—El muerto no estaba muerto. Estaba vivo. Pero no estaba vivo— Con ese retruécano comienza Charles Cumming su novela “El sexto hombre”. Cómo no seguir leyendo.
En esas estaba cuando me llamó Diego —El domingo 15 reanudaremos el programa (El Ruedo)— dijo. Tres meses antes, a poco de terminar la feria de Cali, él mismo, como director, había puesto fin a 37 años de continuidad. Lo había disuelto sin más explicaciones. La evidencia las hacía innecesarias. Me alegré por él y respondí que siguiera contando conmigo. Pero no me sentí muy optimista.
Veo la radio taurina como Cumming a su muerto, viva, pero no viva. Al menos ni sombra de lo vigorosa y feliz que fue hasta terminar el siglo. Para no compararla con otras muy pujantes actuales como la futbolera, por ejemplo.
El asunto ha sido la pérdida de audiencia. Su sangre, su presión arterial, su aliento; tras ella se han ido, la importancia, los patrocinadores, la financiación. Grave, pero solo es el síntoma, no la enfermedad. Esta va más honda. En su razón de ser, la fiesta. Su pulso es común. La salud de una refleja la otra.
Cómo no evocar aquellos años sesenta cuando acá todas las emisoras competían con espacios taurino permanentes, todo el año, y en las ferias no cabían los micrófonos. En las oficinas de la plaza, el patio de corrales, el callejón, los hoteles de la torería, desde el umbral a las habitaciones. De la mañana a la noche. Minuto a minuto. Hasta se colaban en los carros de cuadrillas. Nada escapaba. El interés era máximo. El rating altísimo y los anunciadores hacían su agosto de enero a diciembre. ¡Qué tiempos! ¡Qué pasión! Ya nadie.
Pero qué le vamos a hacer. El domingo a las ocho estaremos de nuevo por “Súper”, con los toros, con los fieles. Manteniendo el hálito radial del acosado culto, pues mientras estemos vivos, no estamos muertos.