Cierra la feria de Sevilla y se abre la de San Isidro en Madrid. La fiesta cruza el desfiladero, peregrina de una catedral a otra. Pero no solo cambia de sede y fechas (espacio y tiempo). Cambia de modo, de dimensión, de sistema referencial. Y cuando este cambia, todo cambia. Lo explicaron bien Einstein y Belmonte hace más de un siglo.
No hay tal toreo eterno y universal. El toreo es ahora y aquí. Siempre lo ha sido. Y hoy, dejadas atrás las doce corridas continuas en La Maestranza, corre hacia las treinta y cuatro de Las Ventas. Mundo cercano y distante, donde más allá de los carteles y el oropel aguardan otro toro, otro público y otra idiosincrasia. Donde no hallará música, ni plácidos lagos de silencio. Donde miles y miles de miradas y voces inquisidoras, presentes y ausentes, juzgarán cada suerte decidiendo destinos. Quien lo sabe lo teme. Las figuras más que nadie.
Plazas de Sevilla y Madrid. Ni mejor ni peor. Realidades aparte. Planetas con gravedades y atmósferas propias. Ambos existen, son ambos. El aficionado se adapta más a uno u a otro, según su metabolismo taurino. Los toreros también, solo unos pocos han podido reinar en los dos.
El del Baratillo, en una feria feliz por los muchos toros que salieron y embistieron a su gusto, ha mantenido en órbita satélites como: El Juli, Roca Rey, Perera, y Manzanares. Pero quizá su acontecimiento cumbre haya sido el estrepitoso lanzamiento de uno nuevo; Pablo Aguado. Además, refrendó su licencia de vuelo a veteranos como: Ferrera, Cayetano, Morante (por ser Morante), Urdiales, El Fandi, De Justo, Chacón y Bolívar en preferia. Dos jóvenes emergentes pasaron el examen de admisión; Galdós y Lorenzo.
De todos, algunos no estarán en este multitudinario San Isidro. Los más encopetados, porque no quisieron y los menos porque quisieron y no los invitaron. Del resto, el dieciséis de junio por la noche ya se sabrá su sino.