Serenidad, Asiento, Gobierno Seguro

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Serenidad, asiento, gobierno seguro

Fue al toro de más trapío de la feria, el cuarto de Valdefresno, dominado, pero no entregado

Corrida brava en varas, pero muy difícil

Madrid, martes, 24 de mayode 2022. (COLPISA). Las Ventas. 17ª de feria. Soleado, fresco, muy ventoso. 15.430 almas. Dos horas y veinticinco minutos de función. Seis toros de Valdefresno (Nicolás Fraile Mazas). Daniel Luque, silencio y ovación tras un aviso. José Garrido, vuelta tras aviso y silencio. Joao Silva “Juanito”, que confirmó la alternativa, silencio tras aviso y silencio tras dos avisos. Picaron bien Óscar Bernal y José Manuel García a tercero y cuarto. Dos pares espléndidos de José Chacón al tercero.

EL CUARTO de Valdefresno fue el toro de más trapío de cuanto va de feria. Cinqueño como toda la corrida, más hondo que ninguno. Negro bragado, veleto y astifino, amplia cuna, cargado de cuartos traseros. Y corto de manos, lo que acentuaba la sensación de hondura, su espléndida figura. Un monumento. Se volvió de salida dos veces. Si llega a salir galopando, se rompe las manos a aplaudir la gente. Pero salió abanto y frío, como es propio del encaste Atanasio. Se soltó de los lances de recogida de Daniel Luque.

Cada uno de los tres toros jugados por delante había sido de conducta diferente. Noble y fijo el primero, que descolgó y tuvo trato. El portugués Joao Silva “Juanito”, que confirmaba alternativa, no se acopló con él. Muy bronco el segundo, que no es que se rebrincara, es que pegaba botes, topetazos y terribles trallazos. Daniel Luque, que había brindado al público en lo que se entendió como una apuesta sobre seguro, lo manejó con calma suave, compuesto como si el toro fuera uno de tantos y a pesar de que el viento lo estuvo descubriendo una y otra vez. Cuando se le quedó debajo, soltó el toro tralla. Ni inmutarse Daniel, que se sintió dueño de la cosa, consintió de todo y al tercer viaje cobró una excelente estocada. Pitaron con fuerza al toro en el arrastre.

El muy armado tercero, pese a soltarse en tablas sin llegar a rajarse, metió la cara y, cuando se empleó, lo hizo con claridad y recorrido. Era cuestión de sujetarlo cuando al tercer viaje seguido hizo amago de irse, y se fue. Al abrigo de las tablas y del viento, pareció en una tanda con la izquierda que José Garrido había encontrado la fórmula para hacerse con el toro, que fue, sin embargo, el que marcó el terreno. Las cosas, sembradas de tiempos muertos, pasaron donde quiso el toro, que, al sentir el hierro de la espada dentro, hizo hilo con Garrido y en cabalgada, pero no en arreón lo persiguió de punta a punta de la plaza. Fue el momento más angustioso de la corrida. En las tablas de enfrente se resistió a morir el toro. Y a rodar sin puntilla.

El monumental cuarto no hizo casi ninguna de las cosas que hicieron los tres jugados por delante. Se enceló en el primer puyazo con el caballo de pica, pero no tanto como el primero de corrida, que resistió ciegamente contra el peto casi dos minutos de reloj. No cobró trasero como el segundo ni vino al caballo con la alegría del tercero, que se picó corrido porque no hubo manera de cortar su galopada sin freno en cuanto vio el caballo, y entonces dejó probado Óscar Bernal que es un picador con toda clase de recursos y un excelente jinete también. Apretó en banderillas, pero no tanto como el tercero, al que José Chacón puso dos pares tremendos.

Nadie se había decidido a elegir para torear los terrenos de sol de las Ventas, donde el viento se esconde mejor. Al fin se decidió Daniel a hacerlo. El toro estaba huido en el burladero del 4, frente a la enfermería, y esa parecía su querencia. Justo cuando iba a empezar la faena, volvió el toro grupas de vuelta a la zona de viento. Ahí se fue Daniel a buscarlo y a llevárselo a lo que pareció tierra de nadie: las rayas frente al burladero del 7, donde suelen sujetarse mejor los toros en Madrid. Y ahí fue una faena de una tensión, una dificultad y una seriedad nada comunes. De consumada inteligencia técnica, porque solo con toques de precisión pudo sujetar Daniel al toro y evitar que se le fuera las tablas. Y de asiento admirable porque el toro no dejaba de ser incierto ni siquiera cuando estuvo sometido.

