El murciano cortó un trofeo sólido bajo la lluvia en el quinto toro de la tarde en su encerrona en San Isidro
Descarado de pitones fue el segundo de Domingo Hernández. Despejó plaza, paró el caballo en el callejón y quitó por chicuelinas. El mundo giraba. Apostó por el toro esperando desde los mismos medios y prendió la llama (de la felicidad) con una serie en la que se abandonó, muy abierto el compás y entregado. Hubo conexión. Después el toro fue bajando las revoluciones y le costó empujar detrás de la inercia. Buscó Paco en la derecha el recorrido, era con los vuelos ya, bondad hasta el final, en las cercanías, el pulso. Logró algunos buenos en un conjunto desigual que acabó embarullado.
Toro con peligro
El de Adolfo Martín tenía unas velas importantes. No era su problema mayor. En banderillas ya cantó que andaba espabilado, orientado, sus pavorosos pitones eran un parapeto. Menudo papelón el que tenía Ureña. Y así fue. El toro no tenía ni uno. Estaba a la caza, pendiente de todo, no se le escapaba nada y al menor descuido cerraba la salida. Por el derecho medio hacía que pasaba. Por el zurdo tomaba presa sin disimulo. Un trago. Ureña no volvió la cara ni cuando hizo un juego de equilibrista para zafarse de un muletazo enconado con los pitones ni cuando por la izquierda le marcó directo. Era un regalo para llegar al ecuador de su encerrona.
Con sus cinco años y medio manseó el de José Vázquez de salida y en el caballo sin pudor. Era el cuarto. Fue toro trabajoso en la muleta. Racaneaba el viaje. Había que sacárselo, empujarlo, llevarlo una cuarta más allá. A la espera siempre. Poco agradecido y tuvo que aguantar algún derrote seco de infartar. No anduvo fino con la espada, en general toda la tarde.
Triunfo bajo el diluvio
El quinto fue un sobrero de Conde de Mayalde. Antes de que nos pudiéramos dar cuenta unos relámpagos nos anunciaron lo que venía después. No imaginábamos la intensidad de la lluvia. El diluvio. Hubo una desbandada del público. Algunos valientes quedaron en los tendidos. Y de pronto con ese ambiente épico, crujió Madrid cuando Paco cuajó al toro por derechazos. Se abandonó después, se ajustó con el toro, lo gozó y ocurrió la magia. La espada entró y el trofeo fue suyo. Había costado.
Se ajustó por gaoneras con el de Victoriano del Río. Cerraba plaza, gesta y tarde. El toro nos infartó después. A la cuadrilla primero y al matador después. Un ¡ay! cabía en el preámbulo de cada muletazo. No los regalaba. Medía y se quería quedar. La seriedad de la faena de Ureña fue total. Sin alardes, simplemente estando con firmeza, también cuando el toro a mitad del pase, es decir, por la misma barriga decidía levantar la cara. No fue una encerrona fácil, sí digna. El punto de partida ya era complicado.
Ficha del festejo
LAS VENTAS. 14ª de San Isidro. Toros por orden de lidia de La Ventana del Puerto, Domingo Hernández, Adolfo Martín, José Vázquez, Juan Pedro Domecq y Victoriano del Río. El 1º, flojo de remos y de poco juego; el 2º, noble y a menos; el 3º, malo y peligroso; el 4º, malo, derrotón y a la espera; el 5º, complicado y de templado pitón diestro; 6º, manso, sin entrega y peligroso. Casi lleno.
Paco Ureña, de grana y oro, media estocada, dos descabellos (silencio); estocada corta (saludos); pinchazo, estocada, trece descabellos (silencio); cinco pinchazos, estocada (silencio); estocada (oreja); estocada (saludos).