Ha transcurrido un siglo, solamente cien años desde que Joselito muriese en Talavera en un accidente laboral. Aquella tarde de mayo España entera se conmovió, y en los días posteriores el calor del pueblo de Madrid y luego el de Sevilla, impregnó un duelo seguido con un fervor no recordado antes, ni después. Así murió José, admirado por sus compañeros del oficio taurino, ganaderos, empresarios, aficionados, y por mucha gente que nunca había pisado una plaza de toros.
Redacción:CARMEN DEL CASTILLO, JULIO CARRASCO Y FIDEL CARRASCO
Los autores de este artículo somos admiradores incondicionales de Joselito El Gallo, cuya magnitud descubrimos cuando realizamos nuestro primer trabajo sobre la Plaza de Toros
Monumental de Sevilla. Aquellos años se desarrollaron en un ambiente convulso, en el que se forjaron algunos cambios sociales, laborales, urbanísticos y cómo no, taurinos. En este aspecto, sin duda el gran revolucionario fue, es y será, Gallito.
El carácter de Joselito
En ocasiones nos han presentado a Joselito como un niño bien, descendiente de una
dinastía de toreros y, por tanto, rodeado de comodidades. Nada más lejos de la realidad. Joselito nació en Gelves porque su padre era el encargado de cuidar la Huerta del
Algarrobo, propiedad del duque de Alba, que le colocó allí para aliviar sus estrecheces económicas. Aquella finca tenía una pequeña placita y allí enseñaba don Fernando la esencia taurómaca a sus hijos Rafael y Fernando. Por tanto Joselito se crió en un ambiente taurino, pero a su padre no le dio tiempo de enseñarle nada, ya que falleció cuando el pequeño sólo tenía dos años.
Sus hermanos, especialmente Fernando, fueron los encargados de transmitirle el conocimiento taurino de la saga familiar. Joselito contaba que su madre se sorprendía porque no hacía falta despertarle los días que tocaban faenas de campo en casa de algún ganadero amigo. Tan grande era su afición que se levantaba solo. En las primeras fotografías que existen de él, se ve a un niño que transmite una gran seguridad con su mirada serena. Desde el principio demostró un conocimiento fuera de lo normal, como aquella tarde en un tentadero en la finca de la Sra. Viuda de Salas, cuando solamente era el hermanillo pequeño del gran Rafael, que entonces era la figura que peleaba el puesto a Bombita. Ofrecieron a Joselito la oportunidad de probar suerte con una becerra y se fue hacia ella desde el principio con la muleta en la mano izquierda. Rafael le dijo que robara por el lado derecho, porque veía que la vaca le iba a coger. Joselito dio la muleta a su hermano, que resultó volteado al primer intento. Cuando en el almuerzo posterior preguntaron a José cómo sabía, sin probarla, que por el derecho iba peor, el niño contestó dejando a todos perplejos: desde el principio la vaca daba muestras de estar toreada, algo que solamente podían haber hecho los chicos que ayudaban en el herradero, y ninguno sabía torear, por lo que de haberlo intentado, no lo podían haber hecho por el izquierdo. Así era Joselito desde niño. Quizás por esta y otras anécdotas, Gallito se ganó la admiración de los ganaderos, que admitieron sus consejos en la selección del ganado. Si nos imaginamos cómo eran aquellos ganaderos de hace un siglo y pensamos que él fue el primer torero al que permitieron sentarse a su mesa para escuchar sus consejos, nos daremos cuenta de su grandeza.
La andadura de Joselito en los ruedos se inició junto a Limeño, su inseparable compañero en “la cuadrilla de niños sevillanos”. También entonces dio muestra de su gran personalidad, cuando harto de los abusos del guardia Juan Martínez, que pretendía dejarle sin la peseta para tabaco, porque no fumaba, le dijo: “yo no fumo, pero me la guardo”. Aquella circunstancia superó los límites de su paciencia y a partir de entonces Joselito tomó la iniciativa, encargándose de pagar a sus compañeros y al propio guardia, que tuvo que aceptar el liderazgo de un niño.
Otra característica de Gallito fue su compañerismo. Es conocida la organización de festivales a beneficio de toreros heridos, o de sus familias en el caso de los fallecidos. No sólo eso, intervino en la resolución de asuntos como el “pleito de los Veraguas”, cuando los ganaderos de la Unión de Criadores se negaron a vender toros para que los lidiaran Vicente Pastor y Juan Belmonte. Además, José se dedicó a ayudar a personas que no eran de la profesión. Es conmovedora la historia de aquella señora a la que tenía asignado un importe mensual, sin ella saber que lo recibía por orden de José. Conoció la verdad cuando Manuel Pineda le dijo que ya no había más dinero, pues su benefactor había fallecido en Talavera. Así debió ser Joselito, grande en la ayuda a los demás y discreto
en su vida personal.
