El peruano desorejó al octavo toro, un buenejemplar de Jaral de Peñas que fue el único que embistió de un encierro con máscontenido que trofeos.
Redacción: Marco Antonio Hierro – Cultoro.es – Web Aliada – Foto: Emilio Méndez
Ciudad de México – México. Tenía lugar este 12 de diciembre, festividad de la Virgen de Guadalupe -patrona de México, la tradicional corrida de toros estrella de la Temporada Grande Internacional en el coso de Inusrgentes. Ocho toros y ocho hierros se lidiaban haciendo el paseíllo Morante de la Puebla, Joselito Adame, Sergio Flores y Roca Rey. Los toros eran de Jaral de Peñas, Villa Carmela, Xajay, Teófilo Gómez, Barralva, Santa Bárbara, Los Encinos y Campo Hermoso. En el tradicional Ave María previo al paseíllo ya estaba casi lleno el numerado del Embudo, que se completó antes de que saliesen a saludar los cuatro matadores tras romper el paseíllo.
El hierro de Xajay lucía el abreplaza, con la carne suelta y el perfil -más generoso que de costumbre- acucharado, pero remiso y poco dado a la arrancada en el capote que tenía ganas de lucir Morante de la Puebla. También en el quite, donde se dio cuenta de la poca gana de embestir que tenía el animal, lo que confirmaría en la muleta. Las pocas ganas de uno y el no verlo claro del otro dejó en tablas la actitud de los protagonistas y en pitos el resultado.
Escapulario se llamaba el toro de Santa Bárbara que hizo segundo, enmorrillado y lleno, más estrecho de cara y con humillación en los embroques para permitirle a Joselito Adame la quietud en la figura y la vertical forma de aprovechar la movilidad. Muy metido estuvo siempre el mexicano, que reaparecía de una cornada en el campo, aún con los puntos puestos, pero con la raza intacta para firmar un inicio de tremenda quietud, previo al toreo largo y dominador con el que aprovechó la voluntariosa movilidad del animal. Sobresalió al natural, pegado a tablas pero con el pulso intacto para gobernar las arrancadas y pegarse un arrimón de sinceridad cuando se le acabó al toro el fuelle. Tuvo mérito el hidrocálido, porque supo sacarle la raza al cárdeno a base de propia raza para ganar los dos.Pero quedó atravesada la estocada entera que ejecutó el mexicano y debió conformarse con saludar desde el tercio.
Cadencioso y bienintencionado fue el saludo de Sergio Flores al tercero, que lucía el hierro de Los Encinos y tuvo más humillación que entrega en los embroques y al que le faltó ritmo para que luciera más la apertura del tlaxcalteca. El mérito de la paciencia fue el secreto de la lidia al geniudo animal, con las manos por delante y detalles de aire regular derivados de la falta de fondo físico. Pero supo aplicarle los enganches y tirar de trapo delante del informal toro para terminar ligando incluso alguna tanda, engañando la condición mediocre y abúlica de su oponente. Se atascó con el acero y el descabello lo dejó todo en silencio.
El cárdeno que hizo cuarto, con el hierro de Villa Carmela, pecó de desagradecido, porque exigió demasiada apuesta para no devolver ni la mitad que se le daba. Y eso que le instrumentó Roca Rey chicuelinas de mucho fuste, siempre muy comprometido en ellas. Al igual que en el inicio, en la distancia para los estauarios, buscando la movilidad y la emoción que prometía y que luego no entregó. Los buscó por abajo Andrés, y se encontró renuencia, genio y hasta un punto de violencia del bruto animal, que no fue propicio para el triunfo. El bajonazo chalequero, accidental, tampoco ayudó. Silencio.
