Emilio de Justo sale a hombros tras lidiar un lote de triunfo y desorejar de forma excesiva al bravo quinto, exageradamente premiado con la vuelta al ruedo; también fue excesiva la oreja a un firmísimo Tomás Rufo ante el tercero, al que cuajó al natural, mientras que Morante se fue abroncado.
Redacción: Javier Fernández-Caballero – Cultoro.es – Foto: Luis Sánchez Olmedo
Madrid – España. Cuando lo artificial mata una verdad tan grande y tan dura como la que Emilio de Justo ha vivido entramos en el pantanoso territorio de que el éxito pueda llegar incluso a matar, como así ha ocurrido en la segunda de San Isidro. Porque si al Emilio de Justo que hoy se fue en volandas de Las Ventas le diesen a elegir si hacerlo o no en estas circunstancias cuando el sol de Torrejoncillo le apretaba en la soledad del estío cuando no tenía ni un contrato a la vista, estoy seguro que se hubiese negado de raíz.
Y es que una vuelta así no merecía una Puerta chica que el surrealismo del presidente Eutimio sacó en el quinto. Ni eso ni la vuelta de un héroe al templo del que se fue en ambulancia y sin saber si iba a salir de aquélla hace ahora trece meses. Y es duro que no sea rotundo tu regreso por culpa de una decisión del palco, aunque hayas hecho por momentos el toreo eterno con un bravo que tampoco era de vuelta al ruedo.
Por esto Madrid está muriendo de éxito, un éxito artificial, un éxito de público momentáneo que acaba con la seriedad de quien alzó al pódium del dinero y el respeto a quien se lo ganó. Pero el post triunfal de Instagram para que los seguidores de quien acude sólo dos veces al abono vean que se lo ha pasado bien vale más que el juicio que siempre deliberó el futuro del arte más solemne y más real de cuantos artes efímeros moran esta faz. Y de veras que por todo esto, y tras la lidia de ese quinto al que Emilio desorejó, un aficionado no podía haber acertado más en una recomendación al héroe que estaba a punto de abandonar en volandas el ruedo del templo más sagrado que existe en este rito: “¡Emilio, por favor, no salgas a hombros!”.
Lo hizo tras una obra al bravo a un animal quinto ante el que ya se tocó el corazón con la montera en el brindis. Propuso después el toreo ante la raza enclasada del funo por el derecho, que siguió con ahínco la mano diestra del torero en dos primeras series de calado. Y para poderle era su tranco a zurdas, por donde trastabilló Emilio la primera serie y se enrazó en la segunda, incluso durmiéndose en un natural que hiló con una trincherilla. Y por esa mano siguió embaucando a un torazo al que llevó por abajo en el final de obra. Y la estocada recibiendo al de Garcigrande que le puso en sus manos el excesivo doble trofeo.
Antes, lo de De Justo con su primero fue una papeleta en toda regla, porque que se ponga el público de parte de un toro con movilidad sin más y que no tengas capacidad de acción por el huracán que inunda la escena es para que la impotencia nazca en una persona. Pero no en un héroe. Por eso no lo hizo en Emilio, que tiró de la paciencia que durante meses lo tuvo postrado en un sillón para domeñar ya a la antigua al toro. Ahí fue cuando entró Madrid en la tarde, ya recuperada del disgusto de la impresentable estampa del primero de la corrida. Se llevó al abrigo del viento el extremeño ese segundo y le aprovechó la tralla que tenía para embaucarlo. Templarlo era otra cosa, porque era materialmente imposible ralentizar el trazo con el vendaval. Y así, de esta guisa, siguió llegando arriba por la diestra. Y construyó una obra basada en la movilidad de un toro al que le faltó la clase necesaria para recrearse en el embroque y le sobró un tornillazo final que evidenció que carecía de rotunda entrega. Pero tuvo emoción y fue de público. Todo a la contra menos dos cosas: la chispa motorizada del animal y la disposición de Emilio. Y en ese toro la espada encontró hueso.
Tras ese capítulo, embriagó de emoción Rufo a un tendido hambriento entonces de sucesos en un prólogo de obra de hinojos al tercero. Había que estar ahí abajo para parar el viento, para ausentarse de ruidos y para fajarse en el natural eterno que trazó Tomás, atornillándose con las zapatillas de espaldas al toro para que el viaje en redondo fuese a los 360 grados en vez de quedarse a la mitad. Ese es el toreo que mamó de Don Pablo. Esa es la muleta de Castilla que ha regresado a la nueva era. Ese es el secreto para soñar con lo que tengas delante, como hizo el manchego ante el Sanedrín de Madrid. En ese toro, había que estar ahí para aguantar la tarascada final directa a la yugular que sólo quien se levanta el mismísimo Día de Navidad para entrenar de mañana puede salvar de la UVI. Y había que estar para exprimir el aplomo final del escurrido animal. Y lo estuvo Tomás, que le sopló un puñetazo final hasta la bola que lo tumbó, y vio cómo el tendido pidió una excesiva oreja tras una faena que hubiese calado más si en el cómputo final hubiese sonado una ovación de verdad. De las que rompen el tendido.
También había que estar ahí para plantarle cara a la raspa primera y no estuvo Morante. Ni siquiera para descabellar, porque pasó la decena de intentos y solo hubo dos de frente, los dos últimos. Y había que estar para hacerle frente a un cuarto deslucido y el que estuvo fue Lili para soplarle dos largas de salida y nada más. El broncazo a Morante sí que paró el tiempo… como no lo parará la tarde de hoy por culpa de Eutimio, que se inventó un triunfalismo artificial -porque la segunda oreja es decisión del palco, no lo olvidemos- para tapar la suprema verdad de un tío al que un toro partió en dos y hoy regresó al mismo ruedo. Un ruedo que está muriendo de éxito si antes no lo para otra Autoridad distinta a la de hoy.
Ficha del Festejo
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Segunda de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. Lleno de No hay billetes. Seis toros de Garcigrande. De protestada presencia el primero, deslucido y desentendido de la lidia; serio, astifino y bien hecho el segundo, de embestidas encendidas y encastadas, más enclasadas por el pitón derecho; el frío comienzo del protestado tercero mutó en impetuosa y humillada codicia en la muleta; manso y acobardado resultó el cuarto; de menos a más el bien hecho quinto, que ganó en fijeza, franqueza e ímpetu por su buen fondo de raza, premiado con la vuelta al ruedo; probón y mentiroso fue el ofensivo sexto, que terminó a la defensiva. Morante de la Puebla (Negro y Plata): Bronca tras aviso y Bronca. Emilio de Justo (Verde hoja y Oro): Palmas tras aviso y dos orejas. Tomás Rufo (Tabaco y Oro): Oreja y Silencio. Incidencias: Al romper el paseíllo fue obligado a saludar una ovación Emilio de Justo.