¿DIVERSIÓN?

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Redacción: Padre Marcos

Cuando me subo a una moto de más de 1000 centímetros cúbicos, me divierto al por mayor. Cuando he ido a ver a Caifanes. Me he divertido bastante también viendo a un comediante. A los toros no vamos a divertirnos jamás. Hoy se ponen palabras en boca de las «opiniones». La «inquisición» del lenguaje nos domina. A un asesinato de un bebé inocente le llaman interrupción del embarazo; a los asesinos les llaman humanos; a los perros, les llaman hijos; al hombre, le llaman mujer, y tienen el descaro de decir que vamos a los toros a divertirnos. No. Hay una equivocación de base, que me permito explicar.

La «diversión» está lejos de la fiesta brava. Si eso fuera cierto, como argumentan los que no conocen, iríamos al rastro a ver matar un animal o cuando mi abuelita mataba las gallinas, estaría «divertido», o cuando mi abuelito mataba los marranos. La fiesta brava no se etiqueta con ese término.

La fiesta brava es algo trascendente en la óptica del alma. Es una liturgia que conlleva un viaje al pasado, es un «nervio» del volcán del miedo. El corazón late a mil por hora, la saliva se acaba. Es esperar cuatro años en el campo, es el sastre que «artesanalmente» crea un vestido de luces, es el capote de paseo con la imagen de la Virgen o de Jesús Nazareno. La fiesta brava es sentir el temor de que el toro embista o no embista, es valor, es dejar morir el cuerpo. Es tener los cojones puestos para enfrentarse a una bestia de quinientos o seiscientos kilos.

Es un ritual milenario, es una danza con la muerte, es burlar el tiempo y el espacio. Los sentimientos de poder ver reflejada una obra donde el que manda puede ser uno u otro, donde la cornada siempre está presente. La fiesta brava es el hospital donde no sabemos si vivirá el torero. La fiesta brava es color, es música, es algo que los que nunca han ido, no podrán experimentar.

Obviamente, en el combate, tiene que haber un vencedor y un vencido. Y a final de cuentas, el animal irá a tu mesa, donde podrás disfrutar de un bistek, de una picaña. Donde los tacos de cabeza te los comerás con limón y salsa. Se extiende un poquito la misma carnicería de la esquina, sólo que con una diferencia abismal. El toro que se mata en el rastro, o la vaca, o el borrego, no podrá trascender en la pelea. Está amarrado, está indefenso. Le dan una descarga, sigue vivo, y así es fileteado. Y en la plaza, tiene la oportunidad de defenderse, de atacar, de acometer y de poder salir victorioso.

No vuelvan a decir que es diversión. No pongamos términos equivocados a las cosas. Ése es un defecto de nuestro tiempo. Y repito: si fuera diversión por ver matar un animal o por la sangre, los taurinos estuviéramos en los rastros o estaríamos matando perros o gatos en las casas. Los taurinos somos una especie extraña. Bien lo sé. Pero cuando se quiere opinar de algo, es bueno conocerlo o por lo menos ir a ver qué sucede. Y no sólo a la plaza de toros, sino a las ganaderías, a los tentaderos, platicar con un torero. No sólo es opinar, porque de la opinión a la verdad hay un abismo inmenso.

Y peor tantito. Qué triste es leer comentarios asesinos, cuando un hombre ha caído en la arena. El toro no es tu hermano, tu hermano es el humano. Pero también todo esto es culpa de una zoofilia canina y felina, que se ha provocado por no conocer el campo, los ranchos, la verdadera vida de nuestros campesinos y ganaderos. Las ciudades se han convertido en guetos y las caricaturas han hecho daño en bastantes cerebros. Muchos niños y jóvenes piensan que los animales hablan. La vida del campo es perra.

Espero que quede clara la explicación, porque para los que conocen no es necesario explicar tanto. Y si no conocen, va a ser difícil que me entiendan.

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