Bogotá: Llueva, Truene o Relampagueé

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Decisión o terquedad sería la pregunta de muchos, en cualquiera de los casos el proceso mental – cognitivo de un individuo o grupo se toma con determinación y eso hizo realidad el desarrollo de la novillada en Bogotá…

Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora – Fotos: Juan Pablo Garzón Vásquez

Bogotá – Colombia. La condiciones climáticas hoy en nuestro país ya no es un condicionante para el desarrollo de un festejo taurino, el ejemplo más claro es la ciudad de Manizales que desde hace muchos años, con la complicidad de actuantes, ganaderos, empresarios, monosabios y el público, hacen que la lluvia forme parte del mismo espectáculo, claro está que para ello, se tienen unas estrategias para el drenaje del ruedo, focalizando con sapiencia el lugar predestinado de lidia y manteniéndolo en un estado apto para el desarrollo de la misma. En la Santamaría no fue la excepción, el agua fue bien recibida, el equipo de monosabios realizó lo suyo, el público se abrigo y los actuantes echaron pa´lante, sin embargo pese al buen piso de la primera plaza del país, su estado acusó a actuantes y bureles, estos últimos en verdad, no alcanzaron a expresar su máximo potencial; descabellado suena, pero el bravo marca cosas puntuales en el desarrollo de la lidia, por citar: la postura de la cara, la forma de acudir a los montados, el movimiento del rabo, la forma como toma los engaños, el ímpetu con que haga los movimientos y, algo importante, la nobleza combinada con la clase que lleva a la naturalidad de su expresión acompañada de la plasticidad de quien está por delante, eso no escaseó, pero la firmeza en el suelo sí, el piso como jabón y así por mas determinación es imposible ver un buen astado.

Los actuantes sin excepción, tuvieron esas ganas enormes de agradar y brindar un bonito festejo, llegaron hasta donde la lección aprendida les permitió, hicieron uso de la experiencia adquirida hasta el momento, pero tuvieron que improvisar los recursos para el reto de torear bajo la lluvia y ahí fue donde el libreto se desarticulo, pues algunas suertes fallaron, las equivocaciones fueron castigadas con cornadas, palizas y los desaciertos condenados por los pitos y las broncas. Recuerdo esa narrativa que dice: “nadie ve cuando cien árboles crecen, pero se espantan cuando uno de ellos cae”, esto para citar que muchos desconocemos los esfuerzos de los novilleros, en estas épocas un poco más agudos por las pocas oportunidades que se les brinda, la verdad muchos de ellos están hechos a punta de hambre, de sacrificios individuales, familiares, que dan un argumento para valorarlos en ese principio básico, no podemos evaluarlos con severidad, aún están en proceso de formación, se requiere de oficio para mejorar su aptitud torera, la actitud la demostraron con mucho valor, eso es innegable y ese es un meritorio argumento.

Los ganaderos y la empresa mostraron la gran afición que los motiva, no es fácil poner tanto en riesgo, muchos aficionados no asistieron por la lluvia en Bogotá, pero se perdieron de una gran lección, el amor incondicional por una expresión cultural y artística enmarcada en el valor máximo de la verdad, una liturgia que mide la inteligencia con el instinto, llevando en cada instante el ritual de la muerte, ese culmine de la existencia, esa verdad que queramos o no, nos toca a todos, por eso llueva, truene o relampagueé, la tauromaquia será la más bella expresión de lo que en realidad es la naturaleza.

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