Sebastián Castella entró por sustitución y sedujo también a Bogotá, a la exigente, la de los silencios profundos, a la plaza que da y quita en Colombia.
Redacción: Juan Guillermo Palacio – Foto: Juan Pablo Garzón Vásquez
Bogotá – Colombia. Al parecer quedan menos rastros de su condición bipolar. Ya no es el torero prefabricado y previsible de tantas temporadas. El nuevo Castella es un ser más espontáneo, expresivo y amoroso, cambios que se perciben en su manera de estar en el ruedo y de torear.
Aprovechó la lenta embestida de su primero e hizo gala del romanticismo francés. Fue más interesante la primera parte de su faena porque remató derechazos y naturales con profundidad. Pero el toro terminó caminando, y aunque la suavidad se potenció, la faena perdió valor. La presidencia terminó dándole la oreja, más por la presión del público que por convencimiento.
Con el quinto, un corniapretado que embestía largo y humillado, toreó con lentitud. Alternó hermosos naturales y derechazos con recortes por bajo y cambiados por la espalda que transmitieron belleza y emoción.
Le brindó a un banderillero colombiano de su confianza, Álex Benavides. Castella llevó personalmente la brega del toro en el segundo terció y se inventó un regaño a Benavides por estar, aparentemente, en el lugar incorrecto. Fue una estratagema que le dio más sentido al brindis y a su relación de amistad.
Quiso matar recibiendo en los medios de la plaza. Cerrar con poesía. Pero el verso no le salió en las tres ocasiones en las que intentó rimar… a ley.
No cortó más orejas, pero se ganó el respeto y el afecto de los asistentes, quienes lo obligaron a dar la vuelta al ruedo con la misma honestidad con la que le vieron torear.
Esa relación fluida con el público no la tuvo Morante de la Puebla. El de Puebla del Río ilusionó en su primera faena. Creó verónicas genuflexas, rematadas arriba, y quites por delantales de espasmo. Hasta que le cogió asco al toro por indeciso y por llevar la cara alta. Fue por la espada como lo hace siempre que pierde la confianza.
Su decisión generó incomodidad en el público, que le cobró en su segunda faena la inestabilidad emocional. Morante dejó estrellar el capote en varias ocasiones haciendo ver mal a un toro que iba relativamente mejor al percal de su cuadrilla. Eso sacó de quicio a un sector, que lo hostigó y lo sacó de lugar, justo cuando ofrecía naturales hondos. Fue por la espada y quedó en deuda.
Cerró el colombiano Luis Miguel Castrillón. Sus buenas intenciones y maneras perdieron valor por la debilidad del primer toro al asentar su mano izquierda. Ese defecto motriz terminó pesando en la valoración de la faena.
Con el anovillado sexto tuvo conexiones intermitentes, especialmente cuando lo presionó con toques fuertes. Pero el toro no tenía fuerza, ni ganas, dejó repentinamente de transmitir y se paró, marchitando sus ilusiones de triunfar.
Tercera vez que quedan en deuda los toros de don Miguel en esta temporada colombiana. No tienen el motor y la movilidad que los han hecho famosos. Lo espera una exhaustiva revisión de los libros.
Debutó al comando de la Santamaría la empresa mexicana Casa Toreros. Al parecer tienen el don de la paciencia. Anuncian ya nuevas estrategias para seducir a la afición, un reto que debe ser de largo plazo. El rigor logístico, la devoción por los detalles y una inquebrantable afición lograrán que la Santamaría sea también su Casa de Toreros.
Síntesis del festejo:
Temporada de Bogotá 2020. Primera corrida. Domingo, 2 de febrero del 2020. Tarde fresca y cielo parcialmente despejado. Tres cuartos de plaza de asistencia. Se lidiaron toros de Ernesto Gutiérrez Arango, disparejos, dos chicos, cuatro más cuajados, cuatro cornicortos y dos de digna cornamenta. Tuvieron juego desigual: se destacó el lote de Sebastián Castella; los demás, justos de fuerza y de casta. Morante de la Puebla: pitos tras aviso y pitos. Sebastián Castella: 1 oreja y vuelta con saludo tras aviso. Luis Miguel Castrillón: palmas y silencio.
El domingo 9 de febrero se lidiarán los toros de El Manzanal para el colombiano Sebastián Vargas, el español Manuel Escribano y el venezolano Jesús Enrique Colombo.