El torero explica al Instituto Juan Belmonte cómo es su día a día
Redacción: Instituto Juan Belmonte
Nací en Colombia, el día el 7 de septiembre de 1994, justamente a las 9:15 de la mañana, en Medellín, y mi nombre es Juan Pablo Correa Sánchez. Pero para el mundo del toro soy Juan de Castilla. Soy torero y moriré torero.
Procedo de una familia humilde, mi padre es albañil y “todero”, como decimos allí, le hace a lo que le salga. Mi madre es ama de casa y cuida a mis sobrinos. Tengo un hermano mayor al que la vida, desgraciadamente, no le ha sonreído. Le quiero y sufro por él.
En mi familia, el mundo del toro nunca había sido algo cercano, pero el que lo lleva dentro, como yo, está envenenado para siempre. El primer contacto con el campo bravo lo tuve con el tío político de mi padre. Tenía una ganadería que se llamaba la Graciela y ahí vi por primera vez el toro en el campo. Fue maravilloso, ahí empecé a soñar con el toro, sin dimensionar lo grande que era la tauromaquia, solo soñaba con lo que veía, no con lo grande que en realidad es.
Desde muy pequeño, en cuanto aprendí a manejar el mando de la tele, siempre que veía algún resumen de toros o alguna noticia, me quedaba enganchado sin saber el motivo. Pero el paso fuerte por primera vez en toros, fue en un espectáculo cómico taurino, que tenía una parte seria en la que un becerrista mató un añojo. Y ahí quedé totalmente enamorado de esto.
La tauromaquia en Colombia se vive como una auténtica fiesta. Las personas cuando van a ir a toros, en su mayoría lo hacen como un ritual. Se levantan, se organizan, se van a un condumio, tertulia, o almuerzo a hablar de toros, se van a la corrida y si sale bien la tarde, se van a festejar y si sale mal, pues también lo festejan porque han visto toros. Es una auténtica pasión, en algunos momentos desbordante. Por eso es tan triste que se esté usando políticamente, cuando ha sido una actividad netamente del pueblo.
Tuve mi inicio taurino con un banderillero de Medellín, pero por determinadas razones no fue muy bien la cosa. Más adelante, se creó la escuela taurina de Antioquia y ahí estuve un tiempo, pero la verdad es que no acabé de encajar del todo.
«No es un secreto que el querer ser torero es muy difícil para un niño de un barrio de las comunas de Medellín»
Para nadie es un secreto que mi país ha pasado y lamentablemente está pasando un momento delicado de seguridad, y por eso siempre tenía que estar muy pendiente cuando iba a tentar, cuando iba a entrenar.
Mi padre vivió muy de cerca la dureza de la guerra del narcotráfico y la guerrilla; y por eso siempre estaba muy atento de ver cómo la gente se comportaba, lo que hacía o quizá los gestos que tenían y eso le ayudaba a mantenerse a salvo de cualquier peligro. Él, desde muy pequeño, me enseñó a leer ese comportamiento en las personas, mirarles los ojos, ver donde tenían puesta las manos, cómo caminaban y mirarles la cintura para ver si estaban armados. Me enseñó a sentarme siempre mirando a la puerta, a nunca darle la espalda. A aparcar siempre marcha atrás y siempre que llegaba a algún lugar, a mirar posibles rutas de evacuación. Quizá gracias a eso hemos evitado que nos pasaran cosas malas.
Mi familia siempre ha sido mi motor. Cuando les dije que quería ser torero se les cambió la cara, obviamente por el riesgo que conlleva este mundo y por la economía. Para nadie es un secreto que el querer ser torero es sumamente costoso y difícil, y aún más para un niño de un barrio en las comunas de Medellín.
La primera vez que toreé, las personas que me vieron se entusiasmaron mucho por cómo estuve. Esa noche, conversando con ellos, empezamos a soñar y a ver cómo iba a anunciarme, hablando surgieron varios nombre: Juan Sánchez, Juan Pablo Sánchez ya estaba por el matador mexicano, Pablo Sánchez, Juan Correa… a nadie le encajaba. Cuando me preguntaron dónde vivía, les dije que en Castilla. Se les cambió un poco el gesto al saber que yo pertenecía a uno de los barrios que en ese entonces tenía el índice de delincuencia más alto de Medellín. Me molestó un poco, porque yo conocía bien su gente, sus calles, sus entrañas. Decidí anunciarme como Juan de Castilla, no por llevarles la contraria; más bien por honrar a mi familia, a mis amigos, a la gente con la que crecí, que son buenos, trabajadores, honrados… por esa gente que me apoyó desde que cogí una muleta y alentaban mis ánimos cuando estaba triste, cuando no veía claridad en el camino.
