El Diario de Navarra, en su edición de ayer, publicó un análisis del San Fermín 2018. “Los datos de la Feria del Toro: dominio de Roca Rey en el año que más orejas se han cortado este Siglo.”
Le doy crédito y agrego; quizás no sólo en este siglo sino en toda la casi milenaria historia de las famosas fiestas. Desde cuando Alfonso “El Sabio” ya se quejaba por los altos honorarios de los matatoros y no se daban orejas.
Veintitrés otorgadas en nueve corridas a pie. Amén de bastantes fuertes peticiones de otras, denegadas por la presidencia. Las cuales pudieron aumentar el histórico saldo. ¿Qué pasó?
¿Fue un año excepcional? ¿El mejor de los tiempos? ¿El “toro de Pamplona” se dejó como nunca? ¿Se toreó mucho? ¿El público muy pedigüeño? ¿El palco muy complaciente? ¿Los valores cambiaron de pronto? ¿Cuál es la razón de semejante cosecha?
Bueno, cada quien tendrá su opinión. Yo, después de haber seguido la cosa, corrida tras corrida, faena tras faena, suerte tras suerte, puedo decir que lo excepcional fue la cantidad más que en la calidad. No hubo entre las cuatro lidias ejecutadas a reses desorejadas una rotunda, por su pureza y estética. Para no hablar de las premiadas a medias, indistintamente.
Compromiso, verdad, vistosidad, riesgo, arrojo, y hasta temeridad sí. Efectismo bastante, logrando todo ello inducir alta tensión emocional en la plaza. Tensión que hizo pico la penúltima tarde, con el encierro de Jandilla, ligerito de romana. Todo, apenas por encima de los quinientos kilos. Menos el quinto “Impostor”, que pareció estar solo para subir el promedio a 519. Poco ¿no? En la tradición sanferminera, digo, reconociendo que la mitad era cinqueño.
Se despedía (recién herido) Juan José Padilla ante un desatado Roca Rey y un Cayetano que también contribuyó al paroxismo y al orejerío, siete. Lo demás fue lo de menos, igualando. La oferta disparada y el precio a la baja.