Un festival por lo general es más flexible en el protocolo de la liturgia del toro bravo pero no debe perder el fundamento taurino y mucho menos desconocer la categoría de una plaza.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora – http://enelcallejon.webnode.es – Web Aliada
Cali – Colombia. Es gratificante ver en una plaza esos ejemplares que trasmiten, palabras más, palabras menos, eso bureles que gozan de casta, independiente de la bravura que traigan dentro o la franqueza con que asumen el encuentro con su oponente, pero la “casta” por decir algo entendible es la “alegría o entusiasmo” con que el animal afronta el encuentro con el oponente, indiscutiblemente esa condición lleva emoción al tendido y motiva al torero a desplegar su habilidad artística.
En ese orden de ideas, nuestros aficionados actuales, vibran cuando un astado goza de casta, pero equivocadamente con esa “alegría” estamos tomando los pañuelos para solicitar el indulto del toro o novillo y dejamos a un lado otras virtudes que son igual o más importantes que esa mera condición. El indulto representa el reconocimiento a un toro en el cual se identifican caracteres fenotípicos (hechuras y/o trapío), genotípicos (procedencia) y un comportamiento propio de su raza, en grado superlativo (casta, bravura, nobleza, fondo), y algo muy importante es que esta identificación y honra es hecha por aficionados, matadores, ganaderos y autoridades de la plaza, que son entendidos en la materia, y coinciden en la observación y juzgamiento. Además, el reconocimiento tiene que hacerse en todo los tercios, de principio a fin y debe mantener todo el conjunto de condiciones en una misma intensidad.
Viene ahora esa “controversia” por llamarla así, pues para quien curiosea la tauromaquia y esporádicamente asiste a un festejo taurino, esa alegría contagiante, que hoy vivimos en la “era emocional”, hace que con solo la casta se llegue al máximo galardón que tiene el arte taurino, pero quien constantemente como aficionado va por las plazas y valoran la categoría de la misma, quedan con el sin sabor, sintiendo que se está desdibujando el arte taurino, la preocupación con honestidad es ver de manera más profunda si estos detalles crean o no afición porque el riesgo está en restarle importancia al toro bravo, en las plazas se ven muchos ejemplares con virtudes superiores a la casta y pasan desapercibidos porque son limitados en su “alegría” y/o quien lo lidia no apunta a hacer eso que el burel pide para exponer sus virtudes.
Bienvenida la democracia a nuestra fiesta porque sin duda es donde se evidencia su verdadera aplicación, pero no perdamos el fundamento taurino y mucho menos desconozcamos la historia de la Plaza de Toros Cañaveralejo y su categoría.