Los toros de Juan Bernardo Caicedo no tuvieron lo mostrado en años anteriores, peso y edades no justificadas en los trapíos y juegos desvelados a medias por la escasa fuerza de los astados, la verdad sea dicha, la maestría y ganas de los actuantes taparon los defectos de los bureles.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora
Cali – Colombia. La segunda tarde del ciclo fuerte de la feria de Cali, pese a las orejas cortadas, estuvo ausente de materia prima, los toros de Juan Bernardo Caicedo acusaron escasa fuerza y por ende las condiciones de casta, bravura, clase y movilidad no afloraron en gran potencial, al punto que la suerte de varas fue una simulación o en otros términos, mero trámite. Entristece que esto suceda con un hierro que goza de buen prestigio, donde años anteriores en diferentes plazas del país ha dejado sabores memorables, incluida la Cañaveralejo y que, por las razones ya expresadas, se desvanezca la ilusión de toreros, empresa, aficionados y público en general.
La frase de cajón, «el toro es el rey de la fiesta» no es solo una expresión fonética o gramatical, es una verdad sintetizada para decir que el toro de lidia es el eje central del ejercicio taurino, que este hermoso animal se debe poner como mínimo en condiciones óptimas a nivel físico (peso, edad y estado atlético) para ser lidiado, lo que traiga por dentro es un misterio, ya es sabido, en genética dos más dos no es cuatro, pero escuchando al Ganadero Victorino Martín, con quien comparto su concepto, expresaba que «el toro se debe respetar profundamente» porque llega a ser el espejo de quien lo cría y lo lidia y ahondando en su afirmación describía que los astados pueden llevar el carácter de quien ha tomado las decisiones en su proyección hereditaria. Esto no quiere decir que se deba condenar al criador del hierro que lidio en la segunda corrida de Cali, lo que, si se está expresando, es que se debe reflexionar con verdad en lo presentado para no dejar bajar el prestigio con el que hoy se le reconoce.
Una pena profunda fue las vicisitudes afrontadas por Hernán Ocampo Villa «Guerrita Chico» en su despedida, el lote sorteado fue echado para atrás, haciéndose a los dos sobreros que reglamentariamente debe tener una plaza de primera categoría como la de Cali y por generosidad de empresa, viendo un tercer burel en el que no pudo redondear el sueño de despedirse con triunfo rotundo en su plaza, justo veinte años después de haberse doctorado. Antonio Ferrera y Andrés Roca Rey, por las virtudes que atesoran, lograron sacar agua de pozo seco y llevar a su esportón los trofeos para abrir la puerta grande, aptitudes que los han encumbrado en esta dura y difícil profesión; eso hizo ver que los defectos de los toros los tapó la maestría de los toreros.