Redacción: Hernán Duley De La Ossa
Querer ser torero en Colombia, es querer buscar la gloria en el infierno. No recuerdo el momento en el que quise ser torero, desde mis antiquísimos abriles he soñado con la gloria del oro y el albero, imaginándome en la plaza llena de vítores, vestido de tabaco y oro y con el alma atascada en la garganta. No lo logré, pero vivo feliz intentando desentrañar los vericuetos del toro y el toreo en la historia, desde la barrera febril de la intelectualidad y los libros, como tratando de subsanar esa loca y utópica intensión fallida de conquistar las plazas colombianas. En esos primeros años, las plazas más grandes de Colombia; la Macarena, Cartagena de indias, Sogamoso y otras tantas, eran para los aficionados mezquitas donde podían desfogar toda la pasión por una fiesta tan antigua como la consolidación de nuestra sociedad misma. Hoy, muchas de ellas, llevadas por la maleza y el abandono, no son más que ánforas olvidadas que guardan los recuerdos de aquel tiempo feliz. Por eso, querer ser torero en la actualidad colombiana, es una faena a un morlaco marrajo y traicionero, que se cuela por la izquierda y que pretende quitarnos los pies del suelo. Como yo, muchos aficionados de esta y de otra época también soñaron con bordar el toreo y fracasaron en el intento, o simplemente se resignaron a disfrutar del amor por el toro desde el frío y entusiasta tendido, otros, muy pocos, resistieron con gallardía y obstinación, logrando vestirse de luces y hacer el paseíllo.
Miro con verdadera admiración a los niños y jóvenes que comparten nuestros sueños y que están haciendo méritos importantes por conseguirlo, a los maestros que direccionan sus andares técnicos, a todos los que creen en el renacer de la fiesta brava en Colombia. En cuanto a nosotros, los aficionados de otrora, quienes nos limitamos a ver los toros desde la barrera, que esgrimimos y elucubramos después de cada corrida y soñamos una vez más con comentarios efusivos de la actualidad taurina, también le hacemos una faena a la censura. Precisamente estamos cargando una cruz por todos esos novilleros y becerristas, porque no sean truncadas sus ilusiones como las nuestras, porque puedan ejercer su profesión soñada con libertad y absoluta tranquilidad, porque no se les tilde jamás de asesinos e inconscientes. Prohibir de una estocada los toros en Colombia, es de alguna manera ponerles talanquera a nuestros sueños, no solo a los de los novilleros y becerristas, sino a nosotros los aficionados y demás entendidos que nos estremecemos al ver una sentida faena de muleta, porque de alguna manera, somo también nosotros los que estamos toreando. Querer ser torero en Colombia es una verdadera proeza, una muestra de valentía absoluta al querer lidiar y estoquear los intereses políticos opresores. Es mi niño soñador quien ha escrito en estas líneas, el que grita a viva voz un aliento a quienes quieren ser toreros en estas circunstancias hostiles y es el aficionado, el torero frustrado, quien les dice ¡adelante!, va por ustedes.