Como si llevaran toda la tarde ensayando o en el armario sin salir. O tramando una conspiración de locura. Alguien apretó de botón de la conexión del público con la corrida y se desató una ronquera de olés que ni los psiquiatras de atreverán a analizar. Devuelto el quinto de Juan Pedro, arrancó la tormenta y se desató una locura. Literal. Salió un sobrero con edad, muy bajo y muy serio de cara de amplia de Conde de Mayalde y el público se soltó la melena. Buen toro, que había doblado manos varias veces y con el que Ureña se arrebató de repente en tres series, una de enorme trazo y las otras de enorme entrega . Estocada arriba, almohadillas al ruedo, voces, gritos bajo la lluvia. Paseando la oreja dio la impresión de que ese rato fue la tarde entera
Fue en ese instante cuando se tuvo noticia del público, que por cierto, casi llena la plaza. Todo un éxito del torero. Hasta ese momento, sería en un quite por chicuelinas de dos compases, abierto y cerrado, cuando entró el público en la corrida con un gran toro de Domingo Hernández. Por seriedad y hechuras y por cantar una gran condición de salida. Dos estatuarios en la larga distancia ligados a tres naturales limpios y largos subieron aún el diapasón que bajó inmediatamente al decaer el acople con el toro. La faena vivió subiendo y bajando, con dos tandas cortas muy buenas por el pitón derecho, dejando siempre la muleta puesta. Y volvió a bajar con la mano izquierda y un feo desarme. Esta cuestión terminó de bajar a tierra la faena que no pudo subir en los muletazos a finales a pies juntos y al natural, con el toro apagado antes de media estocada
El de Adolfo fue otro toro de gran presentación que tuvo una gran virtud: cantar pronto su peligro evidente por el izquierdo y su gran dificultad por el pitón derecho. Por ese lado surgieron dos o tres muletazos con el toro quedándose debajo, pero a la que se puso por la izquierda el toro simplemente se venía al cuerpo. Impecable el cuarto de José Vázquez por bajo y serio que manseó mucho saliendo huido tres veces al sentir el hierro pero humillando mucho. Sin inercia , toro para llegarle mucho y echarle los vuelos al hocico, de forma literal. De esa forma embestía bien y muy humillado. El inicio de faena, en los adentros y con la izquierda, fue muy ligado y profundo y le siguió otra con la mano derecha. A partir de ahí la ligazón se ausentó y los pases surgieron a cuenta gotas en una faena a menos. Buen toro con ese matiz importante y a menos con el que se atascó con la espada.
Y llegó el sobrero y la tormenta y todo fue un desideratum. Hubo olés de sonido tan roto como indefinido a compás del viento de la lluvia de la huida de público y del aguante de los que salieron del armario a darlo todo Una tanda de gran calado con la mano derecha, otras dos de menos trazo porque el toro bajo en su fondo, precedido de una especie de abandono a ninguna suerte ya que el toro había doblado manos y ahí había pasado poco. Y de pasar poco a pasar todo. A la entrega de Ureña el público le dio hasta el piso y el coche. Fue el burraco de Victoriano del Río un toro mansurrón y huidizo con el que Paco Ureña porfió otra vez en busca de la Puerta Grande, pero no había motivos en el toro para regresar a la locura. Lo dio todo Ureña. No se dejó nada. Corrida muy bien presentada menos en los dos últimos toros. Nada se llevó al hotel el torero en una tarde de dignidad absoluta con algún toro de buena condición, sobre todo el de Domingo Hernández.