Bajando de Manizales

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Rueda rodando Autopista del Café abajo, hacia los cañaverales del cálido Valle del Cauca, la memoria trabaja por su cuenta, suelta, silenciosa. Lo pasado en el último mes, va y viene sin orden.

Año viejo, año nuevo, Cali, Manizales, las dos ferias grandes de Colombia celebradas entre la pandemia, el miedo, la crisis… Como una exhalación ha pasado todo. Celebraciones, tristezas, contagios, parientes, amigos, conocidos en peligro de muerte. Diecisiete oficios taurinos, once de toros, tres de novillos, uno mixto de recortadores y dos festivales. Diecisiete actos, cada cual una historia en sí misma, pero a su vez apenas episodio de la historia conjunta.

Faltan aun dos el 17 y 22 de enero en Bogotá, mejor dicho, en sus goteras. Puente Piedra, catacumba de la primera afición del país, desplazada de su catedralicia Santamaría por la inmoral persecución moralista. Allí, semiocultos el 17 y 22 de enero los toros de Mondoñedo y los novillos de Ernesto González Caicedo escribirán el epílogo de esta temporada grande nacional, o a lo que ha quedado de ella.

Mientras tanto, por la carretera, curva tras curva, paisaje tras paisaje, saltan las imágenes en flashback. Para qué sacar notas, estadísticas, balances. Lo que no se recuerda no merece ser contado, decía Corrochano, espejo de cronistas.

El lenguazaqueño Anderson Sánchez idultando a “Bonito” cuajado paispamba. Sorpresa. Alejandro Adame y Perera empujados a la Puerta Grande por los nobles utreros de Salento. El grupo de Tauroemoción a brazo partido en Cañaveralejo. Alberto García, Guerrita, Carolina Baquero… en todo, contra todo y con todo. Los recortadores sorprendiendo. Tanto cemento desierto. Los fieles, los ocasionales, los desertores. La formidable corrida cinqueña de Rincón. La previsible imprevisibilidad presidencial. La contundencia de Roca Rey. La patética coreografía de Ferrera. Los catorce frágiles y mansos juanbernardos. De Justo domando el guachicono. El festival ahogado por la lluvia. El Cordobés, Conde y El Cid, que vinieron, vieron, y se volvieron, sin torear. El histórico encierro de Victorino. La gente cómo estaba. La excelsa faena de Bolívar, la de la temporada, con ese bravo primero, “Ordenante”…

La ascensión a Manizales. Juan Carlos Gómez sonriente. La hospitalidad. El fervor. Andrés Manrique tirando el triunfo por la borda. Pinar y los duros dosgutiérrez, una tauromaquia exótica en Colombia, cómo puso la plaza. Bajo el diluvio los encastados del Capitán Barbero, José Garrido con el agua al tobillo negándose a la suspensión y desorejando uno. Y al otro día, otra vez empapados, la cuasiperfecta faena de Emilio de Justo al poco toro de Rincón. Roca Rey, triunfante siempre con bravos con mansos, en corrida, en festival, en el agua, en lo seco. Los bellos atisbos de Juan Ortega. El maestro Rincón cargando al pequeño Marco Pérez en hombros y tras ellos todos, una alegoría. La pasión fotográfica de Camilo, llueva, truene o relampaguee. La boleta garante y ansiada, la final de Ernesto Gutiérrez en La Monumental. A la fija, siempre fiesta. El Juli y Bolívar en hombros.

Los viejos, los nuevos, los jóvenes, los niños, mi nieto aficionado. Los que murieron. Minutos de silencio, Rafael Giraldo casi, resucitado, cuerpo presente. En Colombia el toreo no se rinde. Manizales anuncia ya sus abonos para la temporada 2023.

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