Defender la tauromaquia de tantos aguafiestas de ceño fruncido que tratan de prohibir todo aquello que no les gusta, que no entienden.
«Defender la alegría como una trinchera» proclamaba en un famoso poema Mario Benedetti. E insistía: «defender la alegría como un principio / defenderla (…) de las dulces infamias / y los graves diagnósticos«.
Cuando hace diez años se crea la Fundación del Toro de Lidia su principal cometido es ese: defender la fiesta taurina, defender la alegría de un elemento básico de nuestro patrimonio cultural que forma parte de las celebraciones de nuestros pueblos y ciudades. Defender una cultura que une, en la que nos reconocen desde el exterior y en la que nos reconocemos millones de aficionados en España y en muchos otros países.
Defenderla de tantos aguafiestas de ceño fruncido que tratan de prohibir todo aquello que no les gusta, que no entienden o con lo que no se identifican. De quienes sienten alergia a que se pueda hablar de una cultura común española. De quienes odian las manifestaciones festivas populares tradicionales desde una atalaya de impostada superioridad que pretende decidir cómo hay que hablar, qué puede leerse, qué podemos comer y beber y cómo tenemos que divertirnos y ser felices.
Esta defensa abarcaba desde la creación de un discurso que pusiera de manifiesto las contradicciones y los peligros de estos aguafiestas prohibicionistas, hasta la interlocución con las distintas administraciones para mostrarles la realidad profunda de un fenómeno que en muchos casos desconocían. Pero también implicaba una defensa jurídica: actuar judicialmente contra las decisiones que trataban de prohibir la tauromaquia o alterar sus elementos esenciales, contra las medidas que discriminaban la tauromaquia frente a otras manifestaciones culturales o contra los ataques al honor o la dignidad de profesionales taurinos y aficionados. Pronto se hizo evidente, sin embargo, que la defensa jurídica tenía que ir un paso más allá y no limitarse a actuar en los tribunales, sino que debía ser un componente básico de la comunicación del discurso a favor de la tauromaquia.
Y es que el Derecho, como afirmaba Santo Tomás de Aquino, es «la ordenación de la razón dirigida al bien común». Es decir, el derecho tiene que ser racional, no arbitrario, y por eso debe estar basado en la razón. Pero, además, tiene como finalidad promover el bienestar de la comunidad, no intereses, gustos o preferencias particulares. Los intentos de prohibir, alterar o discriminar la tauromaquia nacen de la arbitrariedad de postulados ideológicos cuya puesta en práctica tiene efectos devastadores en nuestro sistema de libertades y el Estado de Derecho, en el bien común.
Defender la fiesta, defender la alegría, es defender que lo que es la cultura, el patrimonio cultural, no lo deciden ni lo regulan los poderes públicos, cuya función constitucional es protegerla y promoverla, no delimitarla. La cultura la crean los individuos y los grupos sociales como modo de pensarse a sí mismos, de comunicarse y de construir una sociedad. Y, por eso, tratar de prohibir o alterar manifestaciones culturales que nacen del pueblo es un ejercicio de totalitarismo inadmisible en un estado de derecho.
Defender la fiesta, defender la alegría, es defender que cuando cualquier poder público dicta una norma que fomenta la cultura no puede excluir la tauromaquia como manifestación cultural sin una poderosa razón que lo justifique, como ya ha reconocido el Tribunal Supremo. Porque si pudiera hacerlo, y si pudieran actuar así nuestros gobernantes en el resto de sus actuaciones, la discrecionalidad que se les atribuye para poder ejercer suacción de gobierno quedaría sustituida por la arbitrariedad. Y permitir la arbitrariedad es abrir la puerta a que el capricho de la autoridad, y no la razón dirigida al bien común, se convierta en una norma que nos obligue a todos. Con los evidentes peligros que eso conlleva.
Defender la fiesta, defender la alegría, es, en fin, defender que cada animal debe ser tratado conforme a la naturaleza que le es propia. Y que los animales están al servicio del hombre y le procuran alimento y vestido, y sirven a sus rituales, y facilitan la mejora de nuestra esperanza de vida al poderse realizar con ellos experimentos científicos que permiten obtener nuevos medicamentos. Y que impedir todo esto no crear una sociedad moralmente más elevada al mostrar una mayor sensibilidad con el dolor animal, sino rebajar al hombre al nivel de los animales, despojándole de la dignidad que hace único a cada ser humano.
Esta fue la labor que se inició por la Comisión Jurídica de la Fundación del Toro de Lidia hace diez años y que ahora se recoge en el libro Diez años de defensa jurídica de la tauromaquia. Son diez años, en fin, de defensa de la alegría, de la fiesta. Una alegría y una fiesta compartidas que seguiremos viviendo y defendiendo.