Redacción: CARLOS ABELLA
Por increíble que parezca, súbitamente los públicos y los aficionados han redescubierto en Pablo Aguado el toreo clásico, ejecutado sin retorcimientos, y basado en dos principios básicos: temple y naturalidad. No quiere decir esto que en los últimos años no hubiera habido otros intérpretes de estas formas y estos principios y aludo a Diego Urdiales, sino que se había producido una emergente tauromaquia ciertamente innovadora y basada en primar el cite inverosímil, el abuso del péndulo, el remate final de una serie con un a tragantón por la espalda y hasta con la ejecución de inverosímiles quiebros como complemento de los dos pases fundamentales con las dos manos.
El hito original de este concepto fueron los péndulos de Sebastian Castella y Miguel Ángel Perera y muy especialmente la arrucina que Alejandro Talavante ofreció hace algunos años en una de sus muchas triunfales corridas en San Isidro, motivando que aún nos preguntáramos ¿por dónde pasó el toro?, dado lo minúsculo del engaño y el reducido espacio en la cadera del torero. Estas prácticas tuvieron su máximo esplendor en la osadía, desenvoltura y enorme ambición con las que Andrés Roca Rey ha trufado sus actuaciones en estos años, mezclando un muy poderoso concepto clásico con ejercicios de cierto contorsionismo, que le han valido legítimamente para ser el diestro el torero con mayor atractivo y al que más espectadores quieren ver.
Pero la aparición de Aguado, aporta no solo contraste con las formas de Roca Rey, sino que también suaviza y tensa la ejecución del toreo clásico de “Morante de la Puebla”, inspirado en el concepto de Juan Belmonte y que por tanto exige hondura, cierto barroquismo en el embroque con el toro y una ligera inclinación corporal que confiera a su toreo profundidad.
Esta larga introducción viene a cuento de lo que Aguado efectuó en la Maestranza de Sevilla y en los más que detalles que dejó en su tarde del pasado sábado. Y este descubrimiento es con mucho lo mejor que ha ofrecido esta primera casi semana de San Isidro, en la que hay que mencionar el triunfo de dos orejas y puerta grande de Miguel Angel Perera, inspirado en su enorme quietud y en su poderoso temple, los detalles de torería de Diego Urdiales, David Galván, Juan Ortega, y Ginés Marín-éste premiado con una oreja- y el valor atropellado de Román con un toro muy brusco. Dignos Rubén Pinar, Javier Cortés, Thomás Duffau, Joaquín Galdós, Joselito Adame y su hermano menor Luis David. Lo peor, la actitud de “Finito de Córdoba” dominado por el pánico y que aun no entiendo cómo sigue en activo.