Lo kitsch en el toreo (V)

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En Cali, hace 126 años, el 25 de septiembre de 1892 por la tarde, un incidente baladí quedó registrado en crónicas que con los años le han dado significancia. Sucedió al otro lado de río. Donde ahora se levantan los edificios del Centro administrativo municipal.

En la hechiza plaza de guadua, eregida provisionalmente para la temporada taurina que tuvo como atractivo el debut del matador madrileño Tomás Parrondo “El Manchao”, alternativado por don Fernando “El Gallo” en Barcelona tres años antes. Trascendente, porque además con él debutaba la moderna corrida. Los tercios, el reglamento, el nuevo traje de luces, el pasodoble.

Durante casi un siglo de distanciamiento con España, secuela de las guerras de independencia, la fiesta evolucionó mucho por allá, mientras por acá se quedó en los viejos modos caóticos, multitudinarios, pregoyescos, que aún sobreviven como “corralejas” en las sabanas del norte colombiano.

La pequeña villa, de costumbres aldeanas, continuaba celebrando sus toros así. Desconociendo las transformaciones que provocaron acontecimientos como la apertura de la Escuela de Sevilla en 1830, las tauromaquias innovadoras de sus egresados; Desperdicios, Cúchares, Paquiro. La depuración del estilo por maestros como Lagartijo, Frascuelo y su heredero Guerrita. La nueva normativa, la nueva estética.

La presentación de Parrondo echó todo eso de sopetón al ruedo del bucólico y caluroso poblado. Fue un súbito salto en el tiempo que impactó al pueblerino público. La mayoría, deslumbrados por la vistosidad y las suertes novedosas lo acogió con entusiasmo. Pero algunos tradicionalistas alicorados lo encontraron esnob, ridículo y amanerado (Kitsch). Se lo tomaron a chacota e hicieron blanco a los toreros de burlas y bromas hirientes.

El bizarro matador, indignado los encaró y desafió a que después del festejo le rindieran cuentas. Por fortuna la sangre no llegó al río y en período, no mayor a las sucesivas cuatro corridas, lo estrafalario se convirtió en ortodoxo. Tal cual el incidente que marcó aquí un repentino cambio de gusto. (Sigue)

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