Pa´que vuelvan

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Redacción: Jorge Arturo Díaz Reyes

Antonio Ferrera y Juan de Castilla salen a hombros con tres orejas cada uno. Emilio de Justo ovacionado. Ligero, encastado y diverso encierro del Capitán Barbero… 

Juan de Castilla se estira con el cinqueño del encierro. Foto: Camilo Díaz

El cuarto, negro, salió como una tromba, partiendo plaza, rematando contra el burladero frontal, quebrando sus parales de concreto, las tablas y como luego se pudo comprobar, sus dos maxilares. La fiereza y espectacularidad del Santa Bárbara marcó el culmen emocional de la tarde.

Una tarde con plaza casi llena, en su mayoría de festivo y fervoroso joven público. Qué bien. El veterano Antonio Ferrera, que vino a esta temporada colombiana con el evidente propósito de ayudar a evitar el triste final que aquí avisora la fiesta, encontró la justa grey para predicar ese su credo vintage. Esede rancio aroma, que invoca la era decimonónica, la del romanticismo, la de los nombres sagrados, Desperdicios, Paquiro, Cúchares…

Cuando el toreo era una fiesta de valor, creatividad, y sorpresa, sin cartabones. Ese pasado anterior a la rigidez de las formas. Ese que tenía solo las primitivas verdades, bravura y valentía por soporte. Ese para el cual el toreo era fundamentalmente una fiesta, de honor sí, pero fiesta mortal primero que todo. Él balear, la receptiva parroquia y los pequeñines, encastados, cariserios de Barbero, pusieron las cosas en ese plan. Aquí nadie se aburre, parecía la consigna. Fuera los aguafiestas. Y así, se ovacionaron con desenfreno, banderilleros con un solo palo, picadores de una sola vara, estocadas bajas o con una cuarta fuera de los costillares y toros desfondados. La banda contribuyó. Para señalar, como nota frugal, no sonó el pasodoble excepcional, pese a que se otorgaron seis orejas y cinco vueltas al ruedo, cuatro para toreros y otra para toro. Y todos tan contentos. Incluido yo.

Quizá porque hubo finas púas, bellas aunque pequeñas siluetas, embestidas a granel, y sobre todo casta; brava, mansa e intermedia. Tres arrastres aplaudidos y una vuelta para el cuarto acusan la complacencia de la divertida clientela. Después, en el patio de caballos, el ganadero autocrítico dijo —me faltó –y a la réplica –pero la gente se la pasó bomba –contestó —uno siempre quiere más.

El primero, “Quitasol”, recibió la lidia de que hablábamos. En medio del jolgorio que contestaba suertes mirando al público, faroles sin toro, y tandas explosivas. Una estocada recibiendo de largo fue como un homenaje a Pedro Romero que arrancó la inicial de la media docena de peludas.

Con el cuarto, el que casi se mata de bravo, Antonio se superó en clasicismo antiguo o heterodoxia moderna, como quieran llamarlo. Su tercio de banderillas obligado por el público fue de gran impacto. Con largos y expuestos galleos a cuerpo limpio, topacarneros, cites de rodillas, sesgos y quiebro por las tablas. La locura. La monumental temblaba. Y cuando en el último tercio el animal que había entrado cuatro veces al caballo, se quedaba, Ferrera se arrimaba, se tiraba de hinojos, lo pasaba y lo pasaba. La estocada con volapié frontal, entro por la cruz, pero salió por las costillas, unos veinticinco centímetros. Nada, la frenética clientela y su señoría don Bernardo Gómez Upegui sacaron los pañuelos máximos, dos orejas y vuelta al toro. Si hubo dos piticos no hubo tres, en medio de la escandalera celebrante. Piropos, prendas, corona de café y tal. Parecía que solo faltaba Goya para pintar eso.

El paisa-paisano, Juan de Castilla, anduvo más por lo belmontino. No excesivamente, lo justo. Torero que podría ser el fin de una historia nacional, buscó la quietud, el mando y la templanza. Cuando no la logró, apeló a la vistosidad del toreo circular o de rodillas y uno que otro repentismo desplantado. ¿Es malo eso?  A nadie le pareció. Su estocada a capón, toda, pero baja, arrancó un alarido colectivo que no cesó hasta que asomaron los dos pañuelos premiosos. Frente al sexto, de juvenil apariencia y poca codicia, al que William Torres ofició una extraordinaria vara, puso lo suyo. Se le quedó quieto en la cara y le obligó, largo, por bajo, en redondo y en círculo, hasta que resistió, y le desarmó. Luego, bregó de a uno en uno y lo tiró sin puntilla con un fierrazo desprendido que cobro la tercera peluda. Su primero era el cinqueño del encierro.

Emilio de Justo, se llevó la papeleta negra del sorteo. Parece una frase de cajón, pero es la mejor forma de decirlo. Al segundo que salió exhausto del peto, le mató sin porfía con un pinchazo descolocado y descabello. Con el quinto, mansurrón, calamocho y huido, lucho a brazo partido y sin esperanza por hallar lo que no había. Largamente, hasta que lo mató con la estocada de la tarde. Un saludo en el tercio, que no quería recibir fue la recompensa. “Jinete” sí se fue pitado.

Pese a que se dieron cinco vueltas al ruedo, cuatro de toreros con orejas y una de toro, el festejo duró solo tres horas, un record para esta prolija plaza. La gente salió feliz. “De eso se trata”, comentó sonriente Juan Carlos Gómez, director de la empresa –“pa´que vuelvan” –remató.

FICHA DEL FESTEJO

Martes 7 de enero 2025. Monumental de Manizales. 3ª de feria. Sol, nubes y lluvia. Casi lleno. Seis toros de Santa Bárbara, ligeros de romana (448 kilos promedio), astifinos de poco cuajo, y diversos de juego. Vuelta al 4° “Enojado”.
Antonio Ferrera, oreja y dos orejas
Emilio de Justo, silencio y saludo
Juan de Castilla, dos orejas y oreja

Incidencias: Saludaron Rodíguez y Herrera en el 6°. Aplaudidos los picadores: Cayetano Romero en el 3° y William Torres en el 6°. Al final del festejo salieron a hombros Antonio Ferrera y Juan de Castilla.

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