En un momento dado, tuve la suerte de contactar con un matador de toros de Medellín que vivía en España y por esos días estaba de vuelta. Nos conocimos, le pedí que me entrenara y ahí empezó mi andadura con Fernando Arango. Luchamos y luchamos hasta que conseguimos una beca del maestro Fernando Botero y viajamos a la escuela de Espartinas.
Ahora llevo nueve años viviendo en Guadalajara, me encuentro muy bien en esta ciudad, es pequeña, cómoda y muy central. Quizá algo lejos de la mayoría de ganaderías, pero no importa. Me siento como en casa. Desde hace un año y medio estoy casado, sin hijos. Por fortuna mi esposa es muy aficionada, es veterinaria y además veterinaria taurina, entonces me siento muy bien de compartir pasión con ella.
Diariamente trabajo en una empresa de envío de paquetería urgente y logística que se llama Sending, queda en Coslada. Mi horario es de cinco de la mañana a una de la tarde. Me encargo de gestionar todos los paquetes que no salen a reparto o tienen alguna incidencia que evita ser entregado. Lo primero que me aprendí en este trabajo es que Las Ventas está en el código postal 28028, que su dirección es C/ de Alcalá 237 y la zona de reparto la cubre el conductor 834. Obsesión absoluta por esta plaza, desde que empezó mi sueño con los toros.
Mi día normal empieza a las 3:30 de la mañana cuando me despierto para ir a trabajar, entro a las cinco, trabajo hasta las 13:00, de ahí me voy directo al gimnasio, entreno desde la 13:40 hasta las 16:00, regreso a casa, como algo rápido y me voy a entrenar con el maestro Luis Miguel Encabo y el Citar. Terminamos sobre las 20:30, regreso a casa y sobre las nueve o nueve y media estoy llegando, me ducho, ceno y a eso de las 23:30 me me meto en la cama, entro “en estado de coma” hasta las 3:30 que vuelve y empieza el baile de día a día. No me quejo, sé que, cuando salga el toro, esto ayudará a cruzar la línea, y que cuando tenga un triunfo lo disfrutaré mucho más.
Creo que mi carrera ha sido muy bonita, quizá algo dura, pero no me quejo, cada paso ha sido muy de verdad, muy sincero. Quizá, después de tomar la alternativa he tenido un parón en seco muy fuerte, como casi todos los que pasamos a este escalafón. He tenido la suerte de mantenerme en activo en mi país, cada fin de año cuando allí son las ferias he podido continuar y no quedarme parado del todo a pesar que desde los meses de febrero a noviembre no viera un pitón. Antes de la copa Chenel había toreado solo tres corridas de toros en España desde que tomé la alternativa en el 2017.
Tengo muchos recuerdos que me ponen la piel de gallina y aún me emocionan. Cuando iba a toros en Medellín, empezando a torear, la primera becerra que toreé, cuando vi a José Tomás en Bogotá o cuando me llamaron de última hora para reemplazar a Castella en un festival en Medellín; cuando corté mi primera oreja de novillero en Madrid o cuando me tocó lidiar cuatro novillos en el san Isidro del 2016… son muchos, muy emocionantes.
Cada vez que voy a torear, duermo hasta que no pueda más, pongo el móvil en silencio, me quito las alarmas. Suelo dormir poco, pero esos días menos. Me levanto, intento desayunar bastante bien. Cojo el coche y arranco para el destino donde tenga que torear. Por lo general, tengo una lista de canciones que solo escucho cuando tengo toros, me motivan mucho. Llego, acompaño a la cuadrilla a comer, casi no como, no por falta de hambre, porque sería capaz de comerme una vaca, lo hago por seguridad. Luego me voy a la habitación y me gusta estar tranquilo, solo o en compañía de gente de mi máxima confianza. No tengo un ritual como tal, algo que tenga que hacer sí o sí. Dejo que las cosas vayan con naturalidad, pero siempre con mucho ritmo y tranquilidad.
Con pocas corridas o ninguna es muy difícil mantener la ilusión, pero no pienso mucho en eso. Solo me enfoco en el día a día, en estar preparado. Tengo una bonita costumbre con un amigo que es como mi hermano, de escribirnos todos los lunes a primera hora de la mañana, a desearnos una buena semana, y siempre decimos: “Hermano, el domingo nos vemos, que toreamos en Madrid”. Algún domingo llegará… ¡U otro día de la semana!