El reloj marcaba las 20:20 horas. La corrida estaba a punto de llegar a las tres horas en un espectáculo lamentable. La plaza al unísono clamaba contra el empresario: ¡Zúñiga vete ya! De difícil escritura y casi más compresión, a pesar del intento pormenorizado de explicación. La enésima caída de Zaragoza y una afición cansada de tropelías en una espectáculo que debería hacer pensar a todos. No se trata de cumplir el expediente de un pliego, sino de razonar taurinamente y tratar de estar a la altura de una plaza de primera y de lo que es el toreo. Una faena de Borja Jiménez entre la mansada de Castillejo de Huebra y José Manuel Sánchez, embarcada casi más para salvar una hecatombe en corrales que por sus hechuras de embestir. Seis avisos para David Galváncon el mismo guion de dos toros imposibles de descabellar y fuerte voltereta para Tristán Barroso en una prueba dura en su segunda corrida de toros.
No había salido el primer toro de la tarde y la afición ya clamaba por la situación de Zaragoza. La corrida de Julio de la Puerta había sido rechazada sin más argumento oficial. Ni el propio mayoral y ganadero conocían los motivos -según declararon a Mundotoro-, cuando ya estaba aprobada otro encierro de Castillejo de Huebra y José Manuel Sánchez. Un conjunto de hechuras gigantescas -alguno de trapío ínfimo por su carencia de expresión y cuajo-, pero todas contrarias al toreo. Que saliera buena, un milagro. Lo que siempre se ha dicho una corrida para las calles, sin llevar al menosprecio de ésta. Y es que si Pamplona se caracteriza por elegir un toro para el encierro, Zaragozase está caracterizando por embarcar pensando en el reconocimiento de las 12 y en el prejuicio en el ruedo. De lo más basto y lo más grande, aunque siempre en precio.
Tuvo el oasis la tarde frente al quinto, uno de los toros más finos de hechura, a pesar de su alzada, que en su mansedumbre y en su movimiento constante, embistió con clase y con el pitón de adentro. Muy decidido y sin renunciar nunca a la entrega, lo recibió Borja Jiménez con una larga de rodillas en el tercio y un ramillete intercalando delantales y verónicas. Ya en la muleta, hubo mando y mano baja, para encelar la embestida del toro. Lo mejor llegó sobre la diestra, siempre buscando el pitón contrario, para ligar los muletazos sin perder la colocación. Cuando el toro buscó las tablas, el sevillano se lo sacó al centro para dejar una media estocada al encuentro.
Ya había dejado Borja Jiménez una faena más seria que lucida con el segundo, otro toro de finas hechuras -los dos de aparente mayor flexibilidad fueron enlatados juntos- que no tuvo embroque y fue muy deslucido por su falta de celo. Esa falta de entrega le llevó a Tristán Barroso a sufrir una espectacular voltereta mientras quitaba por chicuelinas. El sevillano tuvo que enfrentarse a un trasteo en el que los toques eran claves: fuertes para fijarles, pero medidos para no desplazar la embestida del toro. A base de ir encontrando la medida, se fue diluyendo el genio del toro. Un psicoanálisis exigente para el gran público y por tanto de mayor mérito que eco en los tendidos.
Tuvo Tristán Barroso que hacer frente a un lote que exigía más que un currículum de una corrida de toros. Una situación que resolvió bien. Serio estuvo con el inmenso tercero, todo un tren de gigante alzada y largura como un día sin pan que pesó 660 kilos. Negado a la clase, intentó Barroso torearlo como si fuera bueno, corriendo la mano por abajo. El único defecto fue que le faltó limpieza, dentro de una faena estimable. El sexto no tuvo que salir al ruedo, por su falta de expresión y cuajo. Muy suelto de carnes. Fue devuelto por su falta de fuerzas antes de salir al caballo. El sobrero fue un manso de solemnidad que protagonizó un tercio de banderillas insufribles. Miles de capotazos con el toro huyendo. Tampoco se intentó un par al sesgo. El presidente cambió con tres palos y la afición se cabreó. No hubo más.
La tarde de David Galván tuvo el mismo guion con ambos toros. Dos faenas de largo metraje llenas de actitud y con momentos destacados frente a un lote deslucido, carente de entrega y emoción, que terminó manseando y en las tablas antes de entrar a matar. A partir de ahí, y después de sonar un aviso mientras ejecutaba la suerte suprema, el uso del verduguillo fue imposible. Los toros de Castillejo de Huebra comenzaron a barbear las tablas, sin descubrir nunca la muerte y sin parar en su caminar. Galván lo intentó más esperando el milagro que por opciones de acertar. Los dos se fueron al corral. El último, de manera agónica y después de tumbarse en varias ocasiones después de escuchar el recado presidencial. Entre medias, un cuarto de presentación muy cuestionable -solo hueso y pitones, sin ningún remate- que salió descoordinado de chiqueros. El presidente quiso – por si fuera poco- mantenerlo en el ruedo, algo que sólo evitó los continuos capotazos de la cuadrilla del gaditano y la posibilidad de un altercado público.