La solvencia de Román se erige sobre una tarde de mal mayor para Juan Leal y Fonseca, que estuvieron sin estar.
Redacción: Marco Antonio Hierro – Cultoro.es – Web Aliada – Foto: Emilio Méndez
Pamplona – España. Cuando un torero afronta el compromiso de una tarde como la de hoy en Pamplona, es indudable que debe estar. Debe estar física, mental y espiritualmente en la plaza, porque no le sirve otra cosa para escapar con bien y con los deberes hechos. Ser torero es muy hermoso, es verdad, pero también tremendamente comprometido, y hay que tener un carácter férreo para vestirse de torero. Si no se tiene -por el motivo que sea-, no se encuentra o está difuminado es imposible encontrar la senda del triunfo que uno viene a buscar a plazas como Pamplona.
Al tendido, que va a estar pendiente de ti entre bullanga y jaleo, le interesa más bien poco tu circunstancia personal a la hora de torear, porque la entrada que paga vale lo mismo esté como esté el del ruedo. No es menos cierto que le van a hacer el mismo caso a cualquiera que lleve los avíos en la mano, pero la imagen de un matador no puede ser nunca la de un tipo que da lástima. Y hoy sólo uno de los tres que hicieron el paseíllo a las seis y media salió del ruedo pamplonés manteniendo -y aumentando- el prestigo que le trajo a este cartel.
Lo hizo con un toro segundo que llevaba el hierro de Cebada pero se comportó como los atanasios de embestida excelsa, que suele ser una huida hacia adelante con la cara colocada en noble y enclasado ademán, pero sin dejar de huir. Y Román usó su extraordinario estado de madurez para aplicarle el trapo muy largo, muy por abajo y muy suave, templado al natural y con el vuelo presto. Rayó a buen nivel en su reaparición de la cornada de Vic, pero lo mejor llegó cuando sentó al de Cebada de un volapié de los más fulminantes que se recuerdan. Porque es un tipo que está, y paseó una oreja por ello. Con el quinto -había que estar con la prenda-, bastante hizo con permanecer y no sucumbir a esa mirada por dentro, a esa llegada violenta, a ese ademán de navajero que el toro le regaló.
El que no estaba era Isaac Fonseca, que pudo mantener la ilusión hasta el final, pero era evidente que no estaba para torear en ninguna parte, pero en Pamplona menos. Y, encima, le aparece por chiqueros un toro basto y de colorines que más pareció la mula Francis que un toro de lidia -lo de bravo hay que ganárselo-. Poco más que matarlo quedó para el mexicano. Pero al intentarlo se desmigajó el trabajito que le traían hecho los facultativos y tuvo que marcharse a la enfermería con el codo desbaratado. Porque no debió torear hoy. Y porque Ciriza -que es un crack- puede lograr lo imposible de inmediato, pero para los milagros tarda un poquito más…
Más o menos lo mismo que tardará Juan Leal en analizar la tarde de hoy, vital para su carrera e intrascendente, al final, para el objetivo buscado. Porque un torero que siempre vendió valor y profundidad se equivocó en un momento clave con la estructura del primer trasteo y de ahí para adelante dejó de estar en la tarde. Lo normal es que Juan, que vio con claridad las cualidades de ese primero, que recargó en el caballo de Tito Sandoval, se vino con alegría y prontitud y obedeció con calidad a los trapos, por muy abajo que fueran, cuajara en el toreo fundamental a un animal que se lo estaba facilitando, pero cuando más redondo estaba se echó de rodillas a pegarle circulares. Y nos sacó de la faena. Fue como si alguien te cambiase de tema en medio de una agradable conversación. Incomprensible.
Tal vez incluso para él, porque no volvió a dar la misma imagen que traía en lo que restó de tarde. Tuvo que enfrentarse con un cuarto que se dedicó a mirarlo mientras lo citaba durante un ratito, más de la cuenta, teniendo en cuenta lo que se vislumbraba. Y tuvo que pechar con la escasez de virtudes de un sexto que gazapeaba y obedecía a los toques por toda virtud, además de la nobleza, que fue común en casi todo el encierro. Enseñó decisión, entrega, arrojo, disposición, pero no dio la impresión de que encontrase nada más en el fondo de armario de su tauromaquia. Por eso se fue en silencio y sin estar.
Fueron dos ejemplos claros de cómo se puede torcer una tarde. Pero, para torcer, el ganadero, al que le gustó mucho la corrida, según le dijo a la tele. Hombre, para ser la única que lidia en todo el año, desde luego ha sido la mejor…
Ficha del Festejo:
Plaza de toros Monumental de Pamplona. Cuarta de la Feria del Toro. Corrida de toros. Lleno. Toros de Cebada Gago, de presentación dispar y astifinísimas puntas. Con calidad y raza justa el cárdeno primero; manso de huida hacia adelante enclasada, el rajado segundo; deslucido y sin celo el mulo tercero; un semoviente el serio castaño cuarto; de pasar un rato el correoso quinto; sin entrega el gazapón sexto. Juan Leal (malva y oro): silencio, silencio y silencio en el que lidió por Fonseca. Román (espuma de mar y plata): oreja y silencio tras aviso. Isaac Fonseca (gris plomo e hilo blanco): lesionado en el tercero.