El impulso de las plazas de toros monumentales El final del siglo XIX y el principio del
XX la población empezó a desplazarse a las ciudades en busca de las oportunidades
laborales que ofrecía la incipiente industria. Ya en la segunda década del siglo XX, Joselito y Belmonte protagonizaron la época más gloriosa del toreo, la Edad de Oro. En Sevilla, la tradición era que la plaza no se llenara, salvo cuando se anunciaba la ganadería de Miura. La afición de la ciudad soportaba con paciencia los caprichos
de la empresa, que abarcaban desde la falta de numeración de las localidades, o suspensiones si no se vendían las entradas suficientes, hasta la ausencia del sobrero.
En este ambiente surgió el capítulo sevillano de las plazas monumentales, edificios con capacidad para más de veinte mil almas, que se edificaron con gran éxito en las ciudades con población y afición suficientes, como Barcelona (1916), Sevilla (1918) y Madrid (1931). En esta empresa José no estaba solo.
El impulso de las monumentales fue un movimiento empresarial en el que participaron promotores particulares, autoridades y empresarios. Entre éstos destacaba Julián Echevarría, que en aquellos años de la Edad de Oro era el empresario de Madrid, y llegó a serlo simultáneamente de las tres plazas de Barcelona. Echevarría también estaba junto a Joselito en Sevilla. Él fue su primer empresario, pero su muerte en accidente de tráfico en julio de 1917 puso fin a su colaboración. Aún así, las monumentales siguieron. En Sevilla fue Manuel Pineda, el apoderado de Joselito desde los tiempos de la “cuadrilla de niños sevillanos” hasta la tarde de Talavera,
quien le sustituyó. En Madrid, José Amézola se hizo cargo de la plaza, hasta que en 1921 una subasta puso el negocio en manos de la empresa que se comprometió a construir la plaza de Las Ventas. Entre las personas que formaban parte de ella se encontraban
Federico Blanco, Fernando Jardón, José Espeliús y José Alba. Espeliús era arquitecto y proyectó la nueva plaza, de la
que ya había hablado con Joselito.
La Monumental de Sevilla
El hecho de ofrecer entradas económicas significaba extender la afición a las personas con menor poder adquisitivo. Y pobres no faltaban en Sevilla, por lo que el triunfo del proyecto, en principio, estaba garantizado. Sin
el impulso de la gran figura que fue Joselito no se entienden las monumentales, pero si hay una de estas plazas que nunca se hubiera construido sin su intervención es la de Sevilla. Desde el principio las cosas no iban a ser sencillas, ya que los que tradicionalmente habían dirigido a su antojo el negocio taurino en la ciudad veían peligrar su monopolio. La simple existencia de una n
ueva plaza en forma de rumor obligó a los maestrantes a emprender la ampliación de la suya, construyendo unos nuevos tendidos a costa de reducir las dimensiones del ruedo. Aquello sucedía en 1915 y por fin se dotó a los asientos de número. Incluso se publicó la noticia de que planeaban una ampliación para dotar a la Maestranza con veinte mil localidades.
Los detractores de la Monumental fueron legión, una legión formada por muchos generales, algunos mercenarios de la pluma y pocos soldados de tropa. Desde el principio, la prensa condescendiente con el poder establecido durante tantos años en la Sevilla taurina, apostó por la plaza de siempre. En cambio el público acogió la nueva propuesta con los brazos abiertos.
De aquel ejército de enemigos que tuvo la Monumental de Sevilla, los más activos fueron los generales, que nunca dieron la cara, ya que utilizaban su poder para mover a su interés tanto a los políticos de turno como a la prensa condescendiente y dependiente de sus intereses económicos para que lo hicieran por ellos. Todos menos uno. La única constancia que hemos encontrado en la prensa es una entrevista al conde de Santa Coloma en la que declaraba que su condición de maestrante le impedía llevar sus toros a la Monumental.
Una actitud coherente, que a su vez incluía un reconocimien
to expreso a Joselito: “Sí
señor. Yo soy maestrante y no puedo contribuir a que se perjudique a la plaza de la
Maestranza, que es la Beneficencia de Sevilla. Gallito me pidió toros y le contesté:
Están a tu disposición todos mis toros para que los mates tú solo, en cualquier plaza,
menos en la Monumental, de Sevilla”. Aún así, el conde envió un novillo a la corrida
celebrada en la Monumental el 26 de junio de 1919, a beneficio del Consultorio de Niños de Pecho. Este hecho muestra la honradez del señor conde de Santa Coloma, que como decimos, fue el único del que hemos encontrado constancia de manifestaciones claras en contra de la Monumental, pero respetando a Joselito.
