El genio de la Puebla deja un quite memorable a la verónica y se se desata en una faena apasionada que sólo el descabello emborrona; Perera sale a hombros con el mejor lote de Garcigrande
Redacción: www.elmundo.es
El trueno de un petardazo minero cortocircuitó el habitual estruendo tabernario de la entrada a la plaza de Castellón. Por un instante, un silencio de encogimiento en el cuerpo, un pitido agudo en los oídos, un instinto asesino en los ojos. El eco dinamitero se esfumó entre la ovaciones partidas de los tendidos: unos aplaudían la aparición de Padilla por el callejón; otros la entrada de Santiago Abascal por el palco de la empresa. Abascal venía de la manifa de Barcelona con su número 3 en la ciudad de los CDR: Serafín Marín. Al bueno de Sera lo atrapó Alberto Carlos Rivera en la última salida a hombros de la Monumental. Para la fotografía, nada más. Que luego Alberto Carlos se puso de perfil con los toros como un Don Tancredo perfilero.
Cuando el sol ya había abandonado la plaza, a las 18:25 horas, Morante de la Puebla, afiliado al arte antes que a Vox, dibujó tres verónicas esplendorosas y media arrebujada en su cadera. Un fulgor sobrenatural entre sombras. Ardían los naranjos fuera de la luz. Aquel quite al cuarto toro de pitiminí sumaba el empaque y el compás, el ritmo del toreo. La tercera de las tres verónicas fue una despaciosa escultura, la perfección labrada en el aire lento. La bravura tamizada de calidad del garcigrande, dulcificada por el poder contado, se hacía arcilla en sus manos. Sentado en el estribo, Morante abrió faena por alto, toreramente. De la madera, a la rodilla en tierra. Y de la tierra al cielo con aquella trincherilla, fogonazo de bronce, pincelada de canela. El chaleco desordenado, la chaquetilla abierta, el toreo como el chaleco. Crepitaban los redondos en la imperfección de las series. Esa imperfección vestida por un cuerpo que torea hasta con la coronilla. Diestra prácticamente entera fue la faena, descalza desde un tramo, muy loca y apasionada. Como es el amor en su forja, el toreo en su fragua. Careció de muerte el desprendido espadazo por su travesía. El descabello pedía a gritos una bala comprimida. Afearon los fallos de la suerte del matadero lo etéreo, lo eterno. La vuelta al ruedo a la que se redujo todo fue un jolgorio. De ramitas de romero, banderas de España y una paloma de la pax.
La corrida de Garcigrande-Domingo Hernández venía en escalera, como todas por estos lares, tirando por lo bajo. Miguel Ángel Perera, inmediatamente antes del delirio morantista, le había cortado una oreja a un toro que concentraba su bravura en talla XS. A Perera le llegaba por bragueta o así. Fue el más completo de los seis. La lidia de MAP nació de la más absoluta entrega sin alcanzar la más absoluta brillantez. Desde un accidentado quite por saltilleras que recuperó el aliento por gaoneras hasta el arranque explosivo de faena por de cambiados de rodillas. Sólo las dos tandas siguientes de mandones derechazos adquirieron el grado requerido de fluidez. Que luego se encasquilló. Como trabada por tanto afán.
El ataque de Miguel Ángel siguió con el último de la tarde, manejable sin excelencias. Perera se hacía abruptamente grande en el manejo de los trastos. O el toro se hacía débilmente chico por comparación de escalas. La cosa es que lo exprimió con el toreo servido a granel. Y como volvió a matar con más mortalidad que certera colocación -el primer espadazo ya se había ido muy atrás- se le abrió de par en par la puerta grande con un trofeo más.
El Juli contó el lote más desagradecido, dos toros muy distintos, por fuera y por dentro, veteados de mansedumbre, que le exigieron todos los resortes técnicos que aglutina. Uno por su falta de celo y tranco final y otro por su genio avinagrado. Distintos planteamientos, cerebrales y científicos, de esfuerzo mayor el último. Hasta donde marca la raya. La resolución efectiva y traserísima con la espada definía también el límite con el cuarteo al trascuerno. Que diría Anson.
Lejos quedó el toro más grandón de la escalonada corrida. Para compensar lucía un cuello portentoso que empleó, desde su manso ser, para deslizarse en las cuatro o cinco pinturas que Morante arracimó antes del delirio y el contraste: probablemente esta crónica sea injusta. Como lo es la historia con los toreros largos y poderosos.
GARCIGRANDE
Plaza de Castellón. Sábado, 30 de marzo de 2019. Quinta de feria. Lleno. Toros de Garcigrande y Domingo Hernández (1º, 5º y 6º), una escalera, terciados en general; notable el bravo 3º; manejable el 6º; bueno el 4º; mansito el 1º; geniudo el 5º; sin celo el 2º.
Morante de la Puebla, de grana y oro. Pinchazo y estocada desprendida casi entera (saludos). En el cuarto, estocada desprendida y atravesada y varios descabellos. Aviso (vuelta al ruedo).
El Juli, de tabaco y oro. Estocada pasada casi entera (leve petición y saludos). En el quinto, estocada muy trasera y dos descabellos (petición y saludos).
Miguel Ángel Perera, de coral y oro. Estocada honda muy trasera. Aviso (oreja). En el sexto, estocada casi entera y desprendida (oreja). Salió a hombros.