Redacción: Aura Lucía Mera
Ya inició el ritual sagrado: la Feria de Manizales. Sus carretas del Rocío, desfiles, artesanías, gastronomía y hotelería decaerían casi en un noventa por ciento si se suprimen los toros. La tauromaquia es el epicentro de todas las actividades.
Aficionados de otros departamentos y países como Perú, Ecuador y Venezuela dejarían de asistir a esta ciudad cálida, misteriosa, tradicional y amable, incrustada entre montañas en las faldas del Nevado del Ruiz.
Parece que la minoría antitaurina, con fines claramente políticos y populistas, insiste en que se prohíban las corridas en Colombia, ignorantes de que estas son parte de nuestro patrimonio cultural y ancestral.
Me permito recordarles, por si lo sabían y han olvidado, que estos festejos vienen desde la Colonia, en el siglo XVI. En 1532, seis años antes de la conquista de los muiscas y de la fundación de Santa Fe de Bogotá, en una pequeña población costera, para recibir al gobernador Julián Gutiérrez, se celebró corriendo y capeando torillos.
Ya en Santa Fe de Bogotá llegaron, gracias a Luis Alfonso de Lugo, treinta y cinco toros y treinta y cinco vacas. Se registran oficialmente seis corridas para festejar el arribo de las primeras autoridades de la Corona y la instalación de la Magna Audiencia.
Las corridas eran festejos indispensables en todas las fiestas civiles y religiosas. Los vecinos colaboraban con el tablado de la Plaza Mayor. En Popayán ayudaban encomenderos y caciques cercando la esquina del convento de las monjas.