La suerte de varas, pieza clave en la liturgia taurina, se reivindicó en la primera de Manizales, gracias a actuaciones magistrales como las de Reinario Bulla, Hildebrando Nieto y Edgar Arandia. Este recuento explora su importancia técnica y el papel de cada subalterno en un evento que demostró tanto las luces como las sombras del arte taurino.
Redacción: Juan Pablo Garzón Vásquez- www.enelcallejon.co/ – Web Aliada
Manizales – Colombia. La plaza bullía de pasión y expectativa. Cada tarde taurina es un poema vivo, y en esta ocasión, la suerte de varas ocupó el papel central en un espectáculo que fue, en sus mejores momentos, un homenaje a liturgia del toro bravo. El ruedo vió desfilar el temple y la destreza de picadores que, vara en mano, escribieron un capítulo de excelencia y entrega, dejando una huella imborrable en el corazón de los aficionados.
El arranque: luces y tropiezos
El primero de la tarde dejó un sabor agridulce. Los auxiliares, Emerson Pineda, Alex Benavidez y Anthony Dicson, mostraron falta de temple en sus intervenciones. Un descuido de Dicson resultó en un percance inesperado: el burel lo embistió, recordando la importancia de la concentración en cada instante de la lidia. Este inicio accidentado encendía las alarmas, pero también subía la apuesta para los que seguían.
Reinario Bulla y la vara perfecta
La segunda suerte devolvió la esperanza. Reinario Bulla se convirtió en el protagonista con una vara impecable, que templó al toro y le permitió mostrar toda su bravura. Jaime Devia, con una brega correcta, y Andrés Herrera en banderillas, ofrecieron un juego de contrastes: un primer par discreto, pero compensado con un segundo de gran factura. Iván Darío Giraldo con un par espectacular redondeó la actuación.
Tercera suerte: elegancia y temple
El tercer turno trajo consigo la figura de Hildebrando Nieto, cuya vara fue un despliegue de técnica y elegancia. La brega de Héctor Fabio Giraldo complementó con temple y oportunidad, mientras que José Calvo y Juan David Ortiz destacaron con pares de banderillas ejecutados con precisión quirúrgica. Fue un momento de conexión pura entre torero y animal.
El cuarto y su reivindicación
Adelmo Velásquez, con su buena vara, marcó la pauta en el cuarto de la tarde. Ricardo Santana demostró oficio con una brega limpia, mientras que Carlos Rodríguez y Brian Valencia brillaron con pares de banderillas tan impactantes que el público los obligó a saludar montera en mano. Aquí se vivió el clímax de la tarde, recordando la nobleza del toro y la destreza del torero.
Los retos del sexto y el séptimo
La complejidad de la lidia se hizo evidente en el sexto y el séptimo. Andrés Herrera enfrentó una brega complicada, y Jaime Devia, junto a Iván Darío Giraldo, no lograron resolver con solvencia las banderillas. En el séptimo, Edgar Arandia destacó con una vara oportuna, pero las dificultades de Héctor Fabio Giraldo y Juan David Ortiz dejaron en evidencia los retos de una tarde que exigió lo mejor de cada actuante.
El cierre magistral
El octavo y último de la tarde cerró con broche de oro. Juan Esteban García ejecutó una vara que sublimó la bravura del burel, y Carlos Rodríguez, con su capote prodigioso, llevó la línea artística de la tarde a su punto más alto. Ricardo Santana y Brian Valencia, aunque efectivos en su ejecución, enfrentaron la adversidad con valentía y profesionalismo.
Reflexión final
La suerte de varas no es solo un acto técnico dentro de la tauromaquia; es el primer gran diálogo entre el torero y el toro, un preludio que define el resto de la lidia. En esta jornada, la destreza de picadores como Reinario Bulla, Hildebrando Nieto y Edgar Arandia demostró que este arte sigue vivo, evolucionando y conquistando corazones.
El arte taurino es, al final, un espejo de la condición humana: lleno de valentía, errores, redenciones y momentos de absoluta perfección. Que la suerte de varas siga siendo un himno a la nobleza del toro y a la maestría del torero.