La Feria de Abril, entre los carteles ‘remataos’, el ombliguismo sevillano y la tradición de San Miguel

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Antonio Lorca

El abono de la temporada, compuesto por combinaciones bien conjuntadas y atractivas, con predominio de toreros y toros artistas, será un buen reclamo para la taquilla

Redacción: ANTONIO LORCA – elpais.com

Hay que reconocer que los carteles de la próxima Feria de Abril son la guinda del pastel, remataos, como gustan en Sevilla (prácticamente los mismos de 2023), bien combinados, plagados de nombres reconocidos y ganaderías artistas y colaboradoras con los toreros. Carteles que, sobre el papel, son un buen reclamo para la taquilla que, con seguridad, atraerá largas colas a pesar de las nubes sombrías que se ciernen sobre la economía.

La cartelería sevillana es, sin duda, un orgullo para los espectadores de esa nueva tauromaquia que busca la diversión por encima de cualquier exigencia inherente a la fiesta de los toros.

La Feria de Abril de 2024 es, un año más, una tarta bien cocinada, apetitosa y aderezada con esa otra guinda que se llama Morante de la Puebla, que vuelve a su plaza después de su grandioso triunfo del año pasado, y que le ha servido para ser el protagonista absoluto del abono de 2024. Y La Maestranza se llenará, seguro, los días en los que el torero está anunciado, y un público embelesado esperará anhelante que reaparezcan las musas del artista para vivir, quién sabe, otro instante inolvidable.

Al lado del reconocido maestro, el joven veterano Borja Jiménez, que entra en la feria por méritos propios y por la puerta grande de la que salió en Madrid. Ya conoció este torero la alegría de la Puerta del Príncipe en su etapa como novillero, y se le acogerá con cariño y expectación.

A Sevilla nunca le ha sido fácil abrazar a los toreros de fuera; nadie se acordará de un nutrido grupo con méritos para estar en La Maestranza

Con el mismo interés que hubiera despertado un cartel con los dos gallos del corral, Daniel Luque y Roca Rey, imposible por ridículos y pueriles enfrentamientos personales; de cualquier modo, ambos, también porque lo merecen, tendrán sobradas oportunidades para reverdecer laureles.

Morante, Jiménez, Luque y Roca estarán bien acompañados; en realidad, todos los actuantes acuden entre algodones porque quince de los diecisiete carteles están integrados por figuras, y solo las corridas de los días 7 y 9 de abril incluyen toreros que no gozan del “aprecio maternal” de la “afición” de esta tierra.

Carteles remataos, sí, como enseñó el recordado Diodoro Canorea a su yerno Ramón Valencia, gerente actual de la empresa Pagés, y como gustan, claro que sí, a la Real Maestranza de Caballería, propietaria de la plaza y muy interesada en el lleno de “no hay billetes”, pues no en vano se embolsa algo más de un 22 por ciento de la facturación de cada festejo. Y encandilan, también, a la inmensa mayoría de quienes asisten a la plaza, que añoran el arte con artistas de cuatro patas antes que hazañas con toros.

Los carteles remataos -bien conjuntados, atractivos, con predominio de los toreros artistas y toros del mismo palo- son los que, por lo visto, apetecen en esta ciudad.

La Puerta del Príncipe de La Maestranza vista desde el monumento a Pepe Luis Vázquez.
La Puerta del Príncipe de La Maestranza vista desde el monumento a Pepe Luis Vázquez. PACO PUENTES (EL PAIS)

Un abono aristocrático, -los tendidos de sombra, claro-, para gente bien, económicamente pudiente (La Maestranza es una plaza muy cara, y este año los precios de las entradas suben un 6 por ciento, si bien aclara la empresa que estaban congelados desde 2020), generosa de ánimo, bien maqueada, necesitada de reconocimiento social, que acude de punta en blanco y sonriente a la mejor pasarela mundana de la capital.

El templo taurino sevillano es hijo de la ciudad que lo parió: ombliguista, “la mejor feria del mundo”, “después de mí, nadie”, como si la tauromaquia y su larga y fecunda historia se iniciara y pusiera fin en la Puerta del Príncipe.

Por esa razón, ni la empresa ni sus clientes suelen echar de menos a ningún torero en los carteles. Están los que tienen que estar, y se acabó. Porque es un abono para respetables señoritos, un público local o foráneo sin más empeño que pasarlo bien con un arte que no se puede aguantar y una minoría de pacientes aficionados que carecen de capacidad para hacer oír su voz.

Nadie se acordará de un nutrido grupo de toreros con méritos para ver desde el albero los arcos de La Maestranza y que no están; los menos, locales ellos, porque no han sido capaces aún de escapar de la zona muy baja del escalafón, y el resto, porque no ha obtenido la vitola de gran figura y, además, ha nacido más allá de las murallas de la ciudad.

Carece de sentido que en el mes de febrero se anuncie la otoñal Feria de San Miguel sin tener en cuenta a los triunfadores de la temporada

A Sevilla nunca le ha sido fácil abrazar a los toreros de fuera, los acoge, sí, si aparecen por casualidad y caen en gracia, pero no más. De este abono están excluidos muchos toreros interesantes, pero nadie preguntará por ellos. Como están otros sin méritos para ello, pero figuran por razones de apellidos o compromisos empresariales. Como la vida misma…

¿Y los toros? Más que los bravos, los colaboradores de siempre. Miura, por tradición; Victorino, por reiterados triunfos después de muchos, muchos años de ausencia, y los demás, los que las figuras exigen, y no se hable más. De hecho, los mismos del año pasado: solo sale El Torero y vuelven Juan Pedro Domecq y Alcurrucén.

Y después de la Feria de Abril, la de San Miguel, a finales de septiembre.

¿Por qué se anuncian los carteles de finales de temporada en el mes de febrero, se incluyen en el abono y hay que pagarlos con varios meses de antelación? ¿No parece más lógico esperar a los triunfadores de la temporada y presentar en septiembre un abono con las tres corridas del ciclo?

Pues, no; y la razón es simple: se ha hecho así desde tiempo inmemorial y nadie protesta. Y como nadie se queja, la empresa ingresa en su cuenta una determinada cantidad de dinero adelantada por sus clientes sin ventaja alguna a cambio.

Sea como fuere, no es normal, pero así es Sevilla. La tradición debe ser respetada: carteles remataos, pocos toreros y, si es posible, figuras; toros que no provoquen miedo, un público guapo y divertido, y un palco presidencial, -no se olvide-, desorientado y al servicio inevitable del cada vez más cómodo triunfo.

 

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