Recordé las tardes de toros en la Gran Madrid, catedral del toreo mundial. En esas lejanas tierras los toreros son respetados, vistan de oro o de discreto azabache.
Redacción: Javier Baquero –JABA–
Cali – Colombia. Hablando con algunos aficionados recordé las tardes de toros en la Gran Madrid, catedral del toreo mundial. Allí, me refiero a España, los toros son otra cosa, la fiesta se vive de otra forma, se respeta a todos los estamentos de la misma y a cada uno se le da su sitio, basta ver como al matador de toros colombiano Jaime González – El Puno, todo el mundo le llama maestro.
En esas lejanas tierras los toreros son respetados, vistan de oro o de discreto azabache.
Los públicos «brincan», incluso «abuchean», pero con altura y un respeto particular.
Las empresas valoran y reconocen el valor de los que de luces se visten, incluso de los que con la pluma alientan y promueven el espectáculo. Al arenero o al monosabios lo ven con altura. La fiesta se vive de verdad. Yo en mis pasos por la catedral recibí y sigo recibiendo a la distancia, el mejor de los tratos. Las entradas nunca fueron un premio a mi trabajo, más si, un reconocimiento al profesionalismo del medio para el que escribo y a la profesión que elegimos.
Que lejos estamos de alcanzar la calidad de la fiesta que nos merecemos.