De manera que ni al sacar el látigo de doma, unas cuantas veces, pareció Luque estar haciendo un esfuerzo. Fue con la mayor tranquilidad del mundo. Vencer la resistencia del toro, tragarle sus parones y miradas, no engañarle: todo eso cargó de rigor la faena. Las tres o cuatro tandas ligadas por abajo -al cuarto muletazo el toro echaba la cara arriba- fueron de mérito mayor. Y el final, un regalo de la casa: cerrado en tablas, antes de la igualada, Daniel rizó el rizo y cobró una serie de esos muletazos que tiene patentados, roscas trenzadas en un solo terreno sin rectificar, cobradas por las dos manos y rematadas con el de pecho. Un heterodoxo juego de birlibirloque. Y una estocada extraordinaria, de la que salió el toro en huida a tablas. Se echó, pero se levantó. Y volvió a echarse y a levantarse. Se hizo larga la agonía. Sonó un aviso antes de que el toro rodara sin puntilla. Quienes valoraron los logros de tan difícil empresa sacaron a Daniel a saludar al tercio.

Y dos toros más: un quinto que se encajó en el caballo de pica -brillante un quite por las afueras de Garrido- y fue el más manso de los seis porque ni amago de defenderse siquiera. Ni en los medios. Para cerrar, un largo toro salpicado, bello de ver, que salió de bravo, desarmó en el saludo a Juanito y casi se lo come, peleó con ganas en el caballo y echó luego las manos por delante. No dejó al torero portugués tomarse ni un respiro ni la menor confianza.

Postdata para los íntimos.- El nombre de Juan en la escritura de los dos siglos de Oro del español, el Renacimiento y el Barroco, se escribía con signos que los lectores de hoy interpretarían como Iván. La I por la Jota. La Uve por la U. Donde un español del año 2000 lee Iván, uno de 1600 leía Juan. Así de simple es la cosa.

En mi barrio hay dos bibliotecas. Una, adscrita a la Comunidad. Otra, municipal. La comunal lleva el nombre de Pedro Salinas, el que más poemas de amor escribió
de la llamada generación del 27. La municipal se llama Iván de Vargas. No Juan de
Vargas. Salinas era madrileño y vecino del barrio. Vivió en la calle de Don Pedro, frente al palacio de los duques del Infantado, que va a convertise en un museo de la cerveza Mahou pero no se sabe cuándo. Salinas salió de España en 1936 y ya no volvió. Era un todavía joven catedrático universitario de literatura española, destinado en Sevilla, y encontró destino seguro en varias universidades norteamericanas. En su exilio no paró de escribir poemas de amor, ni cartas, no todas de amor, y escribió además muchos ensayos. Su obra en prosa es muy copiosa y no ha envejecido a pesar del paso del tiempo. Su defensa de la lectura como arma de inteligencia es formidable. Era de justicia que, cuando casi cuarenta años después de su muerte levantaron en el barrio, en la Puerta de Toledo, una primera biblioteca pública, llevara su nombre, En una estantería aparte, junto a la sección de poesía, está la obra completa de Salinas en muchas ediciones distintas
La Iván de Vargas está construida en la confluencia de las calle de San Justo y del Sacramento, frente a la basílica de San Miguel, que es una iglesia de ricos, dicen los pobres del  la barrio devotos de San Pedro el Viejo y de su imagen emblema, la de Jesús el Pobre. En el solar de la biblioteca estuvo una de las casas de labranza de la familia Vargas, que fueron los dueños de todas las tierras del entorno. El Juan de Vargas fue, según leyendas fiables, el patrón del santo Isidro, a su vez patrón de los agricultores de muchos pueblos españoles. Las dos bibliotecas se pretenden alardes arquitectónicos. Ninguna de las dos ha pensado en el silencio. En la de Vargas hay un patio interior con dos magnolios. Se llama el patio de los magnolios, que son los árboles más caprichosos del mundo. Sin embargo, la fronda de las tres acacias del rinconcito de calle frente a San Miguel montan por encima del edificio de la biblioteca. Las raíces de las acacias viejas han empezado a levantar el empedrado de ese espacio tan gracioso del rinconcito, que está siempre sucísimo; y sus bancos de piedra, maltratados. Hay una estatua al pie de la rampa de entrada de la casa Vargas que representa a un lector. O mejor dicho, a un hombre que tiene en la mano un libro, que no es lo mismo.

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