Un año antes que Juan Belmonte García tomara su infame, pero histórica alternativa en Madrid, la euritmia, viejo concepto greco-latino resurgió en Alemania.
Parecerá traído de los cabellos asociar los dos fenómenos. ¿Qué podrían tener en común El Pasmo de Triana y el prolijo filósofo austríaco Rudolf Steiner, autor del replanteamiento? La época, el espíritu de la época, y eso ya es mucho decir. La tauromaquia y la filosofía, cada una por su lado, han sido siempre muy sensibles al pulso de los tiempos.
Algo terrible bullía entonces bajo la corteza. Europa caminaba por el filo del abismo en el que terminó precipitándose, “La gran guerra”. Y en esa calma chicha que precede a las tormentas, Steiner lee a Vitruvio, el arquitecto de Julio César: “Euritmia es el bello y grato aspecto que resulta de la disposición de todas las partes de la obra”, y concluye que la cosa, más que eso, es arte aparte. El de convertir el movimiento y la pausa corporal en la expresión auténtica del sentimiento íntimo.
Mientras tanto Belmonte, al margen de todo eso, se busca a sí mismo, tratando de torear como siente, como es, como fue hasta su suicido impertérrito. Eurítmico sin saberlo, aguantador, artista, eficaz ante lo inexorable.
Su versión resultó ser la interpretación torera más profunda de aquellos tiempos de tragedia inminente. Por eso, entre otras cosas, debió conmover tanto. Había que ser así, como él. Era lo que los tiempos pedían. El horror se venía encima y no había dónde ir, había que dar cara.
Pasó lo qué pasó. Terminó aquella hecatombe mundial y al tiempo murieron, Joselito, el digno contrapunto del belmontismo, y la “Edad de oro” que había forjado el contraste de las dos eras en colisión. El mundo y el toreo fueron otros de allí en adelante.
No se conocieron y no tengo referencia de que el espada sevillano hubiese leído al pensador de Donji Krajlevec, ni de que este le hubiese visto torear. Seguro vivieron y murieron, ignorándose, pero a la distancia no es tan difícil hallarles coincidencias.