Ambos toreros, Morenita más valiente. Su marido, El Colombiano, más enterado. Se complementaban bien. Iban por pueblos donde ni médico había, pechando con matreros, tigreros, criollos, media casta o desechos de casta completa. No ganaban mucho. El amor y la afición ablandaban las penurias.
Tenía catorce años cuando debutó calzando zapatillas deportivas en El Caimo (Quindío). Estribaciones de la cordillera central, al sur de su Armenia natal. Pronto vio que los públicos, más que a su juventud, belleza y alegría, se rendían a su valor. Abundó en exhibirlo. No impunemente. Las cornadas vinieron y una con destrozo vascular femoral la puso al borde. Nada. Siguió: “Mi deseo es morir en la plaza”, decía oronda.
No le fue dado. Retirada, pero fiel al toro se hizo maestra en la Escuela de Tauromaquia de Cali. Alberto Lopera, memorioso taurino, autor de “Colombia tierra de toros”, relata la quizá más kitsch de sus gestas. Una temporada (1959) de festejos mixtos agenciados aquí por el español José Fernández “Jerezano” hasta en plazas de primera como Cali, Manizales y Medellín.
Después de “Los marcianos”, la parte bufa, montaban una parodia de la película “Quo Vadis”. Vestida con túnica, como la heroína cristiana Ligia, era atada firmemente a un poste. Soltado el novillo, quebraba y recortaba las embestidas, gracias al juego previsto del mástil en la base.
Ursus, representado por el novillero “El Águila” terminaba mancornando la res, mientras contra la barrera una guardia romana, en la que alineaba el mismo “Loperita”, vigilaba. Luego, el matrimonio, ya de luces, lidiaba en serio reses a muerte.
Bertha Trujillo “Morenita del Quindío”, mi amiga, tomó alternativa (primera de mujer) en Comalcalco, México 1968. Y con miras a confirmar en Madrid, se presentó en San Sebastián de los Reyes junto a Manolo Ortiz y Ortega Cano. Pero en Las Ventas no halló alternantes. Superó las 2.700 faenas. Murió en Cali, a los 83. El 11 de noviembre hará siete años.