Ahora que ha cumplido los ochenta, congratulado por todos. Los ya viejos testigos de su toreo no podemos evitar evocaciones. Muchas habrá. Tantas como plazas, crónicas y sobrevivientes de aquel tiempo. Más en quienes arribamos quinceañeros con los ojos hambrientos a esa década que resultó tremenda y reflejó tan hondas tauromaquias.
Los sesenta. Rebeldía, iconoclasia, libertad, nueva estética, luna tomada, el creer que partíamos la historia… Cosas pasadas que desde el hoy se miran amarillentas, temerarias, fatuas quizás.
Y vino a Cali. Con los otros. Aquella tarde calurosa del 27 de diciembre del 61. Joven, con solo siete meses de alternativa. Hizo el paseíllo a cabeza descubierta y plaza llena, entre “Chamaco” y José María Clavel para lidiar parladeños de Fuentelapeña; y volvió y volvió para los fines de año. Hasta el 2 de enero de 1975 cuando, alternando con los ya idos Pepe Cáceres y Palomo Linares, cortó a un vistahermosa su oreja final. Última de las veintiséis y dos rabos que durante nueve temporadas recibiera en Cañaveralejo.
Fue fácil y justo aceptar lo de “Su Majestad”. Bastaba unir sus iniciales a la liturgia que oficiaba. Reverencia solemne al rito, la congregación, el credo. Sobriedad natural y contenida pasión. La procesión le iba por dentro.
Era su prédica tácita en ese foro turbulento donde Camino lo sabía todo, Puerta estremecía, Curro sublimaba, El Cordobés rompía cánones y taquillas, Ordóñez aun reinaba, Luis Miguel no se iba… Cada cual con su feligresía y El Viti con la de todos. Su capote, su muleta, su espada y su hierático purismo, engrandecieron esa época, enseñando a los esnobs qué lo clásico es intemporal, eterno por verdadero.
Entre tantos recuerdos fija mi memoria, su lidia del cuarto santacoloma de Ernesto González, al cual cortó las orejas y el rabo el 30 de diciembre del 63. Fue inmediatamente después de que Camino hiciera lo propio con “Sangreazul”. Me parece verlos. Sí, éramos muy jóvenes y muy felices.