La Sevilla de las dos plazas
La idea de las monumentales tuvo su capítulo más efímero, pero más importante, en la ciudad de Sevilla. Las obras empezaron a buen ritmo en 1916, con la intención de inaugurar la plaza en el inicio de la temporada de 1917. Todo se truncó temporalmente, al hundirse varios tendidos mientras se realizaban las pruebas de carga previas a la inauguración. En aquel ensayo de resistencia se hicieron muchas cosas mal, tan mal como que los técnicos, superados por la situación, renunciaron a seguir con el trabajo que el gobernador les había confiado. Aquella noche se hundió la plaza, entre un estruendo de rumores que extendieron por la ciudad la noticia del accidente y la sospecha de un sabotaje dinamitero. El avispado Salgueiro, empresario de la Maestranza, que contaba para su plaza con la presencia de Juan Belmonte, acudió a Joselito para ofrecerle la posibilidad de torear en su plaza, ya que en la nueva no podría hacerlo. José rechazó la propuesta en aquella ocasión y lo haría por segunda vez antes de la feria, cuando Salgueiro se quedó sin Belmonte por una cogida sufrida en Madrid. Así fue como en 1918 la Feria de Abril se quedó sin José y sin Juan. La negativa de Gallito deja entrever un disgusto del torero por las malas artes de sus rivales. Aun así, no hemos encontrado en prensa declaraciones de Joselito en contra de sus detractores, ni de los maestrantes, ni de su plaza.
Superados los problemas iniciales, se inauguró el 6 de junio de 1918 con la asistencia de 19.000 espectadores, si atendemos a la crónica de El Liberal. Solamente tres meses después, el 19 de septiembre, la plaza se llenaría por primera vez en una novillada programada un jueves de diario, con ganado de Felipe Salas para Ignacio Sánchez Mejías y Bernardo Casielles. Once días después volverían a agotarse las localidades para despedir a Rafael El Gallo.
Joselito, cansado de los continuos escándalos que protagonizaba su hermano por toda España, le preparó una despedida con actuaciones en todas las plazas importantes. De la afición sevillana lo hizo en la Monumental, el 30 de septiembre, en plena feria de San Miguel. Por cierto, aquella tarde en la Maestranza no se programó festejo en una feria en la que se dieron solamente tres novilladas, con Manuel Belmonte como base de los carteles.
Así empezó la andadura de la Monumental de Sevilla, con un éxito que se repetiría en 1919, la única temporada completa en franca competencia. Cuando Joselito marchó a Lima a finales de 1919, en Sevilla se realizaron las oportunas gestiones para que en 1920 Salgueiro llevara el negocio en las dos plazas. El apaño para que el empresario de la Maestranza llevara de nuevo el monopolio taurino en la ciudad se hizo a través de Joaquín Gómez de Velasco, apoderado de Juan Belmonte, que hizo las gestiones oportunas para reunirle con Manuel Pineda.
La base del éxito de Joselito
Consideramos que Joselito fue el torero que con su actitud profesional y personal marcó un punto de inflexión, cambiando a partir de él aspectos fundamentales en el desarrollo de las fiestas de toros. La amplitud de su influencia, que podríamos considerar de “banda ancha”, modificó aspectos tan diversos y decisivos como la selección del ganado, las relaciones de los toreros con las empresas, e incluso la propia organización de los festejos, con su impulso de plazas de toros con capacidad para más de veinte mil personas. Es curioso que un siglo después de Joselito, las ferias que gozan de mejor salud sean las de San Isidro y San Fermín, ambas en plazas con capacidad “monumental”. En el caso concreto de Sevilla, la plaza de José solamente duró dos temporadas y media. A su muerte, los detractores consiguieron clausurar el edificio, mediante un gobernador taurino que había sido empresario de Vitoria y secretario de la Asociación de Propietarios y Empresarios de Plazas de Toros, bajo la presidencia de Julián
Echevarría.
Todas estas circunstancias marcaron la base del triunfo de Joselito El Gallo. Un éxito reconocido a su muerte por la gente del toro, como consta en las muestras de dolor recogidas en los diarios de aquellos tristes días. A las manifestaciones de dolor se unió el pueblo, llenando las calles de Talavera de la Reina, Madrid, Sevilla y todas las localidades por donde circuló el tren llevando sus restos mortales. Lamentablemente el tiempo ha diluido aquella realidad y se ha impuesto una versión más novelesca, y por tanto injusta con Joselito El Gallo. Tal magnitud adquirió su figura que aún cien años después de su muerte, algunos no se lo perdonan. Una muerte que engrandece a todos los toreros caídos en el ruedo, convirtiéndolos en leyenda.
Quizás en este año de su centenario se recupere la verdadera dimensión del que para nosotros fue, es y siempre será El Rey de los Toreros.