una
novillada nocturna, en la que torearon, además de Palomo Linares, en su segunda
comparecencia en “La Oportunidad”, Basilio Repiso “El Marqués” (dos avisos),
Mariano Cuesta “Borlitas”, hijo del banderillero del mismo nombre y apodo (oreja), Manolo Polo “El Palmeño” (dos avisos), José Pérez “Gitanillo de Valencia” (vuelta al ruedo) y Alberto Sotomayor (aviso). Palomo cortó una oreja.

“La Oportunidad” iba viento en popa, con un joven torero, Sebastián Palomo, que se destacaba de los demás, y con algunos otros que hacían concebir esperanzas a los
aficionados. En ese clima de llenos y efervescencia taurina, para el lunes 29 se anunció otra novillada de sólo tres toreros, con la repetición de El Jaro, El Candi y Sebastián Palomo, en su tercera y última presencia en Vista Alegre, que volvió a erigirse en el triunfador absoluto del festejo, por una actuación en la que, según Pueblo, “aunó estupendas maneras y un corazón grande. Cortó una oreja de cada novillo y fue sacado a hombros por sus ‘colegas’ maletillas”.

Tras Sebastián Palomo, que en estas novilladas económicas aún no se anunció como Linares, el siguiente boom de “La Oportunidad” lo protagonizó Blas Romero “El Platanito”. A nivel popular, es probable que El Platanito causara mayor sensación mediática, de ahí que llegase a hacer media docena de paseíllos a lo largo del verano del 64. A Palomo, al que los Lozano y los Dominguín vieron muchas más lidades de ser torero importante, le apartaron pronto de “La Oportunidad”, tanto para que no se quemase como para llevarle a otras muchas plazas de pueblos y de capitales: Málaga, Alicante, Pontevedra, Jaén, Mérida, Toledo, Almería, Linares… A estas novilladas se desplazaban dos autobuses repletos de maletillas, y un día toreaban seis y al siguiente otros seis, mientras que los 100 restantes hacían publicidad en los mercados y otros centros con su sola presencia en los pueblos y ciudades. Para Sebastián, “La Oportunidad” fue el despegue necesario e
imprescindible, pero pronto se le quedó pequeño el certamen, y Palomo voló en busca
de otros horizontes que no le encasillasen.

“Se le vio enseguida –dice José Luis Lozano– que iba a ser superfigura”. No fue el caso de El Platanito, al que Lozano recuerda como “un torero graciosísimo y una persona estupenda”. Y añade: “Al principio no nos caía muy bien, quizá porque tenía el pelo largo, y fuimos dando largas a su primera actuación. Y eso que se prestó voluntario a pintar la plaza y a hacer otras labores. Mi hermano Pablo nos dijo un día: ‘¿Habéis visto a ese de los pelos…?

Es el tío más gracioso que he visto en mi vida’. Pablo le dijo que se fuese a porta gayola, y que la clave del lance era que el capote estuviera muy estirado. Él se lo tomó muy en serio, y una vez arrodillado, se levantaba y pasaba la mano estirando el capote, como
planchándolo, y la gente se partía de risa”.

Todo ello, con unas formas humorísticas que los periodistas de entonces definieron como circenses. Su popularidad fue tal que en 1966 protagonizó la película Jugando a morir, del director José Hernández Gan. El Platanito debutó el 18 de julio, y durante los meses de agosto y septiembre hizo cinco paseíllos más. Otros novilleros que actuaron en esos festejos del verano, algunos más de una vez, fueron Jerónimo Arjona, Eugenio Barranco, Rafael Parada, Manuel Leiva “El Madrileño”, Miguel García “Miguelete” (en varias ocasiones), Juan García, Antonio Rodrigo, José María Martos “El Túnel”, Gregorio Garzón, el gitano Luis León “El Faraón”, Rafael Guzmán, Tomás Moreno “El Tempranillo” (que llegó a tomar la alternativa), Antonio Clavero “El Machacón”, Paco de la Cruz, Luis Duro “El Diferente”, José Domingo Salvador, Elías Cotrinas (resultó herido grave en el muslo
izquierdo), Antonio Mesa, El Jaro, José Luis Sedano, Rafael Laredo, El Candi, Hilario Gómez, Fernando Domínguez Grande, Antonio Ferreta, Francisco Criado “El Chato”, Isaías González, Juan José Benítez, Juan Asenjo “Calerito”, Manuel Muñoz “Manolete”…

Pero esta historia, además de su lado romántico y triunfal, también tiene su lado trágico e incluso truculento. En su edición del 3 de agosto, la Hoja del lunes tituló: “El maletilla muerto y los 300 maletillas vivos”. En el texto el periodista Lucio del Álamo decía lo siguiente: “Esta historia de Juan Antonio Guerra, el ‘maletilla’ que apareció muerto en el patio interior de un hotel de las Rondas, es una historia turbia y agria. Aún queda mucho trabajo policiaco hasta reconstruir la última jornada del ‘maletilla’ y aún sigue difuminada la figura del honorable turista inglés, viejo y calvo, que lanzaba extrañas invitaciones sobre los adolescentes ociosos de la Puerta del Sol.

Algo está claro, sin embargo: que a Juan Antonio Guerra, ingenuo soñador de gloria y dinero sobre los pasos de El Cordobés, le podía cortar la imaginación y la vida la cornada de un toro bravo; pero no era justo que lo matase –y lo manchase– un cabestro. El cadáver del ‘maletilla’ nadie lo reclamó. Pagó el entierro el diario Pueblo, y una muchacha de diecisiete años lloró sola junto al féretro. 300 ‘maletillas’, con hatillos y andrajos, extendieron sus capotes remendados sobre la calzada. Pedían limosna a los transeúntes para alquilar taxis que acompañasen hasta el cementerio al muchacho muerto. Dios me libre de caer en la vileza de ironizar junto a un cadáver. No se trata de la estampa trágica del torerillo muerto que tuvo su época cuando vivía y escribía –¡y cómo escribía!– Eugenio Noel, hombre extraño. Se trata de que un suceso desdichado pone en primer plano a 300 ‘maletillas’ que han acampado en torno a la plaza de toros de Carabanchel, donde el empresario ofrece en las noches del sábado unas oportunidades en cadena.

Mientras esperan y sueñan faenas gloriosas, desangran su ocio hambriento sobre la ciudad”. No pasó a la historia Juan Antonio Guerra, muerto casi anónimo en esta historia de sueños y oportunidades. Sí lo logró Sebastián Palomo “Linares”. Y también, a su manera, El Platanito. Y en menor medida algunos otros. Siguió habiendo “oportunidades” en Vista Alegre en los años siguientes –de ahí salió Ángel Teruel (en 1965), y allí toreó Niño de la Capea (en 1969), entre otros– pero esas, aunque televisadas, fueron otras historias. De la primera, la original, acaba de cumplirse medio siglo y seis años más.

Para algunos fueron días de sueños y gloria; para otros, días de hambre y frustración. Así lo resume Sebastián Palomo: “La gente fue muy respetuosa con los que queríamos ser toreros. Lo recuerdo con cariño, pero sin nostalgia.

Estoy orgulloso de haber participado en ‘La Oportunidad’, de haber vivido esos años. Fue una época distinta, ni mejor ni peor que la actual”.

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