El cielo saca un pañuelo naranja Juli cruzó hoy la Puerta del Príncipe con el doble reto de la inquietud personal y la moral conseguido: el de sentirse libre de su propia carrera y el de sentirse esclavo de quien tanto le dio.

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TEXTO: JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO / FOTOGALERÍA: SARA DE LA FUENTE

Donde empieza la vida, donde empieza la libertad. Juli cruzó hoy la Puerta del Príncipe con el doble reto de la inquietud personal y la moral conseguido: el de sentirse libre de su propia carrera y el de sentirse esclavo de quien tanto le dio y ya no está.

Cuatro orejas de libertad y esclavitud a partes iguales: las dos físicas de autogobierno contra un sistema contractual que no se lo ha puesto fácil en la temporada de sus veinte años de alternativa; las dos incorpóreas –del quinto- al ganadero que desde el cielo sacó el pañuelo naranja. Ambas necesarias –las primeras libres por compromiso y lucha; las segundas esclavas por pacto moral- pero ambas imprescindibles en esta tarde para la historia.

Eran las 20:17 horas de la tarde cuando el Maestro Tejera anunciaba Churumbelerías sobre el ruedo en el que Juli, diez minutos más tarde, daba vida donde a punto estuvo de perderla con uno de Victoriano del Río. Para entonces, el hombre ya había sellado el contrato con la afición que el torero había rubricado con su faena; más tarde, hizo propio el concordato por esa libertad de ser mandón en su carrera. Lo lleva consigo y así lo vio Sevilla cuando lo sintió crujirse de toreo.

Y supo esperar con ese toro quinto del indulto con temple y enaltecer al animal bajándole la mano en una primera serie que estuvo plena de hondura. Supo ralentizar el tranco y torear para una plaza entregada. El inicio sometedor, el toreo domeñador y la libertad de saberse mandón exigiendo al de Domingo por la diestra. La suavidad a la hora de embeberlo, en el segundo exacto de llevar el viaje, de conducir el trapo hasta el final de la cadera y de volver a plantear el toreo en el siguiente muletazo con la emoción a flor de piel. ¡Qué suavidad torera la de Julián! Y le respondió Sevilla a la humillación enclasada, humillada y brava del de Garcigrande que se ganó por méritos propios la vida.

Antes, le pegó al segundo naturales totalmente muertos, mimando la embestida con el vuelo por abajo para crujirse y saberse dueño y señor del tranco salvaje del toro. Y los redondos finales para formarle el jaleo sensacional del doble premio con el que empezó la tarde. Fue el cambio del ecuador muleteril el arma para templar la faena, el alma para persuadir a Sevilla y el disparo para sentirse libre en este ruedo. Y lo consiguió. Cuatro orejas, dos simbólicas, atestiguaron la historia de una plaza que vio cómo una nube asomaba un pañuelo naranja.

En esa historia libertaria y de esclavitud moral de Julián con Domingo, Ponce se coló para cortarle una oreja al cuarto, que se abría en la salida de cada muletazo y miraba al horizonte apuntando alguna huida de la suave muleta de Enrique. La sucesión de pases por ambos pitones tuvieron mucha estética y plasticidad con un maestro en total plenitud. Fue una faena de altos vuelos y variada ante un toro manejable al que Ponce hizo mejor de lo que era. Talavante, que hoy no tuvo su tarde en la deslucida temporada que lleva, sí sumó un contrato más, como el que tiene el martes.

Hoy fue el día de Julián y Domingo. Porque solo un palio de Triana tiene el honor en esta genial ciudad de mirar el Guadalquivir a hombros del pueblo. Y también, hoy, un Juli que, viendo el Altozano en volandas, observó cómo el cielo le sacaba un pañuelo naranja.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Lleno.

Toros de Domingo Hernández y Garcigrande. Noble pero sin fuerza y a menos el primero; bravo el buen segundo, falto de fuerza; deslucido el tercero; de buena condición el humillador cuarto; de indulto el extraordinario «Orgullito» quinto, bravo en su conjunto; desagradecido el deslucido sexto.

Enrique Ponce, silencio y oreja.

El Juli, dos orejas y dos orejas simbólicas.

Alejandro Talavante, silencio y silencio.

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