Reportaje Grafico: Erick Cuatepotzo – www.voyalostoros.com
En una sociedad que se aleja del dolor, incluso, a veces, en la que hemos llegado a normalizar proezas que, en otros tiempos, bastarían para ser contadas de generación en generación como hemos recibido las de Aquiles, Perseo o Teseo, habría que añadir la que protagonizó Ginés Marín un 15 de mayo en Madrid. Porque aunque queramos ver a los toreros como personas normales, existe un halo alrededor de ellos que lo diferencia de cualquier mortal. Realizar, como hizo Ginés, el acto estoico de aguantar en pie con el muslo roto en dos cornadas de 25 y 20 centímetros no está al alcance del cualquiera. Si, además, es capaz de dar muerte a espada a su enemigo sin una mera muestra de dolor y de atisbo, la proeza lo eleva a la capacidad de héroe. Y los héroes nunca fueron reconocidos como cualquier mortal. Intentar hacerlo es quitar misticismo. Porque es precisamente la sangre de un torero la que marca la frontera entre la vida y la muerte. La heroicidad. Tuvo además la tarde las orejas de Álvaro Lorenzo, que toreó con los puntos puestos tras su cogida el pasado domingo, y Curro Díaz dentro de una corrida de El Parralejo que contó con dos toros con opciones dentro de una escalera de tipo.
De feo gusto fueron las hechuras del tercero, justo de remate y expresión, para el coso venteño, que además resultó ser un manso desclasado que embestía con auténticos gañafones, soltando siempre la cara. Como si de un toro bueno se tratara, hundió Ginés Marín los talones en la arena confiando en el toque para embrocar las embestidas. Las afiladas puntas viajaron en varias ocasiones rozando la femoral en bruscos pitonazos. Ni un atisbo de renuncia. El valor más seco. El de más verdad. En uno de esos viajes, el toro alcanzó el muslo del torero. La hondura del diestro hizo que su propio peso profundizará rápidamente y extensamente. La sensación de llevar una cornada extensa surgió rápidamente. La sangre nada más levantarse era una prueba. El muslo, partido.
Sin embargo, Ginés Marín no hizo ni un mero gesto de dolor. Volvió a ponerse en la cara del toro y fue capaz de hacer la proeza de matar al toro entre un público que contemplaba absorto si estaban contemplando un acto tan real. Una vez que el toro dobló, Ginés Marín recogió la ovación del público y por su propio pie entró a la enfermería por el callejón. Con una dignidad torera que agranda más lo acontecido en el ruedo venteño.
Regresaba a Madrid Álvaro Lorenzo por vía de la sustitución con una oreja y una herida cerrada a puntos como aval. Y cuajó dos actuaciones muy serias, sin ningún atisbo del percance pasado, pero, además, con la frescura del que le funciona la cabeza delante de la cara del toro. Otra prueba de valor. Supo administrar al noble quinto, de fondo justo, que duró más por el trato de Lorenzo. Comprendió que el toro era de corta distancia, de enganchar los muletazos y llevarlo en línea recta, pues recogiendo la embestida, la duración hubiera sido mínima. Una tanda de ahora o nunca hizo que el toro bajara su inercia y los muletazos perdieran ligazón. Dio tiempo entre muletazo y muletazo el toledano, pero cierta parte del público recriminó una colocación necesaria para que el muletazo tuviera un trazo en línea recta y no curvo. No era del sur. Las bernadinas finales junto a la estocada llevaron una oreja hasta las manos de Lorenzo.
El segundo evidenció buenas cosas hasta que regresó a los corrales por su falta de fuerzas. En su lugar, salió un sobrero viejo de José Vázquez, al que solo quedaban dos meses para cumplir 6 años en una imagen más cercana de final de temporada que del ciclo isidril. Tuvo una embestida fácil de adivinar por su hechuras, que no pareció captarlo quien lo viera en el campo. Porque con tal tipo, la embestida iba a carecer de inercias, debía llevarse en línea recta y su recorrido iba a ser escaso. Apostar por él como toro de triunfo era casi una temeridad. Y así se comportó, como toro viejo que fue. Muy serio estuvo Álvaro Lorenzo que supo administrar las capacidades técnicas que le requería el astado. Incluso, al natural, los muletazos tuvieron el trazo y el gusto que le faltaban al astado, que además no tuvo emoción.
Sí tuvo emoción el primero, el mejor de El Parralejo que ya desde el inicio cantó sus virtudes: humillación, bravura, profundidad, clase… Virtudes que aprovechó Curro Díaz en una primera parte de la faena con muletazos cortos, con la figura erguida, desmallado de hombros. Sin embargo, cuando el toro necesitó más dominio y llevarlo más, la faena bajó su diapasón. Lo mismo también pasó con el buen sexto, que exigió llevarlo muy cosido y largo, sobre todo, a partir del tercer muletazo, sin inercias. Cantó el público en este caso los primeros muletazos de las series dentro de una faena de detalles, que no encontró con una serie rotunda por diferentes enganchones o brusquedad en los toques. Todo, eso sí, adornado con la torería del diestro de Jaén en un público que esta vez, como no ocurriera con Lorenzo, pareció olvidarse de la colocación. En movimiento, toda colocación es parda, pareció escucharse en los tendidos en esa dispar vara de medir que siempre ha caracterizado Madrid. La estocada, que acabó con el sexto, llevó a Curro Díaz a pasear otro trofeo. Meritoria resultó la faena al cuarto, de embestida muy complicada y nada entregada. Sin opciones de triunfo tuvo el jiennense con este toro en una tarde que estuvo marcada por un torero.
Ficha del Festejo: