Redacción: Aura Lucía Mera – Astaruros
Inicio este articulo citando al escritor Antonio Muñoz Molina, miembro de la Real Academia Española. En su último libro, Volver a Donde, recuerda entre otras cosas sus orígenes humildes, su infancia campesina en Úbeda y la pasión del pueblo por los toros.
“Los toreros son héroes populares, gente a la que admiran y en la que se reconocen porque vienen del mismo origen que ellos. Igual que ellos han sido pobres, han trabajado en el campo, han pasado necesidad, han ascendido a la gloria taurina a fuerza de valor y tenacidad y sin la ayuda de nadie. El oscuro rojo de la sangre no los impresiona porque están acostumbrados a matar animales y a verlos morir. Observan los pormenores de cada faena. La belleza de un pase los estremece como un largo pasaje musical…”.
Nada más cierto. El toreo es de origen popular. A finales del siglo XVII se llamaba “torero” al joven pobre de pueblo que osaba ponerse delante de un toro. Poco a poco se fue convirtiendo en un espectáculo artístico y estético. Gracias al valor de esos hijos de la pobreza y el hambre, hijos de hortelanos de manos ásperas, vendedores de churro, de esos pueblos de la España profunda, cada uno de ellos con una historia triste que lleva por testigo y huella el sol de los campos.
Recordemos que la “Dinastía Dominguín” proviene del pueblo de Quismondo, donde Domingo González Mateos era el hijo de un jornalero analfabeta que trabajaba en una finca cercana, en épocas en que no existían alcantarillados ni retretes ni nada. Se fugó con su atado al hombro buscando la capital, trabajó en un bar y de allí viene el “Dominguín”, porque era bajo y simpático. Cuando lo llevaron la primera vez a toros y se enteró de lo que “ganaba” un torero por arrimarse al animal decidió que cambiaría su vida. Tenaz, terco, valiente. Se hizo torero, luego empresario y logro que sus tres hijos -Domingo, Pepe y Luis Miguel- vistieran de luces. Ya sabemos el resto de la historia de esta familia “que se puso al mundo por montera” y alcanzó la fama.
Recordemos los orígenes de El Cordobés, Palomo Linares, Ángel Teruel, Ortega Cano, El Niño de la Capea, que supieron llegar de la miseria a la gloria y se iniciaron “sin na”, desarrapados, hambrientos y mal vestidos, pero con una determinación única de triunfar o morir. Muchos quedaron en el camino, otros conocieron la gloria, los aplausos y el respeto.
Belmonte, el “Pasmo de Triana” revoluciona el arte de torear debido a sus incapacidades físicas que le impedían moverse. Pero estaba “muerto de hambre y ahíto de sueños”. Irrepetible. Entrega absoluta. Desafío a la muerte en cada pase. Logró que la Tauromaquia se convirtiera en una actividad más espiritual que física. “Un aletazo de la divinidad”.
Al decir de Ortega y Gasset “el toreo es pura y utilísima geometría … El torero construye su obra no con el toro sino con su embestida, para hacerla humana, bella y poética.”. Y Corrochano “La Tauromaquia se explica en el movimiento de dos líneas. Una vertical que es el diestro y otra horizontal que es el astado … La línea vertical gira sobre si misma sin variar su punto de apoyo en el suelo, y la horizontal tiene que trasladarse, hacer un recorrido, ir y volver…”
Por eso, y no por asistir a la muerte de un toro de lidia, es que somos taurinos de alma. Porque es tauromagia, arte, valor, incertidumbre, vida o muerte, ballet, instantes irrepetibles, ritual sagrado, microcosmos misterioso. Por eso, ganaderos dedican su vida al Urus. Por eso, existen las luces en los trajes de los lidiadores. Por eso, existen operas, cuadros, libros inmortales….
Transición milenaria que no puede prohibirse. Invitación cordial a los que por desconocimiento la atacan y quieren convertirla en asunto de política como pretexto para ganar votos. Una contradicción de las izquierdas populistas que la atacan sin saber que sus orígenes están en la pobreza y la lucha por la igualdad y quieren adjetivarla como un capricho de ricos de derecha ignorando su historia.
Ya suenan los clarines…. Se abre en Cañaveralejo la Copa Taurina… ¡Una vez más!