En una tarde muy emotiva, llena de deferencias y reconocimientos, el ídolo de Lima, EnriquePonce, se despidió de la afición peruana treinta y tres años después desde su primer paseíllo. Y lo hizo por todo lo alto, abriendo la puerta grande de Acho por duodécima vez, convirtiéndose en el torero que más veces ha salido a hombros en las setenta y siete ediciones de la feria limeña, superando a Palomo Linares y Curro Girón que empatan a once. De este modo se cerró una relación de cariño y admiración que abarcó más de tres décadas en las que Enrique Ponce estuvo presente en veinte ferias moradas, la mayoría de ellas con corte de apéndices.
La tarde estuvo condicionada por el mal juego de la corrida de El Pilar, de correcta presentación pero los toros carecieron de fuerza, codicia, transmisión y fondo de bravura. Si bien empujaron en el caballo, tendían a salir sueltos sin mayor acometividad. En la muleta humillaron, pero rematando por alto y descompuestos.
El que abrió plaza, justo de fuerzas, nunca tuvo entrega. El maestro valenciano procuró superar el calamocheo que traía en sus embestidas, logrando completar tandas que armaron una faena que no terminó de redondear con la espada. El tercero, que tampoco tuvo motor, se rajó en las primeras series con la tela roja.
El quinto, colorado listón, fue el que más posibilidades ofreció durante la tarde y el valenciano lo percibió desde los primeros tercios en los que cuidó la lidia y al toro, haciendo lo justo y necesario para convencer al animal a embestir. Dirigió la suerte de varas y el tercio de banderillas orientándolas a no agotar al astado. En todo momento, lo lidió con suavidad, sin ninguna brusquedad, tanto por el pitón derecho como por el izquierdo, siempre llevándolo toreado para terminar haciendo lo que quería. Terminó con unas poncinas de mucho sentimiento y lo fulminó de una estocada entera. La plaza se cubrió de pañuelos y le concedieron las dos orejas.
Al arrastre del sexto toro, Andrés Roca Rey saltó del tendido al callejón para cargar en sus hombros al maestro que se va, también lo hicieron otros matadores peruanos como GabrielTizón, Flavio Carrillo, Aníbal Vázquez o Fernando Roca Rey, entre otros, en uno de los gestos de reconocimiento y aprecio hacia el último “torero de Lima” más importante que se recuerda.
JOAQUÍN GALDÓS, POCA FORTUNA
El lote de Joaquín Galdós fue similar al del valenciano. El segundo de la tarde llegó a la muleta descompuesto, le costó una enormidad repetir humillado. Logró muletazos sueltos, algunos con suavidad y de buena factura, pero que no lograron redondear faena. Tras la suerte de matar, fue ovacionado.
Al colorado silleto que hizo cuarto lo toreó en series ligadas por el derecho mientras que por el izquierdo los pases fueron de uno en uno, sin mayor transmisión de un animal que fue perdiendo movilidad. Pinchazo y estocada entera, ambos ejecutados con verdad, fueron suficientes para recibir una oreja.
El sexto, que tenía más raza y motor, se cambió por un problema de la vista. El reemplazo de la misma ganadería acusó los defectos de sus hermanos en los tercios iniciales. Las primeras tandas fueron deslucidas por la informalidad de la embestida, pero a base de porfiar con la muleta en la cara, el peruano logró finalmente engarzar dos tandas buenas por el derecho, justa recompensa que no fue suficiente para detener el declive de la faena por la condición del astado.