Entrevista: Cesar Rincón «El Presidente de Colombia fue Guerrillero, Pero el Asesino Soy Yo»

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Camina por el otoño de Madrid cuando se cumplen 31 años de su cuarta Puerta Grande consecutiva en la odisea de 1991, cuando entró pobre y salió mito. Ni siquiera es un aniversario redondo, ni tampoco el motivo: Colombia se desangra taurinamente, América languidece, el Dorado murió. A César Rincón le duele su tierra, el país que un día lo aclamó como héroe…

Redacción: Zabala de la Serna – elmundo.es

Madrid – España. Camina por el otoño de Madrid cuando se cumplen 31 años de su cuarta Puerta Grande consecutiva en la odisea de 1991, cuando entró pobre y salió mito. Ni siquiera es un aniversario redondo, ni tampoco el motivo: Colombia se desangra taurinamente, América languidece, el Dorado murió. A César Rincón le duele su tierra, el país que un día lo aclamó como héroe. No mira atrás, carece de añoranzas, pero recuerda Bogotá rendida a su paso. A Rincón lo pasearon en un camión de bomberos como si hubiera pisado la luna, conquistado el mundo. Los vítores resonaban en la misma ciudad que de niño recorría recogiendo chatarra, con su carrito de tristeza.

¿Dónde estaba Gustavo Petro en el 91?

Saliendo todavía, imagino, con el M-19, un grupo guerrillero que, ayudado por Pablo Escobar, asaltó en su día el Palacio de Justicia. Eso entre otras muchas cosas criminales. A esa organización terrorista pertenecía Petro.

¿Qué ha cambiado desde entonces?

Que a él lo hicieron presidente de la República y a mí me llaman asesino.

¿Así de crudo?

Terrible. Nada más alcanzar la alcaldía de Bogotá, Petro cerró la plaza de la Santamaría, obsesionado por hacer de la tauromaquia una lucha de clases. Como si fuera de ricos y no del pueblo, parte indivisible de nuestra cultura. Su radicalismo se unió al empuje animalista, que quiere acabar también con los galleros y las corralejas, y nos jodieron bien.

¿Cómo?

Los animalistas han hecho durante todos estos años una pedagogía desde la base, que son los niños. El adoctrinamiento introdujo la semilla del diablo, la teoría de la superioridad animal sobre el ser humano.

La bestia tiene derechos, el hombre sólo deberes. Perdimos ya muchas plazas, no se hicieron las cosas bien. Pero el entramado legislativo asfixia el libre ejercicio de una actividad cultural legal. Como sucedió en Cataluña en su momento.

La ola populista-indigenista que arrasa allí es al toreo lo que fue el nacionalismo catalán: todo lo que signifique españolidad hay que abolirlo.

Es verdad que, en otros países, como puede ser México con Obrador o Ecuador con Correa, han ido por ahí los tiros. Pero en el caso de Colombia no. En su pueblo hay un amor tremendo a España. Lo de Petro va por la ideología revolucionaria. Acaba de decir que hay que decrecer, que hay que okupar las fincas. [Sigue manteniendo allá, «malamente y con miedo», su ganadería: Las Ventas del Espíritu Santo]. Si uno pierde las aspiraciones a prosperar, ¿qué queda? Yo luché para salir de la pobreza, superarme, crecer en mi profesión y ganar más platica, si no, qué es la vida.

El animalismo y la izquierda radical caminan de la mano.

Y muy bien organizados y mejor financiados. Ellos, además, ponen la violencia. Usan la democracia para alcanzar el poder y luego la entierran para perpetuarse. Nosotros, los taurinos, carecemos de organización y financiación. De un lobby, en definitiva. En el Senado intervenimos poquito. Mire las escasas movilizaciones taurinas al lado de los galleros. Vamos como corderos al matadero, sin rechistar. Hay una cierta similitud con los demócratas, y ellos no lo son, en la resignación, en el entreguismo, en la renuncia. Si cancelaron el español en España, la segunda lengua más importante del planeta, y todo el mundo mira hacia otro lado. A partir de ahí, qué puedes esperar.

¿Cree que la abolición de la tauromaquia en Cataluña hizo daño en América?

Muchísimo. Ni lo imagina. Sirvió de espejo y causó un efecto dominó. Vieron que el toreo, al arte más español, se prohibía en España. Y siguieron por Bogotá, Quito… Las únicas ferias que quedan en Colombia son Cali y Manizales.

Enumere los territorios perdidos en su tierra.

Entre el año 86 y 90, antes de mi eclosión en España, toreaba entre 40, 50 y 60 corridas por los pueblos. Viví el esplendor. Hoy no hay dónde torear. Es el ocaso, lo más duro. Verlo es un desgarro, esa es mi nostalgia, del esplendor perdido. Ya no existen Popayán, que tenía una feriecita de tres o cuatro tardes, Palmira, Armenia, Duitama, Sogamoso, Cartagena de Indias, Medellín… Sus plazas de obra se las come la selva. Cundinamarca, Boyacá, Santander, Antioquia…

Aquello era el Dorado para los toreros españoles.

Hacer las Américas, se decía. En Colombia establecían su centro de operaciones. Desde ahí volaban a Venezuela, a Perú, a Ecuador… Y se ganaba muchísimo dinero. Las figuras pasaban el invierno americano sin parar de torear. La familia taurina vivía meses y meses en América. Empresarios, apoderados, los Lozano, Chopera, Cámara… Vivimos el momento más triste para la tauromaquia.

Nunca debimos abandonar los pueblos.

¿Por qué?

En ellos estaban nuestras raíces, el origen de todo. De niños aprendíamos a utilizar los animales. En la ciudad no se usan, en el pueblo sí. Les damos de comer, los mantenemos fenomenal. ¿Para qué? Para luego utilizarlos. La gallina la tenemos genial; el cordero y el cerdo, súper cuidados. Sí, queridos niños de ciudad, para después comérnoslos. Es el contacto con la muerte lo que se quiere negar.

¿Qué piensa de la irrupción volcánica de Roca Rey, el astro peruano?

La vivo feliz. Cuando lo ves, dices «¡uy, ¡cómo pisa éste, hermano!». Mueve a las masas, a la juventud, y ha revitalizado Perú.

Usted rindió España y Francia a sus pies. ¿No teme que pueda quitarle el título del torero americano más importante de la historia?

No. Y ojalá llegue a eso. Cada época ahí queda. Es su obligación pensar así: «Quiero ser mejor que Rincón, que Gaona, que Arruza…» Me parece fantástico. Es ley de vida.

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