Conrado Abad, el legendario maletilla de la tauromaquia popular, falleció este sábado 2 de noviembre, apenas cuatro días después de haber cumplido 98 años. La figura entrañable del toreo más humilde y auténtico, símbolo de la bohemia y el sacrificio, dejó un legado imborrable en las capeas de Salamanca y Extremadura. Con su muerte, el toreo popular pierde una de sus más grandes estrellas, quien, aunque nunca alcanzó la gloria de los grandes, se ganó el cariño y respeto de todos los que lo conocieron.
Redacción: Juan Pablo Garzón Vásquez – https://enelcallejon.webnode.es/ – Web Aliada
Fusagasugá – Colombia. El toreo popular ha perdido hoy a una de sus figuras más emblemáticas: Conrado Abad, el maletilla que, a lo largo de más de ocho décadas, llenó con su presencia las tierras de Salamanca, Extremadura y la raya portuguesa. Conrado, que el pasado 28 de octubre celebró su 98º cumpleaños, falleció este sábado 2 de noviembre tras una lucha que no pudo ganar contra una infección respiratoria que lo mantuvo en estado crítico en el Hospital Universitario de Salamanca.
Nacido el 28 de octubre de 1926 en Castrocontrigo, León, Conrado Abad forjó su identidad como torero desde joven, impulsado por un deseo irrefrenable de ser parte del arte del toreo, aunque en sus primeros años las circunstancias de su familia no apoyaron sus sueños. Desde muy joven se trasladó a Molezuelas de la Carballeda, en Zamora, y a los 16 años decidió emprender su vida bohemia en busca de su pasión: el toreo. Su destino le llevó hasta la provincia salmantina, donde se asentó en Ciudad Rodrigo, una tierra que lo adoptó y lo vio crecer como maletilla.
La figura de Conrado “El Maletilla” pronto se convirtió en un emblema del toreo popular en la comarca mirobrigense y más allá. Su imagen, con el petate a cuestas, la muleta y el cartón de tabaco de contrabando, recorría las carreteras de la región, entre capeas y festejos menores, donde se ganaba el cariño de quienes lo conocían. Aunque nunca alcanzó el estatus de las grandes figuras del toreo, el respeto y la admiración que despertaba entre los aficionados al toreo más humilde y auténtico fueron incuestionables. En cada plaza, en cada fiesta taurina de los rincones más recónditos de la península, Conrado dejaba su huella: la del toreo sin adornos, directo, visceral.
Pese a que la fama nunca le llegó en la forma que otros toreros de su tiempo disfrutaron, Conrado Abad logró lo que muchos desearían: convertirse en un símbolo de dedicación, entrega y pasión por el arte de torear, un verdadero representante de la esencia más pura del toreo popular, el que se vive y se siente en las plazas de pueblos pequeños, donde el toreo es aún un acto de corazón, de tradición y de pueblo.
La muerte de Conrado Abad representa el cierre de un capítulo dorado para la tauromaquia popular, esa que nunca fue del interés de las grandes empresas ni de las grandes figuras del toreo, pero que siempre vivió en los corazones de los aficionados. Su partida deja un vacío irremplazable en los corazones de todos aquellos que, como él, han hecho del toreo su vida. Con su despedida, la memoria del maletilla se convierte en leyenda.
Descanse en paz, Conrado Abad, quien siempre será recordado como el torero que nunca se rindió y que, con su arte sencillo pero profundo, conquistó un lugar eterno en la historia del toreo popular.