Lo kitsch en el toreo (XII) La tragedia Profunda
Iván Fandiño cogido en Cali el 30 de diciembre de 2013. Foto: Camilo Díaz, www.cronicatoro.com
La corrida es una tragedia. Y no solo porque concurran en ella la muerte real y posible. Ni por el sobrecogimiento que causa en el espectador. Ni porque lo hayan escrito Unamuno, Hemingway, García Lorca y… lo hayan repetido tantos.
Lo es más en el sentido griego clásico, “tragoedia”, fiesta ritual de sacrificio. “Es bien sabido que la tragedia griega se originó en una ceremonia religiosa (dionisíaca) durante la cual se mataba y se comía un toro”, cita William H. Desmonde en su ensayo, “La corrida de toros como ritual religioso”.
Ambas, corrida y tragedia, oficiadas en un anfiteatro, con ruedo, gradas, música, protagonistas y coro (público coprotagónico). Recreando dramáticamente la verdad existencial del hombre; sometido siempre a fuerzas que lo desbordan hasta su ineludible final. Eso es, lo dijo a su manera Juan Belmonte; “hacemos con un toro en veinte minutos lo que hace la vida con nosotros.”
Y lo analizó Freud: “¿por qué tenía que sufrir el héroe de la tragedia(griega)…? tenía que sufrir porque era el padre perenne… y la culpa trágica es la que tenía que cargar para librar de la suya a los del coro”.
La catarsis, que definió Aristóteles 2.400 años antes, refiriéndose a lo mismo. Depurar, purgar, liberar, mediante la muerte del animal sagrado y el estremecimiento por la reiteración del drama humano. Por ver que los héroes también padecen, fracasan y mueren.
El significado es más hondo de lo que alcanza el resuello de los antitaurinos. A eso aludió Pedro Romero de Solís, director de la revista Estudios taurinos, en su conversación con Santiago Belausteguigoitia, para El País de Madrid en marzo del 2004; «La corrida de toros es quizás la forma más alta de cultura popular«.
Bueno, si no la más alta, sí la más profunda, digo yo.