Manizales despide a Ponce y proclama a Juan de Castilla, ambos por la puerta grande
Manizales se vistió de gala para su tarde grande, la última, la más esperada, con la despedida de Ponce, el regreso de Castella tras la tarde de su reaparición, hace dos años, y la inclusión de Juan de Castilla, la gran apuesta del toreo colombiano para los ruedos europeos, y la ganadería de la casa. Llenazo. Sol. Ambientazo.
Y descorchó la tarde el maestro valenciano con un toro tan noble como soso (así resultó toda la corrida, descastada), pero suficiente para que Enrique compusiera una faena de dominio, armonía y cadencia. Las chicuelinas de mano baja del quite marcaron el tono estético, seguido con ese toque delicado de su muleta en cada embroque, estirando el viaje, alegrando la acometida y jugando los vuelos de su mano izquierda con el aroma del toreo de siempre. Un cambio de mano y un par de naturales fueron un deleite, aunque les faltaron la sal de la transmisión.
El cuarto era uno de esos toros remisos de Gutiérrez, sin humillar, desentendido de todo, manso y con mal estilo. Tanto que, en el comienzo con la muleta, el toro se revolvió y le enganchó por debajo de la pierna izquierda, propinándole un serio volteretón sin más consecuencias que el tremendo golpe. Entonces el toro cambió a peor. Cada vez menos fijo en las telas. Pero en manos de Ponce nada es imposible. Poco a poco fue tapando la cara del toro y desengañándole. No era faena de lucimiento, si de construir, de tapar, de lidiar… y en eso también Ponce tiene un magíster «Cum Laude». Casi sin molestar (aparentemente), lo fue empapando de muleta, sobando y obligando a pasar, hasta conseguir robar algún derechazo de mérito. La espada fue certera y entre el respeto, el agradecimiento, la admiración y la recompensa, las dos orejas premiaron toda una maravillosa trayectoria del maestro de Chiva en esta plaza. La vuelta al ruedo fue clamorosa. Un adiós de los que duelen entre gritos de ¡Poooooonce! ¡Pooooooonce!
El tranco pausado pero sostenido en el alegre galope del segundo hizo prever algo grande. Las verónicas de Castella apuntalaron la esperanza, a cada cuál mejor. Y el explosivo inicio con la muleta, por estatutarios y cambios por la espalda, lo confirmó todo. El francés gustó y se gustó. Qué fresco se le ve. Los tiempos, los toques, la suavidad de su muleta, la manera de enganchar, conducir y vaciar. Es otro. Uno aún mejor. Las series en redondo, cada muletazo era pura armonía. Ahora había transmisión, aunque fuera a media altura. Pero el toro se quiso rajar y la emoción fue bajando, a pesar de que Castella alegraba cada serie con pases de las flores, molinetes y trincherazos. Obra grande. Pero falló el acero. La espada cayó defectuosa y el toro se tapó para descabellar. Los tres avisos cayeron, pero sonó más fuerte la ovación que obligó a Sebastián a salir al tercio. A Castella no le sonrió la suerte tampoco con el quinto. Un toro manso perdido y rajado, sin el más mínimo interés en la muleta. El francés se entregó, lo probó todo, robó algún instante de interés, pero no tuvo material alguno, ni siquiera para entrar a matar, un auténtico reto para centrar al toro.
Hace tiempo que Juan Pablo Correa salió del barrio Castilla de Medellín y, a juzgar por lo que viene demostrando, ya no solo es Juan de Castilla, sino Juan de Colombia. Juan para el mundo. ¡Qué gran torero tenemos! En su capote demostró inteligencia y poder para resolver esas acometidas vencidas del toro, que se arrancaba recto, malicioso. Juan lo sometió por abajo, no resolvió, educó al de Gutiérrez. Por eso, muleta en mano, primero fue reconduciendo los viajes con tal autoridad que era como si doblará con sus manos los rieles de un ferrocarril, redirigiendo al toro por dónde tenía que pasar. Cada derechazo fue más recio, más largo, con el compás abierto, sembrado, mandón. El pase de pecho como puntal. Y los naturales… !esa izquierda! El toro, abrumado, se quiso ir. Ya no se colaba. Ahora el poder era para obligar a pasar, para tirar del toro y llevarlo hasta el final, y Juan lo hizo como si fuese un dictador implacable. Un cambio de mano y varios naturales fueron sencillamente soberbios. Después, los circulares sirvieron para tapar ese deseo del toro (ya lo evidenció antes) de irse a tablas. Faena de premio grande, pero, ay, la espada, esta vez no funcionó. Una pena.
Pero funcionó al final, con el sexto, cuando seguramente más lo necesitaba, pues la faena al mansito, protestón y, finalmente, obediente animal que cerró la feria fue tan contundente que las dos orejas no merecieron discusión. Fue una faena medida, justa, que comenzó con un «toma y daca» en el que Juan se impuso con categoría antes de que el toro entregara la cuchara y se limitara, simplemente, a pasar a regañadientes, sometido por el poder de Juan, que además supo imprimir personalidad y expresión en cada serie. Además, cuando el toro estaba definitivamente agotado y antes de que se rajara en tablas, asustó con varias manoletinas de rodillas justo antes de agarrar un certero espadazo.
FICHA DEL FESTEJO
Sábado 11 de enero. Plaza de toros de Manizales, Colombia. Séptima y última de feria. Casi lleno en tarde agradable.
Toros de Ernesto Gutiérrez, correctos de hechuras y escasa cara. Desrazados, desfondados y desentendidos en términos generales. Pesos: 456, 504, 482, 462, 454 y 456 kilos.
Enrique Ponce (rosa palo y oro): Oreja y dos orejas.
Sebastián Castella (sangre de toro y oro): Ovación tras tres avisos y silencio tras aviso.
Juan de Castilla (verde botella y oro): Ovación tras aviso y dos orejas.
Incidencias: Enrique Ponce lidió su última corrida en Colombia. El picador Cayetano Romero se retiró de la profesión tras su actuación en el quinto toro.