Redacción: Gonzalo Mallarino Flórez – elespectador.com
Jamás he ido a una corrida de toros.
Nunca tuve esa afición. Mi relación con las corridas ha sido solamente literaria. A través de Lorca, a través del inmenso, insustituible, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, uno de los más grandes poemas de la lengua.
A partir de ahí, me parecía que era, sí, un ritual sangriento y violento –los más atávicos y milenarios suelen serlo–, en el que el toro iba a ser maltratado y muerto. Pero también, en el que el torero se jugaba la vida. Como Ignacio Sánchez Mejías, que perdió la suya a la hora obsesionante, las cinco de la tarde. El toro lo cogió y lo mató.
De todas las formas de violencia de los humanos sobre los animales, esta es quizás la única que puede llegar a tener algo noble, trágico, poético, incluso sensual, como cortejo y misterio frente a la muerte y su azar.
Los animales…
Nosotros, o nuestros antepasados, nos comimos toda la mega fauna. Matamos, sangrientamente, y nos comimos, a lo largo y ancho del orbe, hace cientos de miles de años, a todos los grandes mamíferos que poblaban el planeta. Y en el presente, matamos brutalmente todos los días, sin la menor clemencia, a millones de reses, pescados, aves, cerdos, conejos, crustáceos… la lista es interminable. Millones y millones todos los días mueren a manos nuestras. Hay especies a las que las hemos borrado de la Tierra, simplemente, de tanto matarlas.
Todo lo que medio se mueva, lo matamos, en medio de alaridos y gemidos y berridos de dolor y de miedo, sin que nos tiemble la mano. Para comérnoslo. Para transformarlo en mercancía que se compra y se vende y genera un gran negocio. ¿Cuánta clemencia o alto sentido humano hay en un matadero? ¿Usted ha visto cómo matan a las reses en un matadero? Y así con millones y millones de animales, todos los días de la vida. En medio de gruñidos de dolor, de mugidos, de balidos de miedo y angustia.
¿Usted ha visto un camión de estacas por la autopista, lleno de reses, o de pollos, o de marranos? ¿Nunca se ha preguntado a dónde va? Ahí, delante de su carro, mientras usted se come un buen paquete de chicharrones, ¿nunca se ha preguntado eso? ¿nunca le ha dado un poco de pesar? ¿ha visto los ojos hondos y oscuros de esa desesperanza y ese terror?
El hecho de que el objeto de todo eso sea la alimentación de los seres humanos, ¿justifica la manera brutal en que maltratamos y matamos a los animales? Incluso a los domésticos, ¡a los que confiaron en nosotros!
Yo también creo que hay que construir una sociedad sin violencia. Llegado el caso, en una sociedad que haya dejado atrás la violencia de los seres humanos contra los seres humanos, entendería que se planteara este asunto, el de parar las corridas de toros. Hoy en día es la menor de mis preocupaciones.
Más bien protestemos y gritemos y luchemos para que en Colombia no sigan siendo violadas miles de niñas todos los años. Esa sí es una causa seria. Esto de prohibir las corridas de toros tiene algo de falsa superioridad ética, de simulación, de sofisticación moral extemporánea.