Como una peste medieval. Más de doscientos cincuenta millones de enfermos, más de cinco millones de muertos, astronómicas pérdidas en todas las monedas, casi la mitad de la población mundial aun sin vacunar, y, sin embargo, con toda su dimensión, esta, la epidemia de más rápida y global expansión en la historia, no ha sido una de las más letales.
Como una peste medieval. Más de doscientos cincuenta millones de enfermos, más de cinco millones de muertos, astronómicas pérdidas en todas las monedas, casi la mitad de la población mundial aun sin vacunar, y, sin embargo, con toda su dimensión, esta, la epidemia de más rápida y global expansión en la historia, no ha sido una de las más letales.
¿Por qué? No lo sabemos con precisión. Pero sí que más allá de la patogenia del virus, el “factor humano” con sus contradictorias acciones es el que ha determinado avances y retrocesos en esta tragedia que no termina. Somos parte mayor del problema y de la solución. Contra la insuficiencia de los sistemas sanitarios, el esfuerzo ingente de su personal. Contra la ciencia, la superstición. Contra las campañas de vacunación, la resistencia de muchos. Quizá entre estos haya quienes se oponen, como los animalistas al toreo (culpable de todos los males), por considerarlas violadoras de los derechos de los virus. La verdad, no lo he oído decir literalmente, aunque sí percibo algunas aproximaciones.
Por ejemplo, el doctor Jorge Iván Ospina (colega médico), alcalde de Cali, hace poco, para rechazar la próxima temporada, declaró con rotunda superioridad moral que los taurinos vivimos en la premodernidad (edad media). Lo cual, de plano nos hace sospechosos. Paradójico. Aquella época fue marcada por moralismos, satanizaciones, intolerancias, persecuciones y autoritarismos, como los desplegados hoy, en la frívola posmodernidad, contra la tauromaquia y sus fieles.
No, señor alcalde. Ni pre ni posmodernistas. Quizá valga recordar algo que su señoría no sabe u omite. La corrida de toros actual es una ceremonia pública simbólica, legal, de origen tan viejo como la cultura, cierto, pero de concepción, valores y formato moderno (siglo XVIII). Comienza con el reemplazo en su jerarquía de los caballeros por los peones, el pueblo, representando el retroceso del feudalismo. Y es contemporánea con la ilustración, la revolución industrial, la democracia parlamentaria, el humanismo, los derechos humanos, la igualdad, la libertad de credo, y el principio de que los servidores públicos lo son de todos los ciudadanos y no solo de los que comulgan con sus gustos, fobias o conveniencias.