De Teófilo Gómez fue el quinto, bajo, armónico y bien hecho, pero ligeramente vencido a diestras en los embroques con la capa de Morante, quien dejó un par de lances a pies juntos y una larga de cierto sabor torero. Pero sólo llegó al tercio de varas, porque lo protestaron por flojo y se fue para atrás. El sobrero llevaba el hierro de Los Encinos y no gozaba de gran afán por los percales cuando salió de chiqueros, ante el disgusto de Morante, inédito con la capa. El propio sevillano se hizo cargo de la lidia en el caballo ante el cúmulo de cosas feas que se le veían al calcetero animal. Pero las conservó, y el tiempo que estuvo en la muleta de José Antonio anduvo siempre con la cara natural y un desentendimiento frustrante de las telas que hizo imposible siquiera intentar el toreo, aunque lo abroncase La México.
El colorao que hizo sexto, con sangre Atanasio de Barralva, tuvo fijeza en el capote de Joselito Adame, pero le faltó ritmo y voluntad de tomar tela, muy en la línea de su procedencia. Pero no rompió el animal, a pesar de lo bien que se le intentaron hacer las cosas en los primeros tercios. Firme Joselito Adame, tirando de oficio y de conocimiento del encaste Atanasio, porque le cambió los terrenos, le dosificó las pareturas y le consintió lo suyo para que le regalase cuatro embestidas por tanda. De medio pelo, pero aprovechables para sacar del tedio la labor. Aún así, terminó por rajarse el colorao, haciendo estériles los esfuerzos del torero. Silencio.
Largo era el séptimo, con el hierro de Campo Hermoso, que también lucía un par de pitones muy respetables y midió mucho cada arrancada al capote que manejaba Sergio Flores con más intención de lidia que de brillo. Se defendió siempre el animal, que derribo al picador de puro genio y se puso imposible para banderillear. Mansurrón, desentendido y huidizo, no quiso embestir ni una sola vez a las telas de Sergio Flores, que se limitó a pasaportarlo sin mayor pretensión. Silencio.
Al de Jaral de Peñas que cerró plaza, el único que tuvo verdadera voluntad de embestir por abajo de toda la corrida, le sopló Roca Rey media docena de gaoneras abrochadas con una revolera y una brionesa que pusoen pie a una plaza ávida de ver algo que llevarse a la retina. Y lo repitió Andrés en el quite, pasándose por la faja a un animal que repitió con boyantía y con calidad, siempre humillando los embroques. También este lo brindó al público al atisbarle condiciones, y en los medios se hincó de rodillas para recibirlo allí con cambiados por la espalda sin ponerse en pie. La lástima fue que tuviese, entonces, que ejercer de enfermero el peruano, porque la entrega y la humillación acabaron con su fuelle rápidamente. Pero poco a poco lo fue poniendo en ritmo Andrés, sin prisa y sin apreturas, alcanzando cotas estimables de largura en los trazos hasta que no pudo más que embestir el animal, que caminó siempre para acudir a los cites. En el final de faena ya estaba el Embudo entregado al peruano, que firmó una estocada soberbia para tirar sin puntilla al animal y pasear las dos orejas.
Ficha del Festejo Plaza de toros Monumental de México. Corrida de toros guadalupana dentro de la primera parte de la Temporada Grande Internacional. Lleno en el tendido numerado. Ocho toros de Jaral de Peñas, Villa Carmela, Xajay, Teófilo Gómez, Barralva, Santa Bárbara, Los Encinos y Campo Hermoso. Vulgarón e insulso el primero, de Xajay; de gran movilidad humillada en buen segundo, de Santa Bárbara; exigente e informal el tercero, de Los Encinos; a menos el bruto cárdeno cuarto, de Villa Carmela; devuelto por flojo el quinto, de Teófilo Gómez; sin raza ni clase el deslucido quinto bis, de Los Encinos; protestón y aplomado el bruto sexto, de Barralva; manso y defensivo el séptimo, de Campo Hermoso; de gran nobleza y calidad sin fuelle el feble octavo, de Jaral de Peñas. Morante de la Puebla (grana y oro): pitos y bronca. Joselito Adame (salmón y oro): saludos y silencio. Sergio Flores (añil y oro): silencio y silencio. Roca Rey (purísima y oro): silencio y dos orejas.