Diego Urdiales firma una obra rotunda, Chacón corta una oreja de bemoles y David Mora sufre el rigor de Las Ventas con un completo encierro de Fuente Ymbro.
Redacción: Marco Antonio Hierro – Cultoro.es – Web Aliada – Foto: Luis Sánchez Olmedo
Madrid – España. Son ya muchos años, va para décadas que lleva Diego Urdiales buscando el rédito que le otorgue la pureza. Y no había encontrado hasta hoy más que vestigios cualificados del premio que nunca fue. Un torero de culto para el aficionado, el oasis de la pureza para el profesional, la brizna en el testamento del maestro Curro Romero. Puro lo ha sido siempre Urdiales, pero de eso no se vive. O al menos eso creía hasta hoy.
Porque, estando convencido de morir con su concepto, siempre habían sido trazos, detalles, destellos, rabotazos aislados, más o menos intensos, para avidar el fuego y calentar las almas ávidas de ver torear mejor. Siempre mejor. Pero hoy, cuando las manijas del reloj rondaban las nueve de la noche, un tío tan feliz como desmadejado por la exigencia física de una puerta grande en Madrid veía indolente cómo la multitud quería arrancarle hasta la chaquetilla. Querían ver a Urdiales. Querían hacer realidad el triunfo de la pureza. Porque la pureza no miente nunca. No sabe mentir.
Como no sabe Diego decir de otra forma el misterio que encierra. Tal vez no sepa nunca explicarlo con palabras, pero cuando las puntas de Laminado se fueron tras la franela que se había presentado franca todo su cuerpo se hizo toreo para reducir de golpe el verbo embestir. Reducirlo, que no acompañarlo, ni trazarlo, ni dibujar la suavidad de una máxima nobleza. Reducirlo. Imponerse a los dos pitonacos segadores que amenazaban el cuello. Someter la violenta llegada de un animal exigente hasta decir basta. Dominar la intencióndel bicho y adueñarse de su voluntad. Casi nada lo que había conseguido Diego antes de ponerse a torear. Porque eso llegó después.
Llegó la propuesta de pecho al frente, sobre la testud que casi le sobrepasaba; de muleta plana sobre el costado de salida; de embarque firme, mas no violento, preciso, casi sutil. Y la franela recogió una arrancada tan boyante, humillada y brava que no había en todo Madrid un foco en ese instante que luciera más que aquel. Sobre el corbatín de Diego, donde se hundía su mentón, sólo la nariz aguileña anunciaba que tenía cara, porque estaba tan reunido con su propia torería que tal vez no tuviese nada que gritar cuando un glope al aire con la ayuda servía de firma a una tanda sensacional. La mano derecha abajo, el pico a la arena, el palillo recto, el vuelo vaciando por debajo de la pala el enigma de su toreo. Qué bonito, rediós. Qué puro.
Así fue también el natural cuando lo presentó Urdiales sin más trampa que su pecho a la bravura desbordante de Laminado. Qué torazo. Lo fue porque entregó su exigencia al que la supo superar. Y entonces le gateó los trazos buscando el final de los vuelos, que le morían detrás a Diego, donde no abracaba más la cintura con lo enterrados que tenía los pies. Y eso que es bajito y de Logroño. Como si eso le impidese decir más verdad.
Lo mismo que Octavio Chacón, que es un tío de Cádiz que lleva tres lustros tragando tracas por el mundo, matando las del Tío Picardías donde ni se imagina uno que hay toros, comiéndose lo mejor de lo mejor por estar en San Isidro, saliendo de allí hecho un tío… Y cuando se le presente de verdad la opción de que le embistan por derecho se va a comer las dos prendas del encierro para no perder las costumbres. Y casi sale en hombros a base de corazón. Y de pelotas, porque esas le arrastran a Chacón, como demostró pisando el sitio del hule con los dos mansos que tuvo en suerte. Soberbio el inicio impositor de doblones ablandadores al geniudo y manso segundo. A ese le ganó la reyerta a navajazos porque hasta le endilgó muletazos entre puñalada y puñalada al castaño cobardón. A ese le cortó una oreja con más ley que la plata pura, pero no lo pudo repetir con el quinto porque le hizo lo único que podía hacer para impedir el triunfo de Octavio: huír.
A David Mora no le huyó en la tarde ninguno de los dos fuenteymbros. Ni siquiera el sobrero de Joselito que vino a suplir al sexto cuando se partió una pata. Pero no se entendió con la plaza uno que se siente querido aquí. Por eso se quedó a medias con el gran tercero, entre vientos de levante y desavenencias con el tendido. Con el sexto, en pleno hueco de resaca por el huracán Diego, logró conectar en una serie de enrazada mano diestra. Pero no fue ni de lejos la tarde del manchego en Madrid.
Esa la habían copado Urdiales y su retrato de pureza. Pleno reflejo hoy de lo que busca Madrid, Porque a veces la crudeza se digiere mejor edulcorada , pero nunca cuando es pura. Porque la pureza nunca miente y esa es propiedad de Diego. Diego Urdiales. Hoy tal vez mucho más torero.
Ficha del Festejo
Plaza de toros de Las Ventas. Última de la feria de Otoño. Corrida de toros. Tres cuartos de entrada. Seis toros de Fuente Ymbro, desiguales de presencia y tipo, y un sobrero de El Tajo, sexto bis. Obediente y con calidad el primero. Manso, reponedor y remontón el castaño segundo; bravo, boyante y con calidad y transmisión el gran tercero, ovacionado. Exigente y bravo el entregado cuarto. Manso de carretas el quinto. Devuelto el sexto por partirse una pata. Con movilidad sin clase el esdcurrido sexto bis. Diego Urdiales (marino y oro): oreja tras dos avisos y dos orejas con dos vueltas al ruedo. Octavio Chacón (caña y oro): oreja y ovación. David Mora (lila y oro): bronca y silencio.