El Viti: «Madrid sólo te da; al que le quita Madrid es que no lo tuvo nunca»

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Santiago Martín ‘El Viti’ no es sólo torero de Madrid, es EL TORERO de Madrid. El matador de a pie que más veces (14 y una más de novillero) ha atravesado en volandas su Puerta Grande.

Redacción: Marco A. Hierro

Es taxativo, pero no cortante. Es académico, pero no cargante. Es torero. Lleva el temple tan dentro que lo convirtió en una leyenda, pero sobre todo en un reputado y admirado caballero que si de algo presume en su vida es de ser buena gente. Era lo que le decía su madre a los que la felicitaban por los éxitos de su hijo: “Me vale con que me digan que es una buena persona”. No sabe hasta qué punto siguió sus consejos.

Pero el torero, ese que su madre hubiera cambiado por un puesto de conserje, fue sobre todo un torero de Madrid. Fue, de hecho, EL TORERO de Madrid. El que más veces abrió su Puerta Grande: 14 de matador y una más de novillero. Desde aquel 13 de mayo de 1961 en que, en pleno San Isidro, Gregorio Sánchez le cedía la muerte de Guapito, de Alipio Pérez-Tabernero, en presencia de Diego Puerta, sus salidas en volandas fueron tan habituales como sus faenas rotundas. Y lo fueron tanto que es de los pocos toreros que aguanta hoy la tiranía del vídeo. Por eso fue, tal vez, un adelantado a su tiempo.

Lo fue con faenas de limar asperezas y correas, como aquella del toro de María Teresa Oliveira; lo fue con aquellos dos Galaches salmantinos que traían las orejas colgando desde Salamanca para que él explicase cómo se cortaban; y lo fue, sobre todo, con aquel colorao de su familia Garzón, de sien estrecha y perfil escaso, pero de tremenda calidad en la embestida para que Santiago redefiniese la palabra temple.

“Con aquel toro estuvieron a punto de darme un rabo, lo que yo considero que hubiera sido excesivo”, dice el maestro sin un ápice de falsa modestia. Está convencido de que “se ven cosas que a lo mejor no son normales en los aficionados. Recuerdo que aquella tarde vino Chaves –Antonio Chaves Flores, su peón de confianza- y me dijo: compadre, te están pidiendo el rabo. Yo le respondí que esperaba que el presidente fuera juicioso y no lo concediese. Y así fue, afortunadamente. Son cosas de las pasiones, que las vives para ti”. Pero aquella fue sólo una tarde más en la Villa y Corte. Hubo muchas más que escribieron la página más laureada de la historia en este ruedo.

Como la tarde primaveral en que Santiago se empeñó en que regresaran los toros de Miura a Las Ventas tras más de una décadas sin lidiar en Madrid. Y a uno de los astados que llegaron de Zahariche le cortó el maestro las orejas. O aquella reaparición setentera para la que eligió el charro las ganaderías de Pablo Romero y Victorino Martín, para que no le mirasen si le desteñía la púrpura del manto. Y, aun así, nunca se sintió colmado con los éxitos que llegaron.

“En cuanto a dejarme totalmente conforme”, explica Santiago con locuacidad, “ninguna de aquellas tardes de Madrid lo hizo, y tampoco cualquier otra de mi carrera. Siempre me quedaba algo por rematar, por conseguir, por ultimar, por hacer… Nunca llegué a mi meta porque siempre busqué más. Siempre me sabía a poco lo que me daba Madrid”. Y en lo que sí se siente contento y lleno es en la actitud que el público tuvo siempre con él.

“El público de masas, y en eso coincidimos buena parte de mis compañeros –no todos- es el mejor público de masas que hay en el mundo”, sentencia El Viti. “A diferencia de otros espectáculos, el público taurino nunca guarda rencor al torero, porque aquí nunca hay un perdedor, como sucede, por ejemplo, en los espectáculos deportivos. Es la gran virtud que tiene el público de toros”.

Aquella tarde del 79 que fue la última de El Viti en la arena venteña se recuerda por la sinceridad de la apuesta, por la madurez del trasteo, por la franqueza del duelo al romper con la plaza el cordón umbilical. “Madrid nunca te quita”, asegura el maestro mientras se detiene pensativo a recordar momentos. “Madrid sólo te da. Al que le quita Madrid es que no lo había tenido nunca. Al menos esa es la experiencia que yo viví con esta plaza, con la que me amalgamé hasta tal punto que no se puede entender mi carrera sin ella. Aunque también tuve mis desencuentros, porque esto fue como un matrimonio, que también tiene momentos menos buenos por la pura convivencia…”. Y así fue.

Ocurrió en el año 1968. Fue entonces cuando Santiago le dio un descanso a su idilio con Las Ventas para celebrar el San Isidro paralelo en la plaza de Carabanchel. Allí, en Vistalegre, Florentino Díaz Flores, apoderado de El Viti, le plantaba la batalla a Livinio Stuyck, con el que no se había entendido en la negociación para la feria más importante del mundo. Dos corridas de toros, dos días seguidos. Dos llenos de ‘No hay billetes’. Pero hasta que se colgaron los dos carteles, no se tuvo tan clara la victoria en aquel pulso.

“El miedo estaba encerrado, porque era un reto en el que nos jugábamos de verdad el sí o el no de un lanzamiento nuevo en la profesión”, recuerda el maestro con los ojos entornados, “pero el riesgo era muy grande”. Y tanto que lo era. “Confieso que cuando se acabó el papel las dos tardes yo no lo entendí. Yo pensaba que podría haber una gran entrada, pero no lo que hubo. Y luego, además, ayudó la primera corrida de toros, de Garzón, ayudó también la segunda, de Lisardo, y todo con carteles que bien podían haberse dado en San Isidro. Gregorio Sánchez y Ángel Teruel en la primera tarde y el propio Gragorio y Agapito Sánchez Bejarano la segunda. Resultó muy bien, pero antes de que llegase la fecha, cuidadito. A mí no me quitó el sueño organizar aquello, pero a Florentino, sí. Porque él tenía la responsabilidad de gestionar, y eso conllevaba un riesgo. Yo tenía un sentido del riesgo diferente, y creía que iba a salir bien porque creía en la afición de Madrid. Y no me equivoqué…”.

Por supuesto que no se equivocó, pero también es cierto que le cortaría un rabo la segunda tarde a un toro de Lisardo Sánchez, en una faena que valdría sin problema para los cánones de hoy.  Porque si algo tuvo El Viti, fue humildad para ser figura en lo que se hubiera propuesto. “Hoy esto está mucho más difícil que entonces”, dice entre risas. “Hoy empiezan donde nosotros terminamos…”.

Fueron 14 veces. Y una más como novillero. 14 caricias a la historia para labrar su nombre en el friso del Olimpo. Para seguir siendo, a pesar de todo, simplemente Santiago. Esa buena persona que su madre siempre supo que sería.

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