La ciencia deconstruye al toro bravo: estas son las razones por las que embiste

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Fernando Gil, biólogo, y Julio Fernández Sanz, veterinario, ambos parte de Tauromaquias Integradas, explican cómo responde el toro a los estímulos de la lidia, hormonal y físicamente.

Redacción: Juan Diego Madueño 

El toro de lidia es un concepto nebulosa como el amor. El armazón que ha sobrevivido al paso de los años ha servido de excusa a los afectados, que se han esmerado en adornarlo todo este tiempo hasta construir una leyenda que ha arruinado a muchísimos jóvenes. Las canciones, los poemas, los relatos, los reportajes, las fotografías, han dado lugar a un mito que estaba ahí antes que nadie. Los enamorados y los toreros lo han transformado pero el origen, que permite adornar una habitación adolescente o hacer llorar a cualquiera, sigue vagando, imposible de encajar. ¿Da miedo o es un encanto? ¿Es salvaje o está domesticado? ¿Ataca atávicamente o porque le obligamos?

La literatura ha tratado de abordar esas cuestiones sufriendo un proceso de degeneración desde la Generación del 27 a los portales de información taurina, que han malinterpretado el sentimentalismo inherente a la batalla. Construyeron una épica chorreante. Al toro bravo ya no le caben más adjetivos. Tampoco la nueva afición llega leyendo la espesura de párrafos y párrafos plantillas, estribillos ambulantes que pasan por cada feria. Ciertas cosas leídas por alguien del otro extremo son ridículas. Pocas lecturas taurinas sirven de abstracción. El análisis muchas veces está tapado por el folclore simpático del viajero que escribe lo que ve y al que nadie entiende. El argot ya no lo compran ni en Visor.

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