La Crónica de San Isidro: Un Relojero de Luces

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Unas manos unidas a una mente de precisión suiza convirtieron dos toros sin más que fondo de Alcurrucén en dos toros de triunfo que sólo el palco negó; Urdiales y Talavante dejaron instantes de torería, uno, y de pura delicia, el otro.

Redacción: Marco Antonio Hierro – Cultoro.es – Web Aliada – Foto: Luis Sánchez Olmedo

Madrid – España. En Gerena tienen a uno de los mejores relojeros que pueden presumir de precisión en Suiza, y dudo mucho que lo sepan. Pero debe saberlo el aficionado de a pie, el que compra su entrada porque le suenan los nombres, el que asigna etiquetas a los toreros porque así le resulta más fácil discutir en la taberna –y que no falten esas discusiones-. De Gerena es un tipo que maneja los toques, los vuelos y los ritmos como hace mucho que no se veía en una plaza de toros. Profesional, serio, preciso, implacable e inasequible a sucumbir al descanso.

A Daniel Luque le ha costado tanto llegar a la cima del toreo que ahora la gente –y digo gente, que es la que puebla las plazas donde los aficionados no pasan de un par de centenares- ha escuchado demasiado su nombre asociado a etiquetas que ya no porta y ahora cuesta describir el enorme torero en el que se ha convertido sólo por desarrollar las virtudes que siempre tuvo en lugar de usarlas para acomodarse en el ruedo.

Luque siempre fue un torero muy fácil a la hora de ver los toros, pero antes estructuraba para triunfar sin profundizar en los fondos; el que pisó hoy la plaza de Madrid es un preciso relojero que monta con seguridad cada pieza para que incluso la embestida sucia y descarada de ese colorao sexto, que corría más de la cuenta, se redujera en su tela como si sólo a él lo dejase gobernar. Porque lo había cuidado, lo había medido, había evaluado su fondo y había concluido la solución antes de tomar la sarga. Por eso cuando lo hizo dejó al animal a su aire, que pensara que mandaba él, que persiguiera un trapo que viajaba muy ligero hasta que se diese cuenta de que no lograba tocarlo. Y siempre viajaba a dos dedos, pero cada vez más despacio. Tanto, que incluso viajaron naturales larguísimos obligando a que el torete embistiese hasta bien. Pero ni eso ni una estocada para poner en las escuelas y llevarse todos los premios valieron para que el palco concediese la oreja.

Tampoco lo había hecho cuando metió en vereda a ese tercero, basto, badanudo y sin clase, que se distraía hasta con las moscas, a pesar de la cara de viejuno que reflejaba sus casi seis años. Pero hubo un lance de Juan Contreras, toreando despacio y muy embarcado al animal para colocarlo para el soberbio par de Iván García, que hizo creer en el fondo que traía. Luque lo vio. Porque ve lo que quiere hacer y sabe cómo lograrlo, y para eso hay que conocer las virtudes del oponente. Viajaba largo, como demostraron los doblones genuflexos del inicio del sevillano; tenía fijeza, como pudo verse en la forma de enganchar en largo con la mano derecha y soltar sin escupir, a pesar de la falta de final del de Alcurrucén. Precisión de relojero vestido de luces al que cada día se le ve menos el techo.

Parecía que se le había visto a Talavante cuando el año pasado regresó a esta plaza con el pie cambiado. Pero hoy, cuando se le vio la sonrisa después de soplarle naturales de fe y de vuelo bien volado a ese quinto apretado de carnes, abrochado de pitones y largo y alto en su perfil girón, pareció que el Alejandro de este año poco o nada tiene que ver con la sombra triste y sin soluciones que compareció en su vuelta a los ruedos. Desde el toreo en redondo de templadísimo trazo con las rodillas embarradas bajo el aguacero, hasta el final por bernadinas frustradas que tuvo la lucidez suficiente para convertir en graciosas trincherillas, sólo se interpuso entre el toreo y el trofeo un resbalón en el pomo del estoque que frustró también lo que iba para estocada estupenda. Pero dejó ganas de verlo en esa tarde del día 11 para la que ya no hay entradas. Lo que sí hay es más plazas.

Todas o casi todas las ha pisado Diego Urdiales con todo tipo de toros, de encastes y de tracas, pero su camino de independencia, honradez y honestidad le llevó a salirse con la suya conquistando esta plaza. Y Las Ventas está con él hasta cuando –como hoy- se come un lote de toros imposibles a los que –aun así- le roba muletazos que no dan, lastimosamente, para pasear trofeo. Tampoco Diego, que suele dejar perlas en cada uno de sus paseíllos, es torero de seguir o no por las orejas que corte. Lo del riojano es otra cosa, pero tendrá que ser otro día.

Lo de hoy fue de Luque y de su pasmosa capacidad para gobernar embestidas. Lo de hoy fue del sevillano y de su sorprendente forma de convencer al toro y al pagano. Y eso que no le ha embestido un toro por derecho en esta feria. El día que uno lo haga de verdad podría ser ese en el que romperá su ‘momento’ para que se le reconozca su estatus de figura. De momento, hoy en día, es el rey de la precisión. Y del temple.

Ficha del Festejo

Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, Vigésima de abono. Corrida de Toros. Lleno en los tendidos. Seis toros de Alcurrucén. Apuntaba cierta clase, pero le faltaba fuerza y empuje al primero, que se terminó echando; Protestón y muy a menos la condición del deslucido segundo; De excelsa clase un tercero bravo; Manso y con peligro el cuarto; Noblón y queriendo humillar el quinto; De cara alta la embestida del sexto, deslucido. Diego Urdiales (Negro y oro): Palmas tras aviso y Silencio. Alejandro Talavante (Grana y oro): Silencio y Ovación. Daniel Luque (Marino y oro): Ovación tras aviso y Vuelta tras aviso. Incidencias: Saludó Iván García tras banderillear al tercero.

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