La Sangre, La Vida y Los toros

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Foto Erick Cuatepotzo

La sangre, la vida y los toros

Redacción: Antonio Casanueva | Foto: Obra de Picasso

«…Eliminar la sangre no protege al toro de lidia, lo condena a…»

Sábado, 22 Feb 2025,  CDMX  – «¿Estaría usted de acuerdo en regular las corridas para que fueran sin sangre?», preguntó la diputada Martha Ávila en el parlamento abierto del Congreso de la Ciudad de México. Esa pregunta delata un desconocimiento profundo no sólo de la tauromaquia, sino de la relación ancestral entre el hombre, la muerte y el sacrificio.

La sangre no es un accidente ni un exceso: es el acto central de una corrida de toros. Sin sangre, la corrida sería un sacrificio sin ofrenda, un teatro sin desenlace, una historia sin sentido.
Desde Prometeo, Mitra y hasta el Cordero Pascual, el sacrificio no ha sido un simple acto de destrucción, sino un tributo para dar sentido a la existencia. En la tauromaquia, la sangre del toro es la prueba última de su destino: es la culminación de una vida de bravura, un acto donde la naturaleza y el arte se encuentran en un instante irrepetible.
A lo largo de la historia, el sacrificio taurino ha simbolizado la entrega de algo valioso en busca de una trascendencia mayor, lejos de la visión simplista de la crueldad. Como explica el antropólogo británico Julian Pitt-Rivers: «Es un acto donoso, es una acción de gracias por la que se espera provocar su devolución y recibir tanto un don particular proveniente de la Gracia divina como el perdón por una falta cometida (que también es una Gracia)» (1).
Sin sangre, una corrida de toros pierde el sentido profundo del rito: no sería una evolución de la tauromaquia, sino su negación. Si el toro no muriese en el ruedo, perdería su razón de ser, pues el toreo es el arte de desafiar lo efímero. Como explica Octavio Paz, en México «la vida solo se justifica y trasciende cuando se realiza en muerte» (2). Por eso, las corridas no sólo nos hacen sentir vivos, sino que nos reconcilian con el destino inevitable del ser humano.
Alberto Caeiro, heterónimo de Fernando Pessoa, vincula la sangre con el instinto natural de la vida, algo puro y sin artificios.
La sangre corre por mis venas
y un soplo me llega a los pulmones.
Soy consciente de que existo,
como las hierbas lo son del viento.
La sangre es presencia y certeza de estar vivo. En el toreo, la sangre del toro es la prueba definitiva de su destino: la culminación de una vida de bravura, un acto donde la naturaleza y el arte se encuentran en un instante irrepetible. Negarle su sangre sería negarle su esencia. En un mundo obsesionado con la comodidad y eludir lo inevitable, el toreo nos recuerda que la vida solo tiene sentido cuando se enfrenta a su fin con dignidad. En una época que oculta la muerte tras pantallas y anestesias culturales, el sacrificio se vuelve incomprensible para quienes han olvidado su significado ritual y simbólico.
El toro lucha hasta el último instante y al hacerlo da sentido a su propia existencia. El torero, al sacrificarlo, no solo completa el rito, sino que reafirma el vínculo profundo entre el hombre y su destino. La sangre en el ruedo no es barbarie, es testimonio de la lucha, del arte y del destino que nos iguala a todos.
Eliminar la sangre no protege al toro de lidia, lo condena a desaparecer. No es cuestión de crueldad, sino de asumir la realidad: ¿por qué nos incomodan la sangre y la muerte si son parte de nuestra existencia? Si la sangre nos inquieta, no es porque sea ajena a nosotros, sino porque nos recuerda nuestra fragilidad. En el ruedo, como en la vida, solo quien la enfrenta comprende su verdadero significado.

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