Público incondicional, extraordinariamente afectuoso, y generosa entrega de El Juli en dos versiones distintas con dos toros diferentes de Victoriano del Río…
El Juli, silencio y una oreja.
Paco Ureña, ovación tras aviso en los dos.
Roca Rey, silencio y ovación.EL JULI se despidió de Bilbao con el aire arrebatado de un novillero y la sabiduría del torero ambicioso de tantas otras ocasiones. Las dos cosas por separado. El arrebato y hasta la precipitación con el penúltimo toro que mataba en Vista Alegre, de Victoriano del Río, bien armado, salinero, tan pronto como codicioso. La ciencia y el gobierno con un serio y potente cuarto que cortó y persiguió en banderillas, y amenazó con trastornar la despedida, si seguía atacando a oleadas como estuvo haciendo justo antes de que El Juli se llegara a la boca de riego para brindar el último de los más de cien toros que tiene toreados y muertos a estoque en esta plaza.
No hubo ni que moverlo ni apuntillarlo. Sabedor de que la estocada era letal, El Juli dirigió la operación a distancia. La vuelta al ruedo, oreja en mano, fue clamorosa. Cuando se metió entre barreras, rompió en la galería de sombra del tendido 3 un coro a la pamplonesa: “Juli, Juli, plasplás, Juli, Juli…!” El prólogo fue el protocolario para despedir en Bilbao a un torero. Un aurresku visto y escuchado con respeto ceremonial. El Juli y el dantzari se fundieron en un estrecho y largo abrazo. Antes de soltarse el primer toro, y aunque ya al asomar por la puerta de cuadrillas había roto una ovación de trueno, todavía tuvo El Juli que salir a saludar para corresponder a otra parecida. Y en seguida el toro salinero, o flor de gamón, dicen los camperos gaditanos, con el que Julián se empleó sin demora, incluso precipitado, impaciente, sin dar respiro, toreando mucho a la voz y estudiando la forma de acoplarse por el pitón izquierdo, que tuvo su aquel. Como si temiera que fuera a parársele por falta de fuerzas, El Juli le dio cuerda sin tregua. No vio clara la muerte, pinchó dos veces sin cruz y no acertó con el descabello hasta el séptimo intento.
Además del adiós de El Juli, el argumento de la corrida era la segunda y última tarde de Roca Rey en la feria, que fue y no fue coprotagonista. Un toro tercero incierto, artero y listo que cabeceó, le buscó las zapatillas y se revolvía por sistema no dejó a Roca, descubierto por el viento, sino defenderse antes de cobrar una horrenda estocada en los blandos. Con la bonanza templada del sexto sí se entendió Roca después de su obligada apertura de firma personal -cambiados por la espalda, trincheras, el desdén- en trasteo firme, breve, templadito, sin dudas, resuelto y acoplado. Un pinchazo, media atravesada.
No hubo premio, Tampoco para Paco Ureña, afanoso, capaz de dibujar con la izquierda algunos muletazos de categoría, pero sin la inteligencia de dominar los terrenos donde mejor quiso su primer toro, de mucha entrega, ni de redondear con un quinto de corrida, flojito y dócil. Se pasó de tiempo, seis pinchazos antes de la estocada que rindió a ese quinto y una estocada perpendicular sin muerte para acabar con el toro que pudo haberle dado un triunfo.