Es una cultura compartida, que vertebra sociedades y territorios en España, cultura laboriosamente construida a lo largo de los años. Y la cultura ni se crea ni se destruye por decreto, es el producto del tiempo, de la creación de unos y de la asunción por un pueblo de esas creaciones
VICTORINO MARTÍN Presidente de la Fundación del Toro de Lidia www.hoy.es
Vivimos tiempos convulsos, tiempos en los que alrededor del toro estamos viviendo batallas culturales que determinarán el rumbo que como sociedad vayamos a tomar en el futuro.
El debate va mucho más allá de la propia existencia de las corridas de toros, y tiene mucha más importancia de la que a primera vista pudiera parecer. Vayamos por partes para entender qué nos estamos jugando cuando hablamos de toros.
El primer y crucial tema se centra en nuestra relación con los animales. ¿Cómo debe ser la relación del hombre con los animales? Nuestra civilización se ha construido, desde la revolución neolítica, sobre el dominio del ser humano sobre animales y plantas. Dentro de este marco, el ser humano usa a los animales. Y los usa por su alimentación, pero también para vestimenta, transporte, investigación científica o para nuestro ocio. Así, solo en España, se matan cada segundo aproximadamente 26 animales para que vivamos como lo hacemos.
Al mismo tiempo, empezamos a convivir con una ideología denominada animalista que está incrementando su calado en la sociedad al hacernos creer que animalismo es cuidar de tu perro o de tu gato.
Pero animalismo no es que te gusten los animales. El movimiento animalista sostiene que el ser humano no tiene ningún derecho a utilizar los animales en su beneficio, para absolutamente nada. Indudablemente, esto supondrá una hecatombe cultural, ecológica y económica.
Llegados a este punto, puede que alguno tenga la tentación de minimizar, por improbable, el riesgo de la imposición de la religión animalista en nuestro mundo. Desde esta tribuna quiero alertar para no minusvalorar en absoluto este riesgo.
El animalismo es un movimiento promovido internacionalmente, con centenares de entidades que, con presupuestos millonarios, están imponiendo de manera permanente la agenda animalista en todo el mundo. Existe un movimiento internacional organizado con el único fin de imponer un nuevo orden moral en el mundo, de manera que este sea más plano culturalmente, más homogéneo, una suerte de pensamiento único de un mundo con consumidores homogéneos.
Este animalismo está ya muy presente en nuestra vida pública, con partidos como PACMA, cercano ya a la representación parlamentaria, o con iniciativas legislativas presentadas por Podemos en algunos parlamentos, afortunadamente sin éxito.
Una ideología que acabará con las muchas tradiciones de nuestra tierra en las que hay algún animal involucrado, más allá de la tauromaquia, que acabará con nuestra industria, con el jamón ibérico o los quesos, y que supondrá un impacto devastador en nuestras dehesas.
Porque esto no va solo de toros.
Una vez claro el tema de nuestra relación con los animales, procede abrir el segundo debate. Un debate sobre qué tipo de sociedad queremos. Porque alguno puede reclamar que no se siente animalista, pero que no quiere que haya toros porque le parece un espectáculo cruel (¿en serio la tauromaquia se puede considerar más dura que la vida que lleva la inmensa mayoría de los animales en explotaciones industriales?). Quizás lo relevante no sea la dureza o crueldad en sí misma, sino el hecho de que esa dureza sea pública, lo que nos lleva a un tema tremendamente interesante:
¿Qué clase de sociedad queremos? ¿Queremos una sociedad donde una parte se arrogue la potestad de decir qué puede ser visto y qué es lo que no puede ser visto? ¿Una casta censora que decida qué es cultura y qué no es cultura?
Puede que alguien sugiera que no es lo mismo porque en los toros hay un animal involucrado. Sí, hay un animal involucrado, ya hemos dicho que el hombre usa a los animales para su provecho, 26 animales por segundo en España.
En una sociedad en la que la muerte se obvia y en ocasiones se oculta deliberadamente junto con la vejez, la enfermedad o el dolor, la fiesta de los toros enfrenta la muerte desde todos los planos.
La tauromaquia es una cultura compartida, que vertebra sociedades y territorios en España, cultura laboriosamente construida a lo largo de años. Y la cultura ni se crea ni se destruye por decreto, es el producto del tiempo, de la creación de unos y de la asunción por un pueblo de esas creaciones.
La tauromaquia es el regalo cultural de España a la humanidad, somos hoy guardianes, junto con otros países, de un exquisito patrimonio que es de todos, y somos todos responsables de su cuidado y de su traslación de generación en generación.
Y en la tauromaquia se libra la batalla de una sociedad que quiere ser libre, tolerante y respetuosa. Por eso, la tauromaquia es el termómetro de una sociedad mejor. De la sociedad de la que yo quiero